«El sol ha desaparecido de los libros de hoy. Por eso hacen daño en lugar de ayudar a vivir. Usted está entre quienes irradian ese sol. Siento una gran afinidad con «Tres veranos»».
Hay ocasiones, pausados lectores, en que, para pasar unas deliciosas horas leyendo un libro -más en estos días, cuando parece que el verano ha decidido cercarnos, con apremio-, no hace falta que éste trate de horrendos crímenes, de misterios indescifrables o asombrosas aventuras… -que en ocasiones, también-; sino, sencillamente, que nos cuente las pequeñas cosas de cada día, el lento e inexorable transcurrir de la vida; ese bello y, a veces doloroso transcurrir que percibimos por la variación de los sueños o de los rituales o del pensamiento: esas pequeñas cosas que, en definitiva, nos ayudan a vivir. Y fué, quizás, eso lo que deslumbró al gran Albert Camus de esta novela, lo que hizo que pusiera todo su empeño en que se publicara en Francia, allá por los años 50, y le escribiera a su autora esa emotiva nota con la cual he encabezado esta reseña. Y también, a lo mejor, fue una ayuda para que «TRES VERANOS» se convirtiera en el gran clásico de las letras griegas del siglo XX (ésta se sigue enseñando en las escuelas y encabeza las listas de los libros favoritos del país de todos los tiempos), y a su autora: MARGARITA LIBERAKI (1919-2001), en la gran dama de esas letras y de ese siglo.
La protagonista y narradora de esta bella novela es Caterina, amante de la naturaleza y de los animales, de los paseos solitarios, de los domingos de playa y, en difinitiva, de las texturas y colores de todo lo que le rodea: mira el mundo con el deslumbramiento y la intensidad propia de los dieciséis años.
Vive en una casa en el campo a las afueras de Atenas con su madre divorciada, una tía marcada por un trauma y sus dos hermanas mayores, que tienen un carácter y una aspiraciones muy distintas a las de ella. Mientras acuden a fiestas, afrontan sus primeras cuitas amorosas y lidian con la canícula a lo largo de los tres veranos que recrea esta deliciosa novela de formación, tratan de comprender las extrañas querencias de los adultos y se preguntan en qué tipo de personas quieren convertirse.
«TRES VERANOS» huele a hierba movida por el viento, a arena mojada por la lluvia; suena a riachuelo a lo lejos, a pisadas de hojas…; y está teñido de cielos azules que se vuelven blancos y de risas, confidencias, paseos y cierto desamparo en el horizonte. Verano a verano LIBERAKI nos cuenta de manera sutil cómo el tiempo va cambiando nuestra vida imperceptiblemente, si la miramos a diario, pero de forma trascendental si nos alejamos un poco. Pero también es el retrato de una feminidad diversa, compleja y, en ocasiones, contradictoria: una historia que encierra todo el encanto de aquellos momentos que, sin casi advertirlo, acaban convirtiéndose en los momentos decisivos de una vida sólo cuando se echa la vista atrás. Todo ello contado, además, de una forma hermosa e inusual, atrevida, distinta a como lo hacían otros escritores de su generación.
Una auténtica delicia que ha rescatado la editorial Periférica para nuestro deleite veraniego.
Miguel Ibáñez. Librería en Alcañiz