Los ceses fueron los ritos más seguidos ayer en la Ruta del Tambor y el Bombo
Y se hizo el silencio. La Ruta del Tambor y el Bombo ha vivido intensamente sus escasos dos días de toque ininterrumpido. Cada procesión, acto y ritual ha cautivado a miles de visitantes y turistas que no han querido perderse detalle de esta Semana Santa que va camino, junto a las de los nueve pueblos de la Ruta, de convertirse en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Previsiblemente, la declaración llegará en noviembre.
Ayer, los nueve pueblos cesaron el toque en emotivos actos que volvieron a poner el vello de punta a todos los tamborileros porque, si el romper la Hora es el momento más mediática, el cese del toque se ha convertido en uno de los más emotivos y queridos de las localidades de Calanda, Albalate, Urrea, Samper, Andorra, y La Puebla. Con abrazos que dicen adiós a los reencuentros y lágrimas de recuerdo a los que ya no están, los bajoaragoneses se despidieron de sus instrumentos hasta el año que viene.
Calanda fue el primero en parar a las dos de la tarde pese a que había sido el último en empezar el Viernes Santo a las doce. Lo hizo a golpe de corneta y marcha palillera. Con la mirada puesta en el cielo, la marea morada que abarrotó la plaza y las calles adyacentes recordó a Mosen Vicente Allanegui, uno de los percusores de la Semana Santa actual, y a todos los fallecidos. El sol brillaba con fuerza y los bebés, en sus carros, dormían pese al sonido atronador de los tambores y bombos. Los calandinos apremiaron los últimos redobles como si fuera la última vez.
Y, poco a poco, fue cesando el toque en todos los pueblos para terminar en La Puebla de Híjar a las diez de la noche. Allí, la plaza del Ayuntamiento se tiñó de negro y los redobles sirvieron de lenguaje universal para despedir una tradición que va ganando adeptos generación tras generación. El momento en el que el alcalde, Pedro Bello, levantó los palillos al aire para callar a todos fue espectacular y sobrecogedor.