Manuel Conte Lorente
Músico
En los inicios de la primavera de 1959 ya esperaba el Domingo de Ramos con ganas. Imaginaba una calle Mayor repleta de gente, cubierta de laurel, olivo y palma. Abundantes ramos adornados con golosinas provocando una infantil competición ajena a la solemnidad del momento. La Burreta avanzaría a hombros de sus costaleros franqueada por apóstoles y cofrades. Los alumnos del Instituto entonarían el himno «si valgo poco mi buen Señor para una hazaña digna de ti…» Esperaba un día de estreno, de fotos, de comida familiar, de fiesta.
Fue así.
Apenas seis meses llevaba asistiendo a la academia de música. Entendía el solfeo y quería tocar la trompeta, como mi tío «Lino». Don Saturnino, el director, había dicho que el alcalde, don Miguel Morales, quería que la banda de música saliera a tocar en la procesión del Santo Entierro.
La banda no vivía un buen momento y solamente disponía de 6 músicos veteranos y de 4 educandos, pero, se «tenía» que tocar.
…la mañana del día 27 de marzo, Viernes Santo, era fresca y soleada. En el solanar de mi casa, en la calle Morera, al abrigo, el abuelo Pedro limpiaba con «Netol», sin demasiado éxito, un viejo fliscorno. No era para menos, su nieto iba a salir en la procesión con la banda de música por primera vez.
Al caer la tarde, yo permanecía inmóvil en la puerta del Caritatero abrazado al instrumento. Tenía 10 años y todo llamaba mi atención. En un controlado desorden la procesión estaba formándose. Miré fijamente a la fija mirada del Nazareno, aspiré el olor a incienso y cera, observé esbeltas mantillas de encaje, guardias civiles vestidos de gala, ojos desconocidos bajo el «capuchón». Miré de nuevo la fija mirada del Nazareno y seguí acumulandosensaciones que me mantenían absorto, vivencias que quedarían tatuadas en mi corazón de niño.
Varios toques de bombo me devolvieron a la realidad. Había que tocar. Al golpe de batuta la marcha fúnebre «El Cristo del Perdón» sonó insegura como persiguiendo la escasa luz que ofrecían las escasas bombillas de la calle. Mi abuelo, con su traje de pana negra, no se separó de mí ni un momento. Fue la primera y última vez que me acompañó.
La banda municipal se disolvió el 27 de septiembre de 1960.
Han pasado 60 años de aquella, mi primera Semana Santa. Y yo continúo estudiando la trompeta y he participado en las procesiones de Semana Santa muchas veces, viviendo, en primera persona, su imparable metamorfosis.
Han pasado 60 años de aquella, mi primera Semana Santa. Nada ha cambiado. Sigo esperando en la puerta del Caritatero, abrazado al instrumento, impaciente por volver a mirar, fijamente, la fija mirada del Nazareno.
Buena Semana Santa.