Estamos, amigos lectores, en medio de una oscura y brumosa noche del solsticio de invierno, en el pequeño pueblo inglés de Radcot, a orillas de un Támesis que, más que verse, se intuye. Allí los lugareños se reúnen, desde hace cientos de años, en la taberna Swan, para compartir un trago y contarse historias llenas de sabiduría popular. De hecho, la taberna es famosa por congregar a los mejores narradores de cuentos populares de todo el contorno. Sin embargo, en esa noche de solsticio y tertulia, ésta se va a ver interrumpida por la llegada de un hombre misterioso empapado en sangre que carga en sus brazos con una niña inconsciente. Antes de que el hombre pueda ofrecer explicación alguna, se desploma. Mientras tanto, río arriba, dos familias buscan desesperadamente a sus hijas: Alice, a la que nadie ha visto desde hace veinticuatro horas, tras el suicidio de su madre, y Amelia, desaparecida dos años atrás sin dejar rastro.
Bueno, el caso es que, en ciertas ocasiones, el fenómeno «best seller» acaba haciendo justicia con algunos escritores de una calidad literaria fuera de toda duda -siempre ponemos de ejemplo al gran Stephen King-. Escritores en donde coincide la erudición narrativa y el gusto por ofrecer un texto de entretenimiento, o sea: una buena novela. Y la escritora británica DIANE SETTERFIELD es quizás, en la actualidad, el ejemplo más acabado de ello. Ya nos lo demostró con su primera obra: «El cuento número trece», que se convirtió en un éxito de ventas mundial al poco de ser publicada, siendo traducida a treinta y ocho idiomas.
Y seguramente sucederá lo mismo con esta: «ERASE UNA VEZ LA TABERNA SWAN». Un texto caleidoscópico, con multitud de personajes, de subtramas; con tendencia al cuento popular y al relato gótico. Con la necesidad de una lectura lenta y llena de magia: una lectura profundamente descriptiva en la que, sin darnos cuenta, nos dejamos mecer por su cadencia cual si fluyéramos por sus páginas al igual que lo haríamos por el Támesis. Parece, incluso, que la SETTERFIELD no tenga prisa ninguna por llegar a destino, incluso que juega con el lector a despistarlo. Mi consejo, en este caso, es leer con más lentitud todavía, disfrutar de la belleza de una prosa que tan magistralmente nos traslada a los escenarios y, de forma muy especial, al interior de sus personajes para así, llegado el final, dejarse conmover por una explosión de emociones.