Los nietos e hijos de Joaquín y Tomasa continúan con la tradición recibida de sus ancestros
La Semana Santa se respira por los cuatro costados en este antiguo molino de harina de la calle Mayor de Urrea de Gaén reconvertido hace años en vivienda. «En esta casa no se duerme esos días… Todo lo que pasa, pasa por aquí», señalan. Se convierte en el centro de operaciones desde el que se organizan esos días en esta familia que no para mucho en casa porque todos participan.
Joaquín Sanz y Tomasa Calmache, que recibieron de sus padres y madres la vivencia de la Semana Santa, han transmitido a sus hijas e hijo esta costumbre y ellos hacen lo propio con la tercera generación. «Sin ninguna imposición. No funcionan las cosas de esa forma», aclaran. Joaquín nació el Jueves Santo de 1943, jugada que por unos días no repitió uno de sus nietos. En el molino se encontró un tambor que pasó escondido toda la guerra. Es antiquísimo, calcula que de finales del siglo XIX, y lo conserva tal cual.
Dice que su madre Francisca vivía mucho más la Semana Santa, ya que «era Franciscana y muy espiritual» pero de su padre heredó tres cosas: el gusto por el oficio de artesano y al tambor y la afición a la música. El primero que tuvo era el que llevaban en la pequeña orquesta en la que tocaba su padre el saxofón en su tiempo libre. «Pesaba muchísimo pero cuando venía mi tío de Madrid se lo daban a él porque era el mejor que había», sonríe. Su padre le enseñó a leer música y a partir de ahí comenzó a tocar con método. Atesora decenas y decenas de partituras de composiciones de toques propios. «Me he interesado mucho por la percusión, he estudiado mucho los rudimentos, las estructuras base que se dan en Conservatorio», dice. «Con métodos franceses, alemán, americanos varios, de España, ruso, francés… porque de la época napoleónica me interesa mucho la forma de tocar de ese imperio», reflexiona. Lo pone en práctica y en redes sociales como Drum Aragón se le puede ver en acción.
«Hay percusión en todo el mundo, es la manera más antigua de hacer música», apoya su hijo quien recuerda que la primera vez que salió a tocar fue con unos tres años y con un tambor que le hizo su padre el día anterior. «Me puso una bolsa de abono de plástico como piel pero llovió mucho y lo rompí. Muchos años después, ese mismo fue el primero para mis hijos ya con una piel de ternera que le puse», cuenta él quien cada Santo Entierro saca el tambor y la túnica de su abuelo.
El primer recuerdo de su hermana María es el traje de hebrea. «Luego ya llegó el tambor y desde hace unos años salgo de negro con la Virgen de los Dolores», cuenta. Su hermana Gema, su padre y su madre también acompañan ya que la talla fue donada por la familia materna. Cuando se compró la nueva, la antigua estuvo muchos años en casa con la abuela María. «Mi padre también era muy de tocar el tambor con la cuadrilla y todo eso ha llegado», explica Tomasa.
Repartidos entre Zaragoza, Sabiñánigo y Urrea, esa casa es el centro y María se emociona cuando los visualiza vistiéndose allí para irse de procesión. Su hija Natalia también sale con su tambor y cuando hace falta, llevando la peana de la Virgen ya que entre toda la familia, junto al resto de primos, se reparten esta labor. «Dicen que en Urrea, por ser el pueblo más pequeño, se vive más íntimo y familiar y así la sentimos nosotros. Quien viene a casa, tiene tambor y túnica para ser parte de esto», añaden.