Un total de 345 kilómetros son los que separan Vitoria de Calanda. Otros 247 desde Barcelona, y casi 3.000 si uno llega en coche a este pueblo del Bajo Aragón desde Rumanía. Pero el día del Pilar no hay distancia que importe: todo aquel vecino que guarde algún tipo de relación con el municipio quiere estar presente en él cada 12 de octubre.
Estos lugares fueron este jueves solo algunos de los tantos desde donde vecinos y vecinas se acercaron para cumplir con esta tradición, cada uno con su propia historia detrás. Aitana, por ejemplo, llegaba desde Barcelona al pueblo de su abuela portando un traje regional de Andalucía acompañado por las joyas de su «yaya». «Mi abuela se mudó de allí a Calanda. Así la llevo conmigo, nuestras raíces están aquí», explicaba mientras permanecía vigilante en su hueco de la fila para no perder su turno.
La joven fue una de las primeras en pasar a dejar las flores mientras otros tantos vecinos acababan de llegar a la plaza y el Cachirulo comenzaba a hacer sonar sus voces y guitarras. De hecho, esta era la primera vez que Aitana participaba, algo que le generaba «gran emoción». Su acompañante fue Alessia, amiga que, pese a no haberse desplazado desde ningún lugar, también quiso recordar sus raíces vistiéndose con un traje tradicional de Rumanía. «Mi familia y yo viajamos usualmente a nuestro país, pero vivimos aquí. Y me siento de aquí. Salgo todos los años a ver a la Virgen, para mí es muy emocionante», afirmó.
No tardaron mucho en llegar al altar, y mientras ambas sonreían en el escenario para la foto de recuerdo, la fila de espera comenzaba a animarse poco a poco. Las reinas tampoco tardaron en realizar su aparición, ni tampoco el Ayuntamiento y sus invitados. Alberto Herrero, el alcalde, subió primero con la comitiva y seguidamente con su hija pequeña, símbolo de que esta es una cita que «debe vivirse con los nuestros». «Cada año parece que sale más y más gente, de todas las edades. Y este no ha sido la excepción. Es un orgullo», dijo.
Tras ellos, otros tantos grupos se fueron posicionando para esperar bajo el sol y ver a su patrona. En todos ellos, niños, jóvenes y adultos se mezclaban entre residentes y otros que también llegaban desde sitios algo más cercanos. Fue el caso de la familia que descartó su ciudad, Zaragoza, para en cambio pasar este día del Pilar en «su pueblo de toda la vida», o la joven de Caspe que salió a la ofrenda con todos los familiares de su novio calandino.
Y es que es usual que quien lo ha vivido desde siempre o por lo menos una vez invite a sus seres queridos para que también puedan disfrutar de este día. Es lo que Pilar, tía de Cristina Valimañas, quiso hacer este año con su nuera, quien llegó desde Vitoria para vivir la experiencia tras la invitación de su familia. «Hace mucho que no me vestía. Pero este año tenía que volver porque estábamos todos y eso es lo importante», celebraba Pilar.
La fila de espera se alargó durante más de dos horas, y también las historias especiales entre sus asistentes. La peña ‘El Dragoneo’, por ejemplo, sacó por primera vez cesta de flores para conmemorar los diez años que el año que viene cumplirán como asociación. También hubo muchos padres primerizos que salieron con sus hijos por primera vez, así como abuelas y abuelos que volvían a participar tal y como llevan haciendo «desde siempre».
Historias que se unían también a quizás la más especial para muchos, la de los voluntarios que un día se unieron para sacar adelante esta tradición y desde entonces no fallan ningún año. Este jueves, como siempre, fueron los primeros en llegar, y los últimos en despedirse de una plaza que volvió a demostrar la devoción de todos sus vecinos. «Llevo más de 40 años viniendo aquí el Día del Pilar para organizar las flores. Es algo que nos mueve y que no dejaremos de hacer», afirmó Pedro Caldú, motor de este grupo.