Bajoaragoneses por el Mundo: El voluntariado en educación ha llevado a Dina Celma Carrión a tres países en dos años
Es junio y con los últimos coletazos del curso, Dina llega cargada. Lleva el material para preparar el final de uno de los centros en los que trabaja de forma temporal en Zaragoza. Allí recaló después de viajar a Perú, Irlanda, Paraguay y Egipto. «El primer viaje fue en febrero de 2016», dice y se ríe ante el asombro de quién le ha hecho la pregunta. «¡Sí, me ha cundido, no he hecho otra cosa que ir de un lado a otro!», reconoce.
A estos países, salvo Irlanda, le llevó el voluntariado. Ya había realizado prácticas en Zaragoza pero, al finalizar el grado en Magisterio Infantil, decidió tomar el camino que le ofrecía la universidad de realizar prácticas de cooperación a nivel internacional. Voló a Perú, a varios colegios rurales del departamento de Lambayeque, al norte del país entre febrero y abril, justo en el inicio del curso allí.
Estaba de apoyo a los maestros que se centraban en crear rutinas con los pequeños que permanecieran todo el curso. Allí desarrolló parte de su trabajo final de carrera realizando un estudio de cómo influye la comunicación no verbal en el aprendizaje de los niños. «Me salió que influye el contacto y, sobre todo, los abrazos. Me interesa la educación emocional y en los sitios en los que he estado he tratado de poner en práctica pautas que a veces funciona y a veces no».
A su regreso, y tras pasar el verano en Alcañiz, vio que debía aprender inglés pensando en su futuro laboral y se fue a Irlanda con una familia. Ocho meses después, y con un poco más de seguridad con el idioma, se cruzó Paraguay en el camino.
Quería hacer otro voluntariado, buscó proyecto a través de Universa, un programa vinculado a la universidad pero con funcionamiento aparte. «Ellos ejercen como intermediario y te ponen en contacto con la organización encargada del proyecto en el país en cuestión», cuenta. En este caso era un conservatorio. «Les advertí que no tenía ni idea de música pero me dijeron que siendo maestra podía ayudar en muchas cosas porque necesitaban mucha ayuda», relata.
Se fue y, efectivamente, toda la ayuda fue poca en pleno final de curso entre actividades y preparativo de toda la burocracia junto a la directora. «¿Ves cómo voy cargada de cosas para el final de curso? Pues igual pero allí», cuenta divertida con una risa que espanta cualquier momento duro. «Hay cosas difíciles de asimilar, sobre todo, los sitios con contrastes muy visibles entre zonas pobres y ricas», añade.
El regreso fue especial porque sabía que le esperaba Egipto, ya que aplazó este voluntariado para ir a Paraguay. «El Cairo fue diferente a todo, tanto por la ciudad gigante, como por la cultura tan distinta a la Latinoamericana», reflexiona. Daba inglés a niños de 2 a 6 años refugiados africanos que no conocían el idioma. «A veces, la labor era darles cariño», cuenta. Allí coincidió con más gente también en cooperación en otras disciplinas.

Quiere ganar un poco de estabilidad y de momento está en Zaragoza pero su cabeza vuela. «Aunque recibas ayudas, siempre hay que pagar, invertir esfuerzo en cursos y en papeleo… Me enriquece mucho personalmente porque voy a trabajar y a ayudar pero yo recibo más de lo que doy… Creo que es lo que me motiva a seguir y lo que me hace pensar que, si puedo, habrá más destinos», concluye.