Hace casi ocho años Maite cambió Pinar del Río por el Bajo Aragón, tierra en la que vive de lleno sus tradiciones
Entre chaquetas, pantalones y camisetas con precios más que apetecibles, aparece Maite. Siempre con su sonrisa y con los cinco sentidos puestos en responder las preguntas de quien se acerca a ella. Saluda y comparte complicidad con su compañera de tienda que en la avenida Aragón despacha a buen ritmo en plenas rebajas.
«La verdad es que estoy muy a gusto porque me encanta la moda», reconoce. Llegó a España el 28 de mayo de 2010 y lo hizo casada con Alberto. «Tras dos años de novios y viéndonos muy esporádicamente, comenzamos una vida en común, así que es imposible que esa fecha se me olvide», añade.
De la mano de Alberto llegó a Alcañiz, y agarrada a la misma mano entró a una vida y a una sociedad, la bajoaragonesa, en la que se ha hecho un enorme hueco. En el día a día alcañizano es una más. Y no es de boquilla porque disfruta como la que más en las fiestas con la peña, y vive como la que más las fechas clave de este territorio.
«Creo que la gente que no vive la tradición del sitio en el que está es que no conoce dónde vive», piensa y encuentra una explicación. «En Cuba somos muy de tradiciones también, hay muchas y muy arraigadas y creo que por eso me gusta conocer otras y meterme en las que ya considero mías, porque mi vida la he hecho en Alcañiz», reflexiona y menciona la Semana Santa porque sabe coger unos palillos y darle bien al tambor.
«Ver las procesiones y esa pasión con la que se vive… Es un sentimiento que yo también experimento, lo vivo y trato de explicar a mi gente», añade.
Recuerda que cuando llegó a Alcañiz todo le llamaba la atención. Tanto la forma de las relaciones personales como las laborales. «En Cuba hay una cultura de vida en comunidad con los vecinos y las jornadas laborales o de estudio empiezan temprano, sobre las ocho, y a las cinco estás fuera», dice.
Estudió Bachillerato en Secretariado e Informática y ejerció durante unos años antes de volar a España. «No tiene nada que ver con lo que he hecho desde que estoy aquí ni con la atención al público», apunta.
Su actividad en Alcañiz la compagina con alguna actividad extra como las sesiones de fotos y algunos desfiles y eventos relacionados con la moda. «Hace unos años me propusieron participar en uno que se organizó para recaudar fondos para la investigación contra el cáncer y, a partir de ahí, han salido más cosas que hago por afición porque me gusta», cuenta casi ruborizada.
A todo se adapta uno y ella lo hizo a la perfección. «Vine muy jovencita y eso creo que me ayudó. Eso y la familia de mi marido, que me lo pone fácil porque soy muy feliz pero hay momentos de nostalgia por mi familia y por mi país», confiesa.
Un país en el corazón
En Cuba, adonde ha regresado dos veces en estos casi ocho años, tiene a sus padres, hermana, sobrinas… «A todos», dice. «Cuando llego me vuelve todo mi acento de golpe», bromea y enseguida adopta un tono serio.
«Es que ser cubano es una identidad y eso no nos lo puede quitar nadie», añade. «Ahora parece que hay algo de aperturismo pero nada. El país no avanza y duele ver lo que sucede», resopla.
Ella se crió en Pinar del Río, un pueblo a dos horas de La Habana, en la zona de Viñales, un territorio cada vez más apreciado por los turistas pero con un futuro igualmente incierto que en el resto del país. «Hay buenísimas condiciones para estudiar una carrera como Medicina, de hecho los médicos cubanos tienen prestigio, pero luego no hay tecnología y eso hace que si alguien quiere prosperar se tenga que ir», lamenta.
«Cuba se merece ser lo que es, un gran país, y que su gente tenga la libertad para decidir cómo quiere que sea su vida», termina.
Recupera la sonrisa cuando se imagina pasando medio año en Cuba y el otro medio, en Alcañiz. «Es un buen plan de jubilación, ¿verdad?», se pregunta.