E.P.B / M.S.Z
Uno de los heridos en el trágico choque mortal ocurrido el viernes en la entrada de la curva del puente de la A-230, a tres kilómetros de Caspe, falleció este domingo por la tarde, lo que eleva a cuatro los ocupantes del vehículo que han perdido la vida en el siniestro. La víctima era pakistaní, como los ocho ocupantes de la furgoneta, y tenía 50 años.
Tras el siniestro, fue evacuado en una ambulancia del 061 al Hospital de Alcañiz aunque, el mismo viernes, y dado el empeoramiento de su estado, se le llevó al Hospital Miguel Servet, donde falleció. Otros cuatro compatriotas permanecen ingresados en Zaragoza. Dos heridos, de 45 y 19 años, sufrieron lesiones muy graves en el fatal siniestro y fueron evacuados en sendos helicópteros del 112 al Servet. Los otros dos heridos, de 27 y 47 años, fueron trasladados el viernes después del accidente desde Alcañiz hasta la MAZ de Zaragoza y su pronóstico es reservado.
El tractorista: «Los he visto venir directos y solo me ha dado tiempo a agarrarme al volante»
Había recorrido los 35 kilómetros que separan su localidad, Bujaraloz, de Caspe, en multitud de ocasiones. Pero cuando salió este viernes de casa con su tractor, sobre las 8.00, Antonio Ramón no podía imaginar que el que iniciaba sería un viaje que no olvidará en toda su vida. «Venía tranquilamente al taller y he vuelto a nacer», reconocía, todavía bastante afectado, sentado en la bionda de la A-230.«No he podido hacer nada. Los he visto venir directos hacia mí y solo me ha dado tiempo a agarrarme fuerte al volante», contaba, con la mirada todavía empañada. Pero sí que hizo, porque al percatarse de que la furgoneta de los temporeros trazaba la curva de forma extraña, aminoró la marcha e incluso llegó a detener su imponente tractor, un Fendt 824 de solo cuatro años.
El tractorista, de 45 años, llevaba puesto el cinturón y las luces. «Ya era de día, pero siempre que voy por carretera llevo puesta la iluminación y los rotativos. Por esta carretera circulan muchos camiones y toda prevención es poca«, indicaba. Cuando se produjo el brutal impacto con la furgoneta, el vecino de Bujaraloz se encontraba todavía cruzando el puente sobre el embalse de Mequinenza, pero ni siquiera le dio tiempo a pensar que podía precipitarse al agua desde 15 metros de altura, como hizo a finales de 2018 un camionero que resultó fallecido.
«La verdad es que el tractor ni se ha movido», aseguraba. Y no es de extrañar, ya que la mole que conducía pesa trece toneladas y apenas sufrió unos rasguños en la chapa.»Por si acaso, tras la colisión, lo primero que he hecho ha sido apagar el motor y las luces. Temía que alguna chispa pudiera provocar algún incendio», decía. Sabedor de su suerte, Antonio no podía ocultar su tristeza por el trágico suceso.
Otros accidentes: La curva maldita de la N-211
Son apenas cien metros de asfalto, pero se han convertido en el tramo más siniestro de la red viaria aragonesa. Tres accidentes, con otros tantos fallecidos en poco más de cinco meses así lo acreditan. La última muerte se produjo este pasado miércoles, cuando un vecino de Fraga de 36 años perdió el control de un camión cargado de pienso, volcó en el arcén y quedó atrapado en la cabina. La «curva maldita» que así se conoce ya al lugar donde se han producido todas estas salidas de vía se encuentra en el kilómetro 295,600 de la N-211, a mitad de camino entre las localidades zaragozanas de Caspe y Mequinenza. Pero, ¿a qué se debe semejante goteo de muertes? ¿Por qué circular por este lugar obliga a contener la respiración y aferrarse con fuerza al volante?
Cabría pensar que la falta de mantenimiento al que los ajustes presupuestarios han condenado a la red estatal de carreteras está detrás de tan importante sangría. Pero no parece ser el caso, ya que el asfalto está impoluto, sin grietas ni baches que sortear. De hecho, el firme de la N-211 presenta mejor estado que el de la mayoría de nacionales e incluso que el de muchos tramos de autovía. Para los usuarios de esta carretera, el problema es otro y radica, sobre todo, en el diseño original del tramo: un pronunciado descenso que «muere» en un giro cerrado y peraltado hacia la derecha.
«Siempre es lo mismo. Los camiones se dejan caer por la pendiente y al llegar a la curva les baila la carga, se desestabilizan y terminan volcando», explicaba esta semana una cuadrilla de mantenimiento. Y lo cierto es que los dos últimos fallecidos eran transportistas que descendían la pendiente en dirección hacia Mequinenza, se vieron incapaces de trazar el giro y perdieron la carga -uno llevaba cereal y el otro, fruta- en la cuneta. Como ellos, otro camionero volcó hace algún tiempo en este mismo lugar, dejando como testigo mudo del siniestro varias piezas de hormigón prefabricado. Por fortuna, este hombre logró salvar la vida.
Moteros en ruta hacia Alcañiz
A diferencia de la conflictiva y próxima N-II, por la que circulan a diario cientos de vehículos pesados, por la N-211 tan solo transitan camiones de ganado que traen y llevan cerdos a las numerosas granjas del Bajo Aragón zaragozano y de fruta en la temporada de recolección. Pero entre las víctimas de esta curva maldita se incluyen también motoristas, ya que esta nacional constituye el principal acceso al circuito turolense de Motorland. El serpenteante trazado de esta nacional, con continuas subidas y bajadas entre pinares, hacen además de este un recorrido idílico para los aficionados a las dos ruedas. La última motorista fallecida fue una ciudadana británica que rodó sobre el asfalto el pasado 18 de julio cuando regresaba de Alcañiz.
El hielo y la niebla, otro problema
Al peligro que supone salir de un giro tan cerrado se suma la singular meteorología de la zona, donde el hielo y la niebla son una constante. «La proximidad al pantano de Mequinenza hace que te puedas encontrar con un banco de niebla en cualquier momento, lo que obliga a extremar la precaución, sobre todo por la noche», explicaban esta semana quienes se encargan del mantenimiento de la N-211. La nacional tiene también muchos puntos sombríos, lo que favorece la formación de placas de hielo en la calzada cuando se desploman los termómetros. Para reducir el peligro, las cuadrillas de conservación están recorriendo cada tarde el trazado arrojando sal.
La accidentada orografía del terreno dificulta también la recepción de la señal de telefonía, hasta el punto de que durante la mayor parte del día es imposible hacer una llamada desde la siniestra curva del kilómetro 295,600. Algo que sin duda puede retrasar el rescate de las víctimas, ya que ni ellas ni quienes intentan socorrerlas pueden llamar a las emergencias.
Lo cierto es que la estadística es preocupante y obliga a buscar una solución, que a falta de una intervención más ambiciosa debería pasar por una urgente reseñalización que advierta del peligro.