La tradición manda pedir siempre un deseo por cada estrella fugaz que uno vea. Luego, ya se sabe, se pueden cumplir o no. Pero este miércoles, y sin pedírselo a las Perseidas, se hacía realidad una de las ilusiones del Monasterio de el Olivar de Esteruel. «Durante el confinamiento nos empeñábamos en seguir cortando el césped, en cuidar las roseras, porque sabíamos que este día llegaría», aseguraba fray Fernando Ruiz durante la presentación de la cita que reunió a unos 170 amantes del cielo estrellado para la observación astronómica programada en el pico de incidencia de las Lágrimas de San Lorenzo.
Una noche de cielo oscuro, sin nubes y con muchas, muchísimas estrellas. Algunas fugaces y otras no tanto, porque llevan en lo alto millones y millones de años. Familias, parejas, grupos de amigos y hasta niños que apenas superaban los cuatro años disfrutaron de las explicaciones y de un gran ambiente en la zona del campo de fútbol del Monasterio, que cuenta con el sello Starlight.
Tres explicaciones sobre el espacio se intercalaron con momentos de contemplación, no solo de las Lágrimas de San Lorenzo, sino de constelaciones como la Osa Mayor o Casiopea, estrellas como Arturo y planetas como Marte, Júpiter y Saturno. Precisamente estos dos últimos astros pudieron contemplarse a la perfección gracias a dos telescopios por los que pasaron todas aquellas personas que quisieron, y que se llevaron una grata experiencia.
Tres horas de actividad en las que las medidas de seguridad estuvieron presentes, con espacios acotados en los que se repartían pequeños grupos instalados en «islas» para respetar la distancia social. Uso de mascarilla y gel hidroalcohólico disponible en el puesto instalado a la entrada completaron el operativo para hacer segura la actividad. Ambiente agradable, familiar, en una oscuridad plena marcada únicamente por alguna luz que permitía hacer impresionantes fotografías a los asistentes, con el marco incomparable del firmamento estrellado.
Y como toda buena celebración, la cita acabó con un brindis final por el cielo de Teruel, y agradeciendo la presencia a los asistentes, a la organización y todos los colaboradores que hicieron posible la actividad. A la salida los integrantes de cada «isla» entregaron un sobre con una aportación en base a su valoración de la experiencia. «No sabíamos qué precio poner», aseguraba la voz de Fernando Ruiz cuando despedía el encuentro. No es de extrañar porque, ¿quién sabría poner precio al mágico cielo de Teruel?