Siempre están ahí. En condiciones normalizadas y también ahora, cuando el estado de alarma lo ha desbaratado todo las farmacias siguen abriendo las persianas y surtiendo a decenas de botiquines. De entre las personas que cruzan el umbral de su puerta a diario hay pocos clientes y sí muchos vecinos y vecinas a quienes conocen por su nombre saben de su situación de salud y familiar. La carga emocional por sus mayores de este estado de alarma pesa sobre la carga laboral que supone una reorganización rápida marcada por la única pauta de la incertidumbre.
Han encarado la situación sin apenas protección ante la imposibilidad de conseguir mascarillas, geles o guantes a través de sus proveedores. Se han parapetado con mamparas y con una limpieza exhaustiva y continuada de mostrador y establecimiento. Cruzan los dedos para que se mantengan a cero las bajas de personal en la provincia. Más si cabe en las farmacias de personal único de pequeñas poblaciones, -que representan el 20%– y de las que dependen decenas de botiquines. En ese caso, se turnarían las guardias.
Fijan en el 13 de marzo el día en que el Consejo General de Colegios Farmacéuticos elevó al ministerio sus solicitudes para ampliar la prestación de sus servicios y agilizar. Entre ellas, renovaciones de recetas, visados, llevar medicamentos a domicilio -que se hace a través de voluntariado de entidades como Cruz Roja- o recibir en las farmacias medicación de recogida en hospitales. «Todavía seguimos con estas cuestiones bloqueadas», lamenta Pura Carela, miembro del Colegio de Farmacéuticos de Teruel. «Nuestras actuaciones deben ir canalizadas por ministerio y consejerías y estamos un poco atados, pero el ofrecimiento está», añade la alcañizana que, por otro lado, entiende «que es una situación excepcional y ya habrá tiempo de analizar». El ministerio de Sanidad dio el visto bueno firmando un protocolo con el Consejo General. Ahora, queda el del DGA desde donde aseguran que «se trabaja en ello».
Una labor multisectorial
Por todo esto sentó como un doloroso jarro de agua fría una rueda de prensa en la que en Madrid se les excluyó de personal sanitario. «¿Qué somos?», se preguntan e invitan a buscar la figura del farmacéutico más allá de oficina. Están en industria, hospitales, centros de salud, salud pública y laboratorios, entre otros ámbitos.
En Caspe, son varias las farmacias que continúan abiertas durante el estado de alarma. Una de ellas es Farmacia Ana Senante, en la calle Gumá, que se ha quedado desierta menos por un par de comercios más: una panadería y una frutería. En esta farmacia caspolina los clientes, quienes antes realizaban una fila que no llegaba más allá de la mitad de la tienda, ahora deben esperar pacientemente tras unas líneas ampliamente separadas, lo que provoca que las personas lleguen hasta la calle. «Piden muchos medicamentos distintos pero destacan (como ocurre en todas las farmacias desde el primer día) la demanda de mascarillas y guantes, además de geles, algo que lleva agotado desde la primera semana», explica una de las farmacéuticas. «También piden alcohol, cualquier desinfectante, glicerina y mucho paracetamol».
A los usuarios les «ruegan» buenas prácticas por la salud de todos. Hacer compras previsoras para no acudir cada día o llamar por teléfono antes de pensar en ir, son solo algunas. Además, al hilo de las mascarillas, advierten del peligro de estas con la sensación de falsa seguridad que crean. «Quien la lleva se cree que ya es inmune y no es así y menos si se incurre en malas prácticas como quitársela al hablar, entre otras muchas que ven», concluyen.