La tercera página de nuestra sección ‘Diario de un confinamiento’ la escribimos junto a Fernando Ruiz, padre superior del Monasterio Mercedario del Olivar, ubicado en Estercuel. El religioso nos explica cómo ha cambiado la vida en Monasterio y por qué esta es una oportunidad para aprender a valorar otro tipo de cosas.
En primer lugar, ¿qué tal estáis?
Nosotros estamos bien, con paz, trabajando y con buena salud. Pero también con preocupación y sufrimiento por todo lo que están viviendo nuestros hermanos y las personas que están a nuestro alrededor.
El recogimiento es una de vuestras premisas, ¿ha cambiado mucho la vida en el Monasterio del Olivar?
No, no ha cambiado mucho. Desde que se fundó, hace 760 años, este ha sido un lugar de relativo recogimiento. Nosotros no somos monjes que hagamos una vida monástica de clausura absoluta pero este sí que es un lugar de recogimiento en el que la comunidad siempre ha estado más distante y donde se ha tenido más tiempo para la oración, la reflexión y la vida de familia. Lo que sí echamos en falta es poder acudir a los pueblos, poder celebrar la Eucaristía allí y también la atención pastoral a la cárcel de Teruel, que realizábamos desde hace poco tiempo. Fuera de eso la vida de cada día sigue igual.
¿Cuántas personas estáis ahora mismo en el Monasterio?
Somos cuatro frailes. También está con nosotros un voluntario de forma prácticamente permanente y ahora habían venido otras cuatro personas para hacer una colaboración y han decidido quedarse aquí. Por lo tanto estamos nueve personas, una familia grande que está pasando junta estos días de incertidumbre.
Estáis a las afueras de Estercuel, ¿os es más complicado el abastecimiento de alimentos en estos días?
Estamos a cuatro kilómetros del pueblo, esto hace que concentremos las pocas salidas que sean absolutamente necesarias. En principio no hay problema ni en la tienda del pueblo ni en la farmacia, estamos bien. Además, como la hospedería abastecía a un número grande de personas ahora el problema es que tenemos muchísimas cosas en las cámaras y tenemos alimentos quizá para demasiado tiempo.
¿Había alguna persona alojada cuando todo esto estalló?
Sí, había algunos y tuvieron que marcharse. Luego nosotros estuvimos recibiendo cancelaciones y llamando a las personas que tenían reserva para decirles que no les podíamos recibir. El viernes 13 de marzo ya hicimos una reunión de comunidad y cancelamos las actividades de hospedería. Estamos ahora preparándonos para cuando pueda volver la gente.
¿En qué ocupáis el tiempo? Imagino que habrá mucho que hacer...
Sí, a nosotros se nos hacen cortos los días. Lo primero es la oración: por la mañana tenemos un rato largo para estar juntos, orar, escuchar la palabra de Dios y meditar en silencio. Celebramos la Eucaristía, un privilegio, porque muchos otros que querrían acudir a la Eucaristía no pueden. Después desayunamos y repartimos las tareas. Mantenimiento de la casa, limpieza, y labores de campo: nos preocupamos de los olivos, del huerto… y otros trabajos que tienen que ver con la Hospedería y la administración. Esto nos mantiene más que ocupados. Nunca acabamos todo lo que tenemos que hacer pero procuramos quedar de vez en cuando para tomar un café, compartir noticias e informaciones. Entre esto y la oración de la tarde tenemos todo el día ocupado. También nos preocupamos de salir a caminar, siempre dentro de los límites del Monasterio. Nuestro confinamiento incluye muchas tierras, mucho campo.
El lugar es, sin duda, bonito y acogedor...
Es muy especial. Estamos entre el límite de las Comarcas de Andorra-Sierra de Arcos, Maestrazgo y Cuencas Mineras y a todas pertenecemos de alguna manera. El territorio también tiene esto, tiene zonas agrestes, cabras montesas, buitres, pajarillos… Y simplemente salir a las tierras para hacer algunas comprobaciones ya significa que nos encontramos corzos, cabras montesas y demás. Luego, por la noche, como hacemos una parte de astronomía y observación de estrellas, cuando la noche está despejada también sacamos algunas fotos para compartir con la gente que tiene que estar viendo cemento continuamente.
¿Es esto lo que buscan los que se alojan en este lugar?
Don Antonio, nuestro Obispo, nos dijo una vez que estuvo aquí: «Ya sé qué nombre le pondría a esto: la huella del silencio». Creo que definió muy bien lo que busca la gente, un espacio de naturaleza y de paz, un espacio en el que también la arquitectura tiene su hueco y habla de esa armonía. Alguna vez aparece algún despistado que nos ha encontrado por Booking y que se queja de que no hay televisión en las habitaciones y pregunta que dónde está el bar (ríe). La mayor parte de la gente sabe que aquí lo que va a encontrar es arquitectura, naturaleza, armonía y paz. Esperemos que siga mucha gente buscando esto una vez termine esta etapa.
Has señalado muchas cuestiones pero faltaría el arte, hasta donde sé contáis con una estupenda colección de cuadros de Nati Cañada...
Sí, sí. Precisamente el otro día hablamos con ella porque estamos pensando ampliar la presentación, que actualmente ya es la más grande en número de cuadros y en recorrido histórico de la pintura. Esta colección habla mucho de lo que es el Monasterio, pero también de lo que es ella, una persona que sabe retratar el alma y que sabe transmitir lo que las personas son por dentro. Es algo que merece la pena ver y cuando enseñamos el Monasterio dedicamos tiempo a que la gente lo pueda contemplar. Esperamos en un futuro cercano poder hacer una exposición un poco más grande para que la gente conozca a nuestra paisana, a esta persona que creo que es uno de los grandes valores que tenemos en Teruel.
Inevitable hablar de la Semana Santa, su suspensión ha caído como un jarro de agua fría en nuestros pueblos, ¿puede ser esto una oportunidad?
Sí, evidentemente. Todo esto nos lleva a descubrir otras cosas. El confinamiento nos lleva a descubrir la familia, la lectura, el silencio, la reflexión… En la cuestión religiosa nos va a llevar a descubrir que nuestra religión cristiana es un encuentro con Jesucristo, para lo cual utilizamos tradiciones y procesiones, sí, pero lo importante no es mirar tal imagen o hacer tal toque de tambor, lo importante es que se utiliza para encontrarnos con Jesucristo. Ahora lo vamos a tener que hacer desde la soledad, con medios informáticos, con toques que se harán en los balcones… vamos a enfrentar esta situación desde estas maneras nuevas. Nosotros estamos convencidos de que eso nos va a llevar a un éxodo, social y espiritual.
A este respecto, la solidaridad de nuestros vecinos es hoy la mejor cara de una situación compleja y dolorosa...
Sí, eso es lo más importante. Cuando hacíamos conversaciones de bar muchas veces nos íbamos a lo negativo, nos dedicábamos a criticar con mucha ligereza a todo el mundo. Ahora lo que descubrimos es que todos tenemos ganas de ayudar, que las personas tenemos un corazón y que lo que más deseamos es ser útiles. Precisamente en esta situación, en la que nos piden que seamos útiles quedándonos en casa, ansiamos hacer todo lo posible por los demás. Estos signos de solidaridad puntuales son la muestra del esfuerzo que están haciendo todos los ciudadanos por mantener esa ayuda a todas las personas vulnerables. Eso nos habla del corazón humano, de la maravilla del corazón humano.
¿Qué consejo o mensaje lanzarías?
El mensaje principal es que no estamos solos. El confinamiento es únicamente físico, en horizontal, pero en vertical, en lo profundo, en lo espiritual, hay una comunión que va mucho más allá que la comunicación informática o los pequeños signos visuales. Esta es una gran oportunidad para dar lo mejor de nosotros mismos y para vivir con espiritualidad y profundidad. También me gustaría decir que no nos asuste el silencio, que no nos asuste la abundancia de la vida de familia, de la cercanía. Tenemos mucho que vivir, tenemos mucho que recorrer y esta experiencia nos va a marcar a todos.