Dionisio Aquino llegó hace 14 años a España desde Paraguay. Reside en Alcañiz muy implicado socialmente
Dionisio posee una mente muy inquieta y es un enorme conversador. «Para mí, el hecho de encontrar no es el final, sé lo que quiero buscar y eso me lleva a la acción», dice. Estudió Filosofía y Teología en Paraguay y en España, Psicología en la UNED y Psicoterapia Gestalt en Zaragoza. Su tiempo lo reparte entre su trabajo, el estudio, la lectura y el voluntariado en Alcañiz.
«¿Qué por qué paso tiempo con los ancianos del Santo Ángel? Es una acción de gratitud porque lo primero que hice en España fue cuidar a dos personas mayores», responde. «Siempre dije que cuando tuviera un empleo que me diera para vivir, haría voluntariado». Habla con una ternura exquisita de estas personas. «Es como entrar al Museo del Prado porque como las obras de arte, cada uno transmite algo y lo hace a través de su rostro o su historia. Me encanta acompañar desde el silencio; a veces solo se trata de contemplar, de saber ver», valora.
Se instaló en España en 2004 procedente de Paraguay. «Me voy a emocionar», avisa antes de rebuscar en su biografía emocional que se detiene en Puerto Edelira, uno de los distritos del departamento de Itapúa a 500 kilómetros de Asunción.
«Vivía en una compañía, lo que aquí serían masicos», cuenta. «¡Hablo de selva! Soy en antepenúltimo de 14 hermanos pero crecimos libres en el campo, en un paraje que por desgracia ha destrozado la agricultura agresiva», lamenta y reivindica la riqueza cultural por la que llaman «Crisol de razas» a su lugar de infancia. «Hubo inmigración japonesa y alemana y crecimos mezclados en el colegio San José Obrero. Descubrí la música y que la cultura alemana me encanta aunque nunca he ido a Alemania».
Los estudios superiores lo llevaron a la capital donde estudió Filosofía y Teología. Al mismo tiempo, la presión por ser homosexual aumentaba. En esos años visitó varias veces España hasta que tomó la decisión de «salir y poder ser auténtico».
Involucrado con su comunidad
Llegó a Zaragoza pero quería vivir en un pueblo y un trabajo en una granja de cerdos en Calanda le acercó al Bajo Aragón. «Pasé por la construcción también como peón, un trabajo que me gustó aunque no tenía ni idea pero le ponía voluntad. En España la medida de todo es cuatro y si me pedían cuatro ladrillos, llevaba cuatro contados y me quedaba corto, claro», ríe. «O me pedían puntas. ¡Qué iba a saber que eso son clavos!», remata. «Cosas de la vida ahora soy granjero. De todo aprendí», añade.
Que desde el inicio estuviera a gusto en España, no le libra de haber sufrido la ignorancia de una sociedad a veces injusta. «Al inicio viví alguna situación desagradable por mi tez morena, pero ¿qué le voy a decir a esa persona? Algo falla en la sociedad para que esa persona sea así», reflexiona sobre un asunto que le preocupa. «Tenemos el introyecto de no hablar con extraños y por culpa del rechazo perdemos oportunidades maravillosas».
Suele visitar su país pero el deber de cooperación lo tiene arraigado en Alcañiz. Tal es así que integró una lista electoral municipal en 2007 con CHA. «Para mí es una forma más de colaborar con la sociedad en la que vivo», añade y sonríe al recordar que su vida en España está colmada de momentos bonitos.
De hecho, en 2017 celebró con Carlos que hace ocho años que se casaron. En este tiempo ha brindado por muchos motivos, como por ejemplo, la primera vez que un villancico le evocó una comida navideña española y no de su país, el logro de la nacionalidad y la primera vez que pudo votar. «El sentimiento de pertenencia es mi tesoro y festejo todo lo que me lo proporciona», sonríe.