La capital bajoaragonesa vivió ayer su día grande con una multitudinaria ofrenda a su patrona
Cuando la Virgen de Pueyos llama, la sociedad alcañizana responde. Y lo hace con el fervor, la alegría y la participación propia de una localidad que cada año, al llegar el mes de septiembre, espera con ilusión la llegada de su día grande: el día de la Virgen de Pueyos.
Temprano, a las 8 de la mañana, la plaza de España comenzó a llenarse de vecinos que, trasnochadores o madrugadores, aguardaron por igual a la salida de la procesión con las pastas que ofreció el Cachirulo, asociación que, con motivo de su 50 aniversario, realizó andando todo el recorrido.
Con las pilas cargadas, los alcañizanos, la comparsa de gigantes y cabezudos, autoridades y reinas de fiestas iniciaron el ascenso hasta Pueyos. En a penas una hora, una riada de vecinos comenzó a desembocar a las puertas del santuario para dar comienzo a la ofrenda de flores.
Cientos de ramos comenzaron a conformar el manto de la Virgen en una mañana en la que fueron comunes las muestras de cariño entre amigos y familiares ataviados con los trajes tradicionales. En definitiva, un día en el que, como declaró el alcalde de la localidad, Juan Carlos Gracia Suso, «se unen todos los alcañizanos bajo un sentimiento de armonía y hermandad».
Con el manto floral completo, comenzó la multitudinaria liturgia acompañada por las jotas cantadas por los miembros del Cachirulo. Tras el fin de la misa, los vecinos cambiaron de localización para descansar en la zona del arbolado. Allí almorzaron reunidos en peñas y cuadrillas para mantener la energía de uno de los días más importantes de las fiestas de Alcañiz.