La plaza de toros de Maella es para sus vecinos aquel espacio que ha permitido mantener viva la tradición taurina de generación en generación a lo largo de los años. Inaugurada en 1922 bajo el nombre Las Arenas, se conmemora ahora el centenario de una plaza que no solo debe su importancia al gran número de figuras del toreo nacional que han pasado por ella, sino también al hecho de haber sido escenario de festejo y, sobre todo, el reflejo de la unión por una misma pasión hasta el día de hoy.
Cuentan en Maella que la afición por el mundo taurino ya estaba presente incluso antes de su construcción. Esos años, al no disponer de un lugar específico para realizar estos festejos, los vecinos y vecinas se organizaban para montar una especie de plaza con carros, barras de madera y otros enseres en la explanada frente al Castillo de la localidad.
No existen documentos que verifiquen el año exacto en el que inició su edificación, aunque varios vecinos recuerdan o conocen historias que cuentan cómo sus antepasados se involucraron en el proceso. Lo que sí se conoce es que esta arena fue levantada en un terreno privado ubicado en el barrio de San Sebastián que pertenecía a antepasados de los hermanos Luis y Antonio Ballo Suñer y Eloy Rufat Llop, quienes años más tarde venderían la plaza al Ayuntamiento. De hecho, uno de los únicos documentos que se conservan en torno a la historia de la arena es el de su compra por el entonces alcalde, Gabino Caballero Naranjo, quien la adquirió de forma oficial el 17 de abril de 1965 por el valor de 70.000 pesetas pagaderas en cuatro anualidades.
Esta es la única plaza de piedra de toda la comarca. La zona de terraplén sobre la que se sitúa facilitó la construcción de un graderío con capacidad para unas 1.200 personas que acompaña a un ruedo de 27 metros de diámetro, catalogándola así como una plaza de 3ª categoría sin callejón.

Desde sus primeros años era difícil que para cualquier evento quedara un sitio libre. Así lo recuerdan el alcalde, Jesús Zenón Gil, y el concejal de festejos, Felipe Cervera, quienes se enorgullecen de un éxito que se traslada hasta la actualidad. El primer encuentro taurino del que se tiene constancia ocurrió en 1922, cuando Nicanor Villalta, natural de Cretas y considerado uno de los principales matadores de toros del siglo XX, visitó la plaza de Maella para estrenarse en el toreo tras regresar de México.
De ahí en adelante, con cada llegada de las fiestas de agosto, el ruedo de Las Arenas ha sido escenario de otros tantos importantes festejos populares a cargo de toreros de la talla de José Ortega Cano, Pepe Luis Vázquez Silva, José Luis Moreno, Enrique Ponce, y otros tantos toreros aragoneses como Miguel Cinco Villas, Raúl Aranda o Roberto Bermejo, entre muchos otros.
Debido a sus características, la plaza de Maella no puede albergar corridas de toros o novilladas con picadores, por lo que todos quienes la han visitado lo han hecho siendo novilleros o becerristas. Como consecuencia, esta es una de las pocas plazas de toda Aragón conocida por su amplia trayectoria en el festejo de novilladas sin picadores.

Esto ha permitido consagrarla como ese espacio capaz de mantener viva la tradición taurina entre los aficionados de Maella, quienes han podido disfrutar de los inicios de diferentes figuras del toreo que a lo largo de estos 100 años de historia han elegido esta arena para iniciar su trayectoria. «Un festejo como las novilladas sin picadores permite que muchos de los grandes, cuando apenas tenían experiencia, conocieran el mundo del toreo en plazas como la nuestra. También anima a que muchos de nuestros jóvenes sean capaces de participar y vivir un festejo taurino, por eso es vital para el municipio», afirma Ángel Montaner, vecino de Maella y secretario de la Asociación Taurina «Las Arenas».
Una historia construida por vecinos
Son varios los nombres de vecinos de la localidad que resuenan cuando alguien pregunta por la historia de su plaza. Ellos son quienes iniciaron tradiciones únicas que todavía causan emoción en la memoria de quien las recuerda. «En muchos de los festejos, tras dar la típica vuelta al ruedo, el jinete Enrique Miravall, guiaba a los toreros, banderilleros y la cuadrilla de arrastre hasta la zona del palco de honor, desde donde el alcalde le lanzaba las llaves de los toriles, que eran alcanzadas por el jinete al vuelo entre los gritos de emoción de los espectadores. No recordamos haber visto algo igual en otra plaza», cuentan Daniel Bondía y Jesús Godina, miembros del Centro de Estudios Maellanos.
También marca la diferencia el gran número de jóvenes que colaboraban como cuadrillas de arrastre para que el espectáculo se realizara con éxito . De dicha tarea, que requería de gran implicación para que las caballerías fueran capaces de dar una vuelta al ruedo, fueron responsables durante años grupos como el de Paco Aguilar, «El Paleto», «Félix lo Chucho» o Emilio.

Nombres presentes a través de las voces que mantienen viva la historia, y otros que incluso quedan reflejados de forma tangible en las propias paredes del ruedo. El ejemplo es el caso de Joaquín Gracia Alcober, vecino para el que, tras su fallecimiento, los aficionados dedicaron una placa de honor en la que agradecen toda una vida dedicada de forma desinteresada a una plaza construida por y para sus vecinos.