El cambio de modelo de gestión de las residencias supone para Gustavo García, miembro de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales de Aragón una necesidad. Aboga por que estos centros sean en cualquier caso un «hogar» en el que las personas mayores tomen decisiones y vivan con la dignidad que merecen.
La situación en las residencias es muy diferente a la de hace un año…
He estado más de 40 años trabajando en el sector de los Servicios Sociales y nunca había vivido una situación así. Innarrable. No se puede explicar lo duro que fue. El maldito virus se cebó con las personas mayores. No teníamos las medidas de prevención que ahora sabemos que hay que tener, ni los medios, ni el conocimiento… era una bomba de relojería y por desgracia pasó lo que tenía que pasar. A esa situación tan dura y dramática, contando fallecidos a diario, se añadió que la sociedad miró a las residencias como si fueran culpables de algo de lo que en realidad eran víctimas. Y por desgracia muchos medios de comunicación se hicieron eco de eso. En algún programa de radio llegué a escuchar que las residencias eran ‘negocios de la muerte’, ‘pudrideros de ancianos’. No obstante, hemos tenido la suerte que en Aragón los medios tuvisteis una actitud diferente. Tratasteis el tema con muchísimo respeto y cariño y aprovecho ahora, que la situación es radicalmente distinta y de tranquilidad total gracias a vacuna y al esfuerzo de los centros residenciales, para agradecer la actitud que tuvisteis en esos momentos.
Hablaba hace un año de forma muy crítica de la demonización de las residencias… ¿Se las ve ahora con otros ojos?
Debería ser así. Los centros residenciales son lugares donde viven y trabajan muchas personas, y con una abnegación tremenda. Para mí, si de algo sirvió lo duro de esos meses es para descubrir la bondad de los trabajadores y trabajadoras que en esos momentos se olvidaron de si eran terapeutas, trabajadores sociales, auxiliares, cocineras, limpiadoras… e hicieron una gran labor de apoyo a los mayores, que estaban encerrados con el sufrimiento que eso conllevó y conlleva. Estos trabajadores mostraron una abnegación más allá de su labor concreta de apoyo y cariño a los residentes que yo creo que la sociedad debería valorar, reconociéndoles además que tienen que estar mejor pagados. Se nos llena la boca cuando hablamos de ‘nuestros mayores’, pero lo que una sociedad aprecia se mide también en lo que se paga y eso quiere decir que no apreciamos mucho el cuidado cuando a las personas a las que se los encomendamos se les paga por debajo de los 1.000 euros. El tema de los salarios es de justicia.
Durante un tiempo se habló de que lo vivido podría propiciar un cambio en el modelo de gestión, ¿qué ha ocurrido?
El modelo tiene que cambiar, sin duda, y lo estaba haciendo antes de la pandemia. La situación ha paralizado algunas cosas, por ejemplo la apertura de los centros al entorno y a los familiares. Ahora es cuando se puede retomar ese cambio, teniendo en cuenta que la pandemia ha añadido algunos elementos. Por ejemplo, hemos aprendido a coordinarnos mucho mejor con los Servicios Sanitarios sin sustituirlos. Hay que hacer que las residencias no sean hospitales. Nadie quiere vivir sus últimos años de vida en un sitio lleno de batas blancas. Es decir, un hospital es un servicio imprescindible pero no es el lugar. Tú no irías a pasar el fin de semana al hospital por gusto. Las residencias son hogares, son viviendas y tienen que ser lo más parecido a ellas. Actualmente cuando llevamos a los mayores a una residencia tradicional ya no les dejamos decidir: nosotros decidimos a qué hora se levantan y a qué hora se acuestan, qué comen o qué no tienen que comer, qué actividades tienen que hacer… A veces las residencias incluso parecen una escuela. De verdad, hay que respetar a las personas mayores y hay que dejar que decidan, y no convertirlos otra vez en niños. Hay que dejar que disfruten de su vida, que tengan sus proyectos. Y en eso estábamos, y ahora que las residencias vuelven a ser lugares muy seguros hay que retomar ese camino y no seguir manteniéndolas cerradas aislando a los mayores.
El proceso de vacunación ha supuesto un cambio sustancial…
Si alguien duda de las vacunas, que piense en las residencias. Estoy en contacto con muchos centros y manejo estadísticas y datos de cerca de 7.000 residentes. Hemos pasado de estar contando a decenas los contagios y brotes a, en estos momentos, contabilizar cero. Ya no se vive esa tensión y ese miedo. Por supuesto que siguen existiendo medidas de prevención pero de otra manera. La vacuna ha sido… iba a decir un milagro, pero es ciencia. Pienso en la historia de una señora de más de 100 años que en cuanto le ponen la vacuna lo primero que pide es que la operen de cataratas porque quiere volver a ver bien para poder seguir jugando su partida de guiñote con sus amigas. Eso es la vida. Y gracias a la vacuna esa señora puede seguir disfrutando de esos placeres.
Hay voces que abogan por priorizar e incuso obligar a los nuevos trabajadores de residencias a estar vacunados. ¿Qué opina al respecto?
Creo que la libertad individual tiene que ser un valor a respetar casi por encima de todo. No obstante, también se pueden imponer limitaciones cuando tu libertad condiciona la libertad de los demás, y más aún la vida de los demás. Nadie se molesta cuando para viajar a un país de África te exigen determinadas vacunas. Pues aquí pasa lo mismo. Estás trabajando con personas mayores, vulnerables, a las que un contagio puede suponerles la muerte. Yo entiendo que quien esté trabajando en una residencia por responsabilidad se vacune, salvo que tenga alguna contraindicación de algún tipo. No sé si obligar, pero entiendo que a la hora de seleccionar o contratar personal se tenga en cuenta. La mayoría de trabajadores se han vacunado de buen grado, y al resto, pedirles que por responsabilidad lo hagan porque estamos viendo el impacto positivo de la vacunación.
¿Cree que la sociedad va a replantearse el papel de nuestros mayores?
Habrá de todo. Seguro que hay personas o instituciones a las que esto le va a dar otra visión; va a haber otros que se van a olvidar pronto; y también habrá quien va a seguir con esa visión asistencial y compasiva de los mayores, que es lo que menos queremos. Mira, yo tengo más de 65 años y lo que menos quiero es que a alguien le de pena o compasión que yo sea mayor. Lo que quiero es que se me respete y se me deje desarrollar mi proyecto vital como quiera y mientras pueda. Hay instituciones que están en ese cambio, a fin de humanizar el trato con los mayores. No hay que hacer residencias de una u otra manera sino ver a la persona, ¿qué necesita para vivir con dignidad? Esas experiencias que se están desarrollando espero que no se queden en proyectos pilotos, que las instituciones los apoyen y que la sociedad valore. Hay que olvidar esa imagen compasiva de los mayores, parece que les llevemos a una guardería, eso me parece humillante. Es una pena tremenda. Espero que veamos a las personas mayores como lo que son: personas, con ganas de vivir, con capacidades de vivir más allá de sus limitaciones; y lo que tenemos que hacer es apoyarles, respetarles, quererles y no infantilizarles ni tenerles pena.