Cientos de piedras de color blanco dan forma a una gran paloma de la paz, que situada en una loma frente al casco urbano de Andorra, da la bienvenida a todos aquellos que llegan a la localidad. Lleva allí desde los años 80, pero ha vuelto a ser visible esta semana gracias a la unión de una docena de jóvenes voluntarios internacionales y varios usuarios de Atadi de la villa minera y de Alcorisa.
Ataviados con gorras para protegerse del sol abrasador, han cogido primero azadas y tijeras de podar para desbrozar el olvidado símbolo de la paz, y después, pinceles y pintura blanca para insuflarle vida de nuevo. De fondo, ha sonado música latina, risas y mucho «spanglish». Las camisetas amarillas fosforitas y un par de sombrillas de colorines han hecho de faro en aquel terreno inclinado. A ningún vecino se le ha pasado por alto que allí hay un vaivén de personas, que agarradas las unas de las otras para no caerse, llevan tramando algo desde el pasado lunes 25 de julio.
Aquel día llegaron a Andorra siete jóvenes de Madrid, Valencia, Zaragoza y Teruel, tres mexicanos, una joven de Italia y otra de Turquía –todos entre 18 y 28 años- para participar en el Campo Internacional de Voluntariado Juvenil «One more chance for Peace» de Atadi. A ellos se sumaron otras personas voluntarias locales, como varios refugiados ucranianos que se encuentran en el CEA Ítaca y las codirectoras del campo, Cristina Espada y Edurne Pérez; además de las personas con discapacidad intelectual usuarias de Atadi Alcorisa y Atadi Andorra. En total, más de una veintena de desconocidos que, agrupados en equipos de usuarios y voluntarios, han forjado amistades trabajando por un objetivo común. La recuperación del símbolo de la paz, sí, y por encima de él, la inclusión.

«Se apañan muy bien entre ellos. Un ratito pinta uno mientras el otro le dice dónde le tiene que dar con el pincel, y luego al revés. Lo más bonito es, que mientras tanto, se conocen entre ellos», confiesa una de las codirectoras, Cristina Espada. «Lo quieren saber todo y se lo quieren contar todo. Se pegan unos capazos muy grandes», corrobora la otra codirectora, Edurne Pérez, entre risas. En el monte están un par de horas, mientras el sol lo permite, hasta las once y media de la mañana como tarde. Después, se pegan un chapuzón en las piscinas municipales para «quitarse el sofocón». Cada día, alguno de los voluntarios cambia los trabajos de restauración por colaborar en los centros de Atadi de Andorra y de Alcorisa.
Con la faena terminada, los jóvenes vuelven al albergue de Alcorisa, donde se están hospedando, y a donde los van buscar cada mañana a las 8.15. No todos los usuarios de Atadi pueden subir a la loma, así que por las tardes o las noches se hacen actividades en las que puedan participar todos. Han observado estrellas desde el Monasterio del Olivar en Estercuel, han navegado con kayaks por el pantano de Pena en Beceite, se han remojado en los Baños de Ariño y han realizado excursiones al Poblado íbero de Andorra, a las Grutas de Cristal en Molinos y a localidades como Valderrobres, Teruel y Albarracín. También ha habido jolgorio en los mismos centros de Atadi. «Un día celebraron un «dancing talent» y enseñaron los bailes de sus países. Otra noche vino un vecino de Alcorisa, Manolo Cirugeda, y les hizo una exhibición de juegos tradicionales», recuerda Pérez.
Conoce a los voluntarios
JUAN TORRES. MÉXICO. 28 AÑOS
Todo lo que estamos viviendo nos hace más grandes como personas

Del estado de Colima, ubicado al oeste de la República Mexicana, sobre el océano Pacífico, es el joven Juan Torres. Tiene 28 años y es diseñador de interiores. Su viaje fue el más largo. Desde su pequeña localidad (también de nombre Colima) viajó a Guadalajara y de allí a la Ciudad de México. Después de 10 horas en avión aterrizó en Madrid y pasó por Zaragoza para llegar a Alcorisa. El campo de voluntariado con personas con discapacidad intelectual le pareció «muy buen pretexto» para pisar por primera vez Europa. «Trabajamos también la sociabilidad, la empatía y la paciencia, ya que convivimos jóvenes de diferentes partes del mundo. Todo eso se acumula y nos hace más grandes como personas», cuenta Juan. La experiencia le está «aportando demasiado», lo más primordial: «la importancia del trabajo en equipo, la inclusión de las personas con discapacidad en la sociedad y la convivencia con personas de otros países».
IREM OZCA. TURQUÍA. 20 AÑOS
Los turcos y los españoles somos tan parecidos que a veces me olvido de que no estoy en mi país

Irem Ozca es la primera vez que viaja al extranjero. Es de Bodrum (Turquía), tiene 20 años y estudia Derecho. Durante la época estival prefería «hacer cosas buenas por los demás» en vez de optar por unas vacaciones comunes, así que decidió hacer un voluntariado, algo «popular entre sus amigos». Eligió el campo de Atadi, ya que era «una oportunidad para descubrir lugares que están más escondidos y no son tan conocidos». «La vida de pueblo es muy bonita», dice con una sonrisa. Además, la experiencia le está ayudando también a aprender español. Irem siente que los turcos y los españoles somos muy parecidos: «a ambos nos encanta hablar y somos muy respetuosos». De hecho, «muchas veces siente que está en Turquía y se olvida de que está en España hasta que alguien habla español».
SARA ARROYO. ESPAÑA. 18 AÑOS
Aprendes muchísimo de los demás, y al final de ti mismo

La madrileña Sara Arroyo (a la izquierda) tiene 18 años y descubrió el campo de Atadi a través del portal de voluntariado de la Comunidad de Madrid. «Quería aprovechar el tiempo del verano haciendo alguna obra para la comunidad», señala la joven. Sara nunca había estado en Aragón, y durante estos días ha descubierto que «sus habitantes tienen muy buena calidad de vida». También, que en nuestra comunidad «hay muchos sitios bonitos». Lo mejor de esta experiencia para ella ha sido «la convivencia con mucha gente diferente de otros países y también con personas con discapacidad intelectual». «Aprendes muchísimo de los demás, y al final de ti mismo», subraya.
SIRIA ANDREA FRIDA. ITALIA. 20 AÑOS
Somos muy diferentes, pero hacemos muy buen equipo

A la izquierda de la foto se encuentra Siria Andrea Frida, una joven italiana de 20 años. Aunque es natal de Roma, durante el curso escolar vive en Bolonia, donde estudia el grado de Ciencias Políticas en la universidad pública, considerada la más antigua de Europa. Siria decidió embarcarse en la aventura del voluntariado por primera vez en su vida en Andorra. Buscaba una «nueva experiencia», haciendo algo que le gusta mucho: ayudar a otras personas. «Somos muy diferentes entre todos, pero hacemos muy buen equipo. Lo mejor de todo es conocer gente nueva», confiesa.
La «ilusión» de los usuarios
«Creemos que la gente con alguna discapacidad diversidad funcional puede menos o que hay que ayudarles más, como que les tenemos compasión. Sin embargo, en este campo los jóvenes se dan cuenta de que no es así, de que los usuarios de Atadi pueden con todo –a lo mejor, como todos, necesitan un pequeño apoyo para subir al monte-, que son personas de lo más normal y que se lo pasan en grande», explican las codirectoras del campo, quienes aseguran que «en el futuro, cuando vean a alguien con diversidad, lo verán con otros ojos».
El beneficio es recíproco. Los usuarios de Atadi «sienten que los campistas vienen a estar con ellos y a conocerles», y les hace «una ilusión muy grande». Todos los años, los días previos al campo de voluntariado, comienzan a preguntar a las monitoras «cómo se llaman los jóvenes» y «cuándo llegan». En el día a día trabajan en los centros ocupacionales con otros usuarios, sin embargo, durante las dos semanas de voluntariado pueden conocer a personas de todo el mundo, «pegarse buenas charradas» y desafiarse a hablar en inglés. Son, sin duda alguna, una especie «de vacaciones» para ellos.
Duodécima edición
La duodécima edición del campo de voluntariado finalizará el próximo domingo 7 de agosto. Antes, este viernes día 5, se inaugurará el símbolo de la paz desde el mirador de San Macario. Asistirán varias autoridades locales, así como los usuarios de Atadi y los voluntarios.
El campo de Atadi está financiado por el Instituto Aragonés de la Juventud (IAJ) y cuenta con la colaboración de los Ayuntamientos de Andorra y Alcorisa. El IAJ se encarga de promocionarlo a través de diferentes asociaciones internacionales, que a su vez lo difunden en universidades, lugares de ocio, centros sociales y portales web de voluntariado de instituciones públicas, como países, estados o comunidades autónomas.
Durante los últimos años, los jóvenes voluntarios han pintado diferentes muros de Alcorisa: el mayor logro fue el de las piscinas, de 125 metros de largo. También han trabajado en la recuperación de senderos íberos, en la creación de un comic, y en la representación de una obra de teatro.
Ya es bueno dar a conocer algo positivo entre tanta negatividad.
Me parece muy bonito que se haya hecho de nuevo este simbolo que tanto representa en estos tiempos tan convulsos.Felicidades a todos los que lo han hecho posible y muchas gracias,Sigue habiendo gente positiva y con ilusion.
Y todo bajo un sol abrasador.
Heroínas y héroes 👏