Procedente de Suiza, lleva 38 años en la localidad del Matarraña junto a su mujer Esther
La casa de Carlo Watchs es un auténtico museo y una construcción, que conserva el tipismo de una vivienda fresnedina, que invita al sosiego y a la creación artística. Quizá por ello Carlo, junto a su mujer Esther Hofmann, decidieron compartir con el resto de vecinos y visitantes parte de esta recóndita vivienda situada en la calle Calderé con la creación del espacio artístico Galería 22. .
Aunque ahora son dos fresnedinos más, en aquellos años fueron de los primeros extranjeros en decidir establecer su hogar en el Matarraña en 1981. Procedente de la localidad suiza de Kulmerau, en Lucerna, Carlo tiene muy claro que su vida está en La Fresneda. Junto a su mujer ha sido testigo de la evolución en las costumbres y mentalidad de los fresnedinos de hace 40 años y de los españoles en general. Recuerda que en un primer momento le sorprendieron las jotas, las fiestas fresnedinas y el estilo de vida de los vecinos en general.«Éramos como algo exótico, la gente nos daba mucha conversación y nos hacía muchas preguntas y nos llamaba la atención que sabían todo de nosotros», explica Carlo.
Lo que más les cautivó desde un primer momento fue la amplitud de los paisajes, la sensación de libertad, el clima, la luz y la belleza de las vistas que pueden contemplarse desde cualquier lugar de La Fresneda. «Nosotros somos de una región rural y muy bonita de Suiza, pero allí hay edificaciones por todas partes, aquí los pueblos están separados y ello da una gran sensación de libertad», explica Carlo.
El fresnedino recuerda el llamativo color azulete que caracterizaba por aquellos años al casco urbano de la localidad y los pocos turistas que, a diferencia de hoy, acudían por la localidad. «La Fresneda era un pueblo azul, las casas estaban pintadas de blanco y azulete. Apenas había coches y todo estaba lleno de animales», recuerda Carlo. Lo habitual en aquel entonces, explica, era ver desfilar los burros para ir al campo, los rebaños de cabras y ovejas y las gallinas, pollos y cerdos que la gente tenía en los corrales y en la última planta de sus viviendas.
Desde 2009 Carlo y Esther decidieron abrir las puertas de la planta baja de su hogar para exponer la obra de diferentes artistas. Actualmente ofrecen hasta 3 exposiciones anuales.
Su intención es, nunca mejor dicho, por amor al arte. «Aunque a veces vendemos alguna obra lo que más nos gusta es movilizar a gente con sensibilidad por el arte y estamos muy contentos porque cada vez viene más gente», añade. Sin embargo la mayor sorpresa se encuentra nada más salir de la azotea de su casa. El edificio tiene salida a la tan empinada como bella parte trasera del monumental casco urbano de La Fresneda. Desde su jardín, lugar de inspiración para ambos, se divisa la iglesia parroquial, las interminables extensiones de olivos, almendros, bosques, los Puertos de Beceite y el casco urbano de Torre del Compte
La casa en la que desde 1981 Carlo reside fue adquirida por Esther después de más de 6 años de búsqueda y que adquirió por un millón de pesetas. A pesar de la gran hospitalidad que ambos siempre han recibido por parte de los fresnedinos, reconocen que el desconocimiento y recelo inicial de la gente en aquellos años es otra de las cosas en las que ha cambiado mucho la mentalidad. «A Esther le costó encontrar una vivienda por no ser del pueblo, por ser una mujer sola en aquel momento y por ser extranjera», recuerda Carlo.