¿Qué tienen en común Tomasa Conesa, Paco Osed y Teresa Bondía? Una edad que ronda entre los 90 y 100 años, buena salud, e infinitas ganas de seguir disfrutando de cada minuto de sus vidas. Los tres vecinos del Bajo Aragón Histórico construyeron su proyecto vital en torno a la familia, y durante muchos años dedicaron gran parte de su tiempo a trabajar. Cuando se jubilaron, se entregaron a nuevas ilusiones como practicar montañismo, tejer, ir al huerto, leer o hacer sudokus. En Japón, se utiliza el concepto «Ikigai» para referirse a la «razón de ser» de una persona. Dicen que si tienes un propósito en la vida, tu paso por ella será más longevo. Por suerte, no hace falta subirse a un avión para conocer ejemplos de esta filosofía nipona. A Paco, Tomasa y Teresa, los tenemos en casa.
Óptica Bajo Aragón, en su 25 aniversario, ha reconocido mediante un premio a tres de sus más longevos clientes compartiendo su historia como un modelo de inspiración.
Tomasa Conesa en Andorra
TOMASA CONESA
«Solo le pido a mi nuera que limpie la chimenea o los cristales a los que no llego para evitar subirme en alto»
Tomasa Conesa llegó a este mundo hace 96 años. Gracias a su buena memoria, conversar con ella es como viajar en el tiempo. Nació a finales de los años 20 del siglo pasado en Andorra, y durante su juventud fue testigo del aumento de población que experimentó la localidad a causa de la minería. «Muchos de los inmigrantes venían de Andalucía. Al principio, no había suficientes casas y se metían en corrales y pajares. Había muchísimo trabajo. El pueblo estaba creciendo y se necesitaba mano de obra en profesiones como la albañilería y la carpintería», recuerda Tomasa.
Por ejemplo, la primera tienda que abrió Ópticas Bajo Aragón en Andorra en el año 1998 fue, durante la infancia de Tomasa, un corral ubicado en las «eras del Trillar», donde se cultivaban cereales como el maíz. Tomasa se casó con Ramón –vecino de Alloza-, tuvo un hijo –ya jubilado-, fue abuela de un nieto, y a sus setenta y pico años vio la llegada de Óscar Pérez y Carmen Hurtado a la villa minera. Ella vivía en aquel entonces en frente de la óptica y fue un gran apoyo para ellos en sus inicios.
Tomasa concilió la vida familiar con varios trabajos. «Repartía pañuelos para coser. Las mujeres venían a mi casa a buscar las telas, los cosían y me los traían terminados. Después, yo hacía packs de docenas», cuenta la andorrana, quien también vendió pan en un despacho. De las labores de la casa y de salir a comprar, se ocupaba entonces y también ahora. «Solo le pido a mi nuera que limpie la chimenea o los cristales a los que no llego para evitar subirme en alto», detalla. Aunque está sola en casa, su hijo y su nuera viven muy cerca. Todos los días que hace buen tiempo, se marcha al huerto con su hijo y se entretiene con los perros y las gallinas. Allí come también con su familia -a la que define como «su felicidad»- todos los sábados y domingos.
«Los perros son tan cariñosos que se abalanzan sobre mí y hace poco uno me tiró al suelo. No me hice nada», recuerda entre risas Tomasa, quien confiesa que está muy bien, y solo toma pastillas para la tensión y la tiroides, además de llevar gafas para la vista.
Paco Osed en Alcañiz
PACO OSED
«Tengo un amigo con el que juego al guiñote en el bar y pega unos bocinazos tremendos porque no oye, y eso que lleva ya cuatro audífonos»
Paco Osed nació hace 88 años en Villarluengo, donde su familia tenía una fábrica de tejidos que ahora es un restaurante. Tanto su madre como su tío trabajaron en el negocio familiar, y fue allí donde su madre conoció a su padre. «Él era un viajante que traía lana de las ovejas desde Madrid, y luego salía convertida en tela», cuenta Paco. De sus primeros años de vida, recuerda con gran lucidez cómo fue evacuado junto a sus padres cuando terminó la guerra civil y cómo su madre dio a luz en el masico de la tía Josa, donde se refugiaron.
También conoce el día exacto en el que le internaron en el colegio de los Escolapios en Teruel con 11 años: el 6 de enero de 1945. «Estuve allí hasta que cumplí los 14 años un 19 de mayo. En junio de ese año, tras terminar el curso, mi padre me llevó de ayudante con el camión. Mi trabajo consistía en llevar carbón a Aliaga», explica Paco. Se jubiló a los 65 años, y llegó a tener cuatro camiones. En ese transcurso temporal, se casó, se mudó a Alcañiz y tuvo tres hijos y una hija. «También tengo cuatro nietas que están repartidas entre Málaga, Madrid, Castellón y Teruel; y un nieto que está en La Coruña», señala con una sonrisa de oreja a oreja el abuelo. Para Paco, la familia es «de lo que más orgulloso se siente».
Después de una vida entera dedicado al transporte y a su familia, una vez que se jubiló con 65 años y con los hijos ya mayores, Paco se hizo una pregunta que les sonará a muchos: «¿Qué hago ahora?». Se enfocó en la lectura y comenzó a devorar entre tres y cuatro libros a la semana. Sin embargo, «sintió que necesitaba algo más» y entró al club de montaña La Cordada de Alcañiz. Fue montañero hasta los 79 años, cuando se despidió del deporte coronando el pico de Alba (3.118 m). Aunque ese no fue su pico más alto, tocó el cielo en el Aneto (3.404 m) junto al óptico-optometrista Óscar Pérez. Se conocieron hace más de 20 años en una de las marchas senderistas organizadas por el club.
Cuando Paco comenzó a tener problemas auditivos no dudó en consultarle a Óscar, co-propietario junto a su mujer Carmen de un centro integral de audición en Alcañiz. «Tengo un amigo con el que juego al guiñote en el bar y pega unos bocinazos tremendos porque no oye, y eso que lleva ya cuatro audífonos. Yo en cuanto me puse los audífonos en Oír Más, empecé a escuchar bien», bromea Paco.
Teresa Bondía en Calanda
TERESA BONDÍA
«Todos me aprecian y me tratan bien. Me siento orgullosa de llevarme bien con todo el mundo»
Teresa Bondía es la más mayor de nuestros protagonistas. Nació hace 99 años en Calanda, donde siempre ha vivido con su familia. Allí se casó en 1950, y desempeñó su profesión como temporera del campo, además de ocuparse de todas las tareas del hogar. Desde que se jubiló mantiene la mente activa con pasatiempos como sopas de letras, sudokus y cruzados. Tampoco descuida la parte física: va a la peluquería, se pone cremas y opta por la comida suave. Eso sí, reconoce que «más que cuidarse, la cuida» su sobrina –con la que vive-, pero también todos sus vecinos. «Todos me aprecian y me tratan bien. Me siento orgullosa de llevarme bien con todo el mundo», cuenta emocionada.
El nervio auditivo ya no le funciona y está –como ella dice- «más sorda que una tapia». Por lo demás, «se encuentra perfectamente». Tan solo tiene que usar gafas para momentos puntuales, como cuando cose, y se deja asesorar por la tienda de Ópticas Bajo Aragón en Calanda. Tomasa confiesa que está «encantada de la vida» y que «nunca se había esperado llegar hasta esta edad». «Parece que aún rulo un poco gracias a Dios», dice entre risas.
Tomasa, Paco y Teresa siguen cumpliendo años llenos de felicidad y nuevas inquietudes. Los tres se mantienen activos y gozan de una buena salud. Gracias a la buena memoria de Tomasa, Paco y Teresa, hablar con ellos es como abrir un libro de historia del Bajo Aragón Histórico. Aunque el mayor aprendizaje tras escucharles es que si tenemos un propósito en la vida, nuestro paso por ella será más longevo.