La cochera de la casa de los Villanueva Blasco acumula años de recuerdos ligados a la Semana Santa andorrana. Es el lugar de resguardo de los tambores y bombos de cada generación-una colección que perteneció primero a José María Villanueva, ‘El Volante’, padre, abuelo y pieza fundamental para todos ellos-y también donde se guardan los hábitos de cada miembro, siempre preparados con el cariño de Mari Carmen Blasco: madre, abuela y la otra gran pieza del engranaje de esta familia.
Fueron ellos quienes marcaron los inicios de la tradición familiar; ambos con papeles fundamentales no solo para el núcleo parental, sino también para la historia de la Semana Santa del pueblo en sí. José María, por ejemplo, se convirtió en el primer vendedor y reparador de tambores y bombos de toda Andorra en la década de los 60. «Julio, un amigo artesano, me ofreció la oportunidad. Me reuní con él para que también me enseñara los trucos para arreglarlos, y desde ese momento estuve dedicándome a ello a lo largo de 20 años», recuerda.
Durante todo ese tiempo, él era el único encargado del oficio en todo el pueblo. Su madre y su suegra vivían entonces en el punto de inicio y fin de todas las procesiones, la plaza del Ayuntamiento, por lo que cada Semana Santa era habitual que decenas de vecinos aprovecharan su paso por allí para dejar sus instrumentos a la espera de una reparación. Aunque todo ello jamás le impidió seguir tocando. «Era siempre el último en incorporarme a la procesión porque me esperaba para recoger los tambores que la gente necesitaba arreglar. Pero nunca fallaba», reconoce Villanueva.
Su cargo sirvió para abrir camino y que otros comenzaran a dedicarse a esta tarea fundamental. «Lo recuerdo con gran cariño. Ahora me dedico a mantener esta colección de tambores que pertenece a toda mi familia», añade.
En paralelo discurría la labor de su esposa Mari Carmen, una de las tantas vecinas que en su momento se unieron para evitar la desaparición de la cofradía de La Oración del Huerto (coloquialmente conocida como ‘El Angelico’), Hermandad que apareció citada como tal por primera vez en 1770. «Había muchos miembros que ya eran mayores y yo siempre había tenido el ‘gusanillo’ de pertenecer a algún paso. Mi prima me dijo que me uniera porque necesitaban a gente que siguiera con la tradición y no dudé», relata.
Se convirtió en cofrade junto a sus tres hermanas, su marido y sus respectivos hijos, Jesús y Víctor. «Una de mis hermanas nos dejó, pero su hijo sale en su lugar», afirma con emoción.
El resto también ha seguido con la tradición hasta la actualidad, cuando la hermandad está completamente consolidada. Esta tiene más de 50 cofrades, un número al que a su vez habría que sumar otros tantos maridos, mujeres, hijos o hermanos que también se visten y participan junto a ellos como parte del núcleo familiar.
Su paso, ‘El Angelico’, sale en las procesiones del Jueves y Viernes Santo, unos días que se viven con emoción y sobre todo gran ajetreo, especialmente para Mari Carmen. Sin esperar nada a cambio, es ella quien siempre ha sido ese protagonista en la sombra encargado de organizar comidas y dejar listos los atuendos a llevar para que todos los demás pudieran salir a la procesión.
Es un papel que también ha ejercido dentro de la cofradía, donde siempre se ha involucrado en la organización de las flores para la peana, la limpieza del Santo o la preparación de los encuentros entre todos los cofrades donde nunca pueden faltar las pastas.
De hecho, estas últimas son protagonistas especialmente en uno de los actos más importantes que a día de hoy conserva su cofradía. «Actualmente, cuando se terminan las procesiones, todos los pasos se guardan hasta el año que viene en el museo. Antiguamente el nuestro se resguardaba en una capilla que todavía se conserva en la calle Mayor. Antes de ir al museo, allí es donde lo llevamos después de la procesión del Viernes Santo. Es un momento de unión entre todos los cofrades. Al final es la esencia de la Semana Santa: vivirla en la calle», explica Víctor.
La participación e implicación que sus padres han tenido para mantener los cimientos de la Semana Santa de Andorra son unos valores que también han intentado transmitir siempre a sus familias. Jesús está casado con Joana Mojonero y viven en Andorra junto a sus hijos Blanca y Daniel, mientras que Víctor vive junto a su mujer África Aranda y sus hijos Iscer y Aimar en Teruel, una distancia que siempre se rompe durante estos días para tocar todos juntos el bombo y el tambor.
Hace años la familia colaboró en un documental obra de Antonio Caeiro en el que se recogen varios testimonios de personas fundamentales para su Semana Santa. «Mi padre y mi ya fallecido tío Tomás fueron dos de los protagonistas. Para nosotros es un orgullo porque es parte de nuestro legado», afirma Víctor.
En el salón de la casa de sus padres todavía conservan una imagen de la portada de aquel trabajo audiovisual. Su título, ‘El ruido y el silencio’, resume a la perfección la organización de las procesiones andorranas, las cuales siempre están procedidas por un sonido de tambores y bombos que lo llena todo y se acaba con la aparición de la calma de los pasos procesionales.
Es un juego de palabras que también explica el paso del tiempo para los Villanueva Blasco: la llegada del ruido a través de una Semana Santa que lo llena todo y conocen por lo que en su día hicieron sus padres y su posterior final, un extenso silencio que se prolonga durante los meses siguientes con una calma que, en el fondo, siempre esperan ansiosos poder volver a romper. «Cuando llega significa que por fin estamos todos juntos de nuevo», concluyen.
Q recuerdos, mi primer tambor se lo compré a José María hace ya un más de treinta años en una cochera de la Sindical. Y aunque ahora salgo con otro más actual, siempre está ahí para un amigo o para quien lo necesite.