La historia del cine español es particularmente proclive a la desmemoria con los años. Tiene tendencia a olvidar títulos y nombres de directores, actores o trabajadores que, desde estilos muy variados, nutrieron las salas de nuestro país durante años muy duros.
En este artículo se proponen 5 películas, junto con los nombres que las hicieron posible. Es un número bajísimo, pero solo es una excusa para que intentemos valorar el trabajo de gente que, en ocasiones, no se ve reconocida.
¿Qué pasaría si en lugar de casarte con un aburrido ingeniero de provincias lo hubieras hecho con un extravagante bohemio urbano? Es la pregunta que se hace una joven que acaba de enterrar a su marido.
Con el estilo de la comedia sofisticada que se estaba haciendo en Hollywood, Edgar Neville nos trae una modernísima y original película tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Un planteamiento adelantado a su época que se va ejecutando brillantemente, con un formato de historias cruzadas, las dos realidades posibles se van cruzando de manera muy natural durante todo el metraje.
Es, sin duda, una crítica feroz al modelo de hombre que se promovía desde el régimen; Ramón, el marido, tiene un trabajo técnico, es familiar, serio, católico y provinciano, mientras que su otro posible marido, Miguel Ángel, es pintor, extravagante y cosmopolita. Tiene mucho que ver con la propia persona de Edgar Neville, que siendo una persona de derechas con familia aristócrata, encarnaba en el franquismo una crítica culta y liberal contra la chabacanería
del régimen.
La película fue un rotundo éxito en la España de la época, y Neville siguió dando buenas películas hasta la década de los 50, pero su producción no tuvo el mismo nivel de frescura que antaño y su nombre empezó a ser olvidado y despreciado por los directores españoles venideros, sin embargo, hoy día es una figura reconocida dentro del cine español de posguerra y sus películas están disponibles en la plataforma de streaming FlixOlé, además de haberse visto en la televisión pública en años recientes.
La mexicana María Félix da vida aquí a la mayor femme fatale de historia del cine español, la cual sufre de amnesia tras asesinar a su marido, que le iba a pedir el divorcio tras enterarse de su relación extramatrimonial con su amante, Vittorio Gassman en un gran papel.
El nombre clave de esta película es Cesáreo González, el productor propietario de Suevia Films, el cual solía traerse estrellas internacionales como Imperio Argentina o la propia María Félix y tratar temas próximos al folklore para así ganarse a los dos mercados, al español y al latinoamericano.
En esta ocasión, y por razones que me son ajenas, González decide hacer una película de prestigio para Europa, por lo que contrata al escritor Jean Cocteau para que le escriba un argumento original y al director Luis Saslavsky, que venía haciendo melodramas de éxito en su país natal, Argentina. Todo esto sumado a un reparto internacional formado por María Felix, Vittorio Gassman y Rossano Brazzi.
Rodada en Marruecos, puesto que la historia original sucede en Tánger, entonces protectorado español, dando pie a unas escenas magistrales en las que ella divaga por el desierto. La película en sí está llena de metáforas y simbolismos bastante oscuros, que suelen tener que ver con la muerte, como son los buitres que persiguen a la mujer durante la película, lo que forma el título de la película, esa corona negra que le va siguiendo.
María Félix está extraordinaria, siempre al nivel del melodrama, con una belleza muy sobria y oscura que va anunciando su propio final trágico. Solo por ella merece la pena esta película.
Con base en Barcelona, durante los 60, se hizo cine policiaco de excelente calidad en España. Este es uno de esos casos. Una historia de preparación de robos, familiares que tratan de devolver a los suyos al buen camino o las disputas por avaricia entre ladrones, temas clásicos del cine negro americano adaptados a la sociedad española del momento con un realismo casi documental, que refleja a la calle del momento en el metro, en el puerto o en la plaza bailando una sardana.
Hay escenas sensacionales, como la huida de los ladrones por el puerto o dos robos simultáneos en un burdel y en una oficina en la que se recauda la quiniela. Las actuaciones tienen la fuerza del mejor cine negro americano, con un duelo interpretativo entre las dos personas que forman una banda de atracadores, José Suárez y, personalmente uno de mis actores favoritos de
esta época, Luis Peña.
Es la ópera prima de Pérez-Dolz, que solo hizo otra película aparte de esta, lo cual puede parecer inexplicable por la calidad de A tiro limpio, pero se debe a que la primera tuvo una distribución bastante pobre, solo se estrenó en Barcelona como parte de un programa doble y tardó dos años en llegar a Madrid.
El drama llega a un pueblo del litoral mediterráneo. En una pelea, Marçal asesina a un prestamista, sin embargo acusan a otro joven llamado Andrés, que fallecerá estando en la cárcel. La viuda, María Rosa, ha sido siempre un deseo de Marçal.
Es una película dirigida por el actor Armando Moreno, con Núria Espert y Francisco Rabal protagonizando la trama. Esta incursión actoral se nota mucho en la dirección que respeta los encuadres para que los actores puedan tener libertad en lo suyo, sin embargo, hay momentos en los que el cine toma las riendas, como un momento en el que María Rosa coge unas tijeras a las que sigue la cámara con un travelling muy elegante.
Hizo una buena taquilla con 700.000 espectadores, bastante más que películas de esos años que hoy consideramos clásicos de nuestro cine como El extraño viaje (1963) de Fernando Fernán Gómez o La Tía Tula (1964) de Miguel Picazo. El matrimonio compuesto por Núria Espert y Armando Moreno quedó satisfecho con el resultado de la película, pero decidió apostar por el teatro, y parece ser que les fue bien; ella es posiblemente el gran nombre del teatro femenino contemporáneo con una trayectoria impecable a lo largo de una carrera de 70 años.
Estaba viendo el documental recientemente estrenado en plataformas Sesión Salvaje (2019) de Paco Limón y Julio César Sánchez, cuando apareció el director Eugenio Martín a defender ese cine que se hacía con poco, que hoy despreciamos injustamente desde nuestra atalaya de décadas de altura por su supuesta cutrez.
Este cine son los westerns, el terror, el destape o el cine de acción que se rodó en España de los 60 hasta los 80. Un cine que se justificaba en sí mismo, entreteniendo al público y a la vez pariendo buenas cintas como esta.
Una vela para el diablo (1973) nos habla de dos hermanas solteronas que regentan una pensión en un pueblecito de la España rural, al cual va llegando el turismo extranjero, con sus costumbres liberales para la España del momento. Nuestras dos protagonistas harán lo que haga falta para defender la honra y la decencia, con las contradicciones habituales de la sociedad española, en esta obra maestra del terror rural.
Eugenio Martín es uno de esos directores que a lo largo de su carrera hizo lo que le mandaban, si había que hacer un western con actores americanos, italianos y españoles ahí estaba Eugenio con la notable El precio de un hombre (1966). Que ahora tocaba hacer una de terror en un tren con Christopher Lee y Peter Crushing, Pánico en el Transiberiano (1972). ¿Una de Rocío Dúrcal y Alfredo Landa? Pues Las Leandras (1969). El caso es que cumplía, dándonos sólidos títulos de cine de género que merecen ser rescatados.
Los años van pasando y poco a poco se van olvidando sus frutos, sin embargo observo un interés cada vez mayor en recordar y conservar este valioso legado. Cada vez tenemos más herramientas para combatir este olvido. Por ejemplo, el documental Sesión Salvaje (2019) es mucho más útil que este artículo para descubrir películas y poner nombre y rostro a los trabajadores del cine español. Creo que es justo reconocer la buena labor pública de RTVE en este campo, que lleva años haciendo un gran trabajo de divulgación televisiva con buenos programas como Historia de nuestro cine, gracias al cual he podido disfrutar de algunas de estas películas.