«Estoy intentando reconstruir mi vida, pero a veces veo a la gente con sus familias y recuerdo que yo estoy aquí sola con mi hijo. Necesito que la guerra acabe». Estas son las palabras que Inna Stankevich pronuncia cuando se le pregunta por la guerra que a día de hoy continúa en su país. Hoy vive en Andorra, trabaja, recibe clases de español y ve cómo su hijo vuelve a asistir a clases en un colegio al que le encanta ir. Quiere creer que un futuro mejor es posible, pero piensa a diario en la familia que permanece en Ucrania, unos sentimientos que comparte con los casi 8 millones de refugiados que han tenido que huir dejándolo todo atrás. Aragón ha sido destino seguro para muchos: se estima que la comunidad ha recibido a 3.000 desplazados y aunque definir un número exacto de donde vive cada uno es complicado la provincial de Teruel ya ha presentado y tramitado protección internacional para hasta 616 ucranianos. Muchos de ellos también permanecen junto a ella buscando una vida mejor en el Bajo Aragón Histórico, aquel territorio que se volcó desde el momento cero para ofrecer cobijo y ayuda.
El 24 febrero se cumplirá un año de la invasión de Ucrania. Los primeros refugiados llegaron a Utrillas el 18 de marzo de 2022, aunque pronto comenzaron a recibirles también en otros pueblos como Maella, Híjar, Urrea de Gaén, Chiprana, Calanda o Andorra. Este último es el municipio que hasta la fecha acoge al mayor número de ucranianos, un total de 100 mujeres y niños entre los que se encuentran Inna y su hijo y que prevé aumentar su total con la llegada de otras 45 personas en estas próximas semanas.
Todos ellos llegaron en diferentes autobuses costeados por Forestalia, empresa que actualmente también se hace cargo del alojamiento, manutención y la formación de español que reciben semalamente con la colaboración del Consistorio. «Los primeros días son los más difíciles, especialmente porque hay quien no puede comunicarse con su familia al no haber luz ni cobertura en según qué zonas y eso produce intranquilidad. Pero ahora se han creado lazos muy importantes que son de gran ayuda para ellos», explica Kinga Krzysztofek, coordinadora de la empresa que ha estado presente en los tres viajes de autobús que se han hecho para buscar ucranianos y traerlos hasta la localidad.
Ha vivido de primera mano lo difícil que resulta para ellos tener que emprender un viaje hacia lo desconocido «sin parte de su familia, sin entender el idioma y con miedo». «En el primero de los autobuses tuvimos que parar en Barcelona porque tenían miedo y no querían seguir. Muchos de los que llegan tampoco pueden aguantarlo y acaban regresando a su país», afirma.
La coordinadora vive con otras dos compañeras junto al resto del grupo en el mismo bloque de pisos de la localidad y son ellas quienes se coordinan para organizar la compra, buscarles trabajo y terminar de gestionar toda la documentación como la obtención del NIE, tarjeta sanitaria o la escolarización de los niños cuando llegan a España.
Juntos comparten ratos libres, dan paseos, acuden a clases de español que reciben dos veces a la semana gracias a diferentes voluntarios y, entre medio, intentan reconstruir su vida en este nuevo lugar. «Todo fue muy difícil para mí cuando llegué aquí. Me diagnosticaron depresión, pero ahora he entendido que tengo que salir adelante por mi hijo, que es mi futuro. Él es feliz en la escuela y yo por él», cuenta Stankevich, quien actualmente trabaja en una empresa administrativa del pueblo.
Su integración ha sido posible en gran parte gracias a la colaboración y solidaridad de los vecinos de Andorra. Desde el principio han sido ellos quienes más se han volcado para que todo el que llegaba pudiera sentirse como en casa. Donaron comida, juguetes y acompañaron y ahora esa caridad también ha logrado que quien no sabía si regresar o quedarse acabara eligiendo esta segunda opción. Fue el caso de Olha Vysochyna, quien llegó junto a su gata y emplea sus ratos libres para pintar cuadros junto a Olga Honcharova, que vino a Andorra junto a su hija de 21 años. El último que ambas realizaron fue ideado como una muestra de agradecimiento con motivo del Día de la Paz, que se celebró este lunes. «En los días más tristes todo es más fácil gracias a la ayuda de los vecinos», afirman ambas.

Primeras refugiadas en el territorio
La búsqueda de una vida mejor también continúa para Osana y Karina, las dos amigas de 21 años que fueron las primeras refugiadas ucranianas en llegar a nuestro territorio. Tras una odisea de más de veinte horas, las jóvenes llegaron a la frontera con Polonia. Allí las esperaba Mane, el tío de Osana, para llevarlas en coche hasta Utrillas. Vitalina, la tía, que emigró de Ucrania hace 20 años, las recibió con los brazos abiertos.
Osana, que era estudiante de Criminología en Jersón, trabaja ahora en el bar de la gasolinera que regenta su tía. Karina, que era masajista, encontró empleo en la planta de Espuña, al igual que otros refugiados. Ambas siguen viviendo juntas, aunque no en el primer piso que les cedió el Ayuntamiento, sino en otro que alquilaron ellas para dejar el espacio libre para otros compatriotas que llegaron después. Las clases de español en el instituto ya han dado sus frutos, lecciones que refuerzan con la práctica diaria del idioma en sus respectivos trabajos. También se han integrado en la localidad, hacen vida social y están «contentas». No se les pasa por la cabeza volver mientras dure la guerra. Sus padres, sin embargo, no quieren abandonar su país natal.
adas, refugiadas los hombres donde están a la guerra hay tenemos la igualdad de género