Mariano Marín no lleva ya cuenta del número de producciones en las que ha trabajado con su música. Cifra en más de 130 las teatrales y en alrededor de una quincena las audiovisuales. Y eso que su objetivo inicial era hacer música para el cine.
La hizo y si se presenta la ocasión y el proyecto le convence, la hace. «En el teatro me siento más cómodo, el cine últimamente está raro, no me interesa», se sincera. Hoy estrena en el teatro Fernán Gómez ‘Mañanas de abril y mayo’, una adaptación de Laila Ripoll «muy cañera» de textos de Calderón de la Barca. Hace un mes estrenó ‘Uz: el pueblo’ en Matadero, y ya prepara las músicas de un espectáculo con la Compañía Nacional de Danza que aunque se estrenará en noviembre, ya empiezan los ensayos. Es habitual en el Festival de Teatro Clásico de Mérida y este verano lo será con dos obras. Por un lado, con ‘Las Asambleístas (Las que tropiezan)’, una comedia de El Terrat; y por otro, con ‘Pandataria’, una apuesta del coreógrafo Chevi Muraday de danza y teatro con Cayetana Guillén Cuervo en el elenco.
La Semana Santa la ha pasado encerrado en su estudio en Madrid. «Hay que trabajar», dice sonriendo. No pudo viajar a Torrevelilla, pueblo que considera como propio. «Mi mujer Paz y su familia son de allí y por extensión yo también, es mi segundo pueblo aunque por el tiempo que paso en él, casi es el primero», dice. En Torrevelilla pasa sus buenos ratos y está «para lo que se necesite». Y para lo último que se le pidió ayuda fue para poner la música a los documentales ‘Lo Chapurriàu’. «Si puedo colaborar lo hago y además lo hago encantado, soy uno más», comenta. No pudo ser pero barajó meter dulzainas. «Tengo grabaciones del pueblo guardadas, no lo descarto algún día», dice. Él procede de la localidad burgalesa de Pradoluengo. «Tiene la banda de música más antigua de la provincia y ahí comencé a tocar el clarinete, era pueblo con industria e incluso tuvo dos compañías de teatro», dice.
Llegó a Madrid en 1984. «Los inicios son duros pero si quieres trabajar, trabajas y me cundió», reflexiona ahora. Ya había musicado teatro en Burgos y en Madrid hizo más además de músicas para un programa de RNE con Carlos Tena, trabajos para agencias de publicidad o televisión. «Lo mío era componer y mi obsesión era hacerlo para cine», reconoce. Su primera obra de teatro en Madrid la protagonizaba Juan Diego, y de ahí, fue encadenando una con otra. «El teatro sufre mucho cualquier crisis pero es como un junco: se dobla y se dobla pero se endereza», añade. «El cine ha acusado mucho los precios y las plataformas, pero una obra de teatro es la misma cada función pero a la vez es diferente, es un arte vivo y su público lo sabe apreciar y lo mantiene», apunta.
Conexión Amenábar
Sumergido en su día a día, no le da especial relevancia a que sus composiciones suenen en grandes escenarios como Mérida. Tampoco se la da al hecho de que siga creciendo el éxito de ‘Tesis’. Con Alejandro Amenábar compuso la banda de esta y después, de ‘Abre los ojos’. «Y de lo más casual», avanza. A comienzos de los 90, impartía clases en una escuela para técnicos de sonido y uno de los alumnos entró al equipo de ‘Tesis’ como becario de sonido. Dio su nombre al director que buscaba a alguien que manejase el programa que él enseñaba en clase. «Amenábar no era Amenábar», ríe. Era 1 de noviembre cuando Mariano fue a su casa. «A la media hora de estar enseñándole el programa llamó a alguien y dijo que ya tenía al músico con el que haría la película». Así fue su entrada al Séptimo Arte. «¡Con la de vueltas que había dado yo para meter la cabeza en el cine!», concluye riendo.