Si uno realiza una búsqueda rápida sobre los beneficios que la fotografía aporta a una persona, la gran mayoría de resultados coinciden en cómo «enseña a mirar de otra manera». Muchos analistas y profesionales destacan la utilidad para aprender a tener más paciencia o desarrollar la creatividad, mientras que otros solo inciden en que «ayuda a fijarte más en los detalles». No obstante, entre todas las opiniones encontradas, hay quien liga sus beneficios directamente con la felicidad: «la fotografía permite disfrutar más la vida. Nos obliga a percatarnos de todos los momentos especiales que nos rodean y que muchas veces obviamos por el ajetreo diario», dice una de ellas. Y esto mismo fue precisamente lo que en su día motivó a Jesús Celma a adentrarse en esta afición.
Natural y afincado en La Codoñera, el fotógrafo comenzó a interesarse por este mundo cuando tan solo tenía 18 años. A esa edad él mismo se compró su primera cámara y desde entonces ha ido evolucionando de lo analógico a lo digital a la par que este mundo en el que disfruta «captando momentos únicos». De hecho, tal es su afición que actualmente ni siquiera recuerda haber pasado un día de su vida adulta sin realizar fotografías. «Es mi pasión, desde que comencé me ha aportado gran satisfacción personal. Es un arte que me ha permitido captar instantes irrepetibles», explica.
Su andadura profesional no comenzó con ningún curso especializado ni tampoco hubo un profesional que le explicara los trucos a tener en cuenta a la hora de disparar. Celma siempre ha sido autodidacta, formándose a base de prueba y error, y aunque al principio no fue fácil ahora domina todo tipo de técnicas, como la fotografía nocturna o en movimiento. Una de sus imágenes favoritas se encuadra precisamente en esta última categoría: una instantánea que captó del Puente de Piedra en Zaragoza y el movimiento de una gran noria que se colocó por las Fiestas del Pilar, y con la que incluso ganó un concurso de la revista Muy Interesante.
No obstante, uno de sus campos favoritos continúa siendo el de los retratos. «Hay temporadas en las que te centras más en una fórmula que en otra, pero lo que más me gusta es poder captar la esencia de la persona a la que fotografío, aunque lograr un buen retrato no es fácil. Alargar de más el disparo, por ejemplo, puede ser la diferencia entre una foto buena o una que no dice nada», detalla Celma.
A día de hoy, solo en su perfil de Flickr, acumula más de 800 fotografías, aunque también publica cientos en otra de sus redes sociales, herramienta a través de la cual se da a conocer y consigue organizar sesiones que compagina con su trabajo de albañil. Entre todas ellas se distinguen paisajes, personas, instantes e incluso tradiciones como la Semana Santa. «Las mejores fotos que tengo las he hecho cuando he visitado o visto un lugar, o, por ejemplo, una procesión, por primera vez. Todo es nuevo y a todo le das importancia. Y así tendría que ser siempre», reflexiona.
Su afición por coleccionar momentos únicos también se traslada a otras facetas. Celma lleva años recopilando libros y herramientas antiguas que ha ido encontrando en las diferentes obras en las que ha trabajado. También aguarda unas 900 fotografías antiguas de su pueblo, La Codoñera, que no son de su autoría pero recopila como un tesoro propio igual que el resto de imágenes que él mismo se encarga de tomar y editar, otro requisito indispensable actualmente. «Son objetos que, de lo contrario, se habrían perdido. Y lo mismo ocurre con todo lo que no se fotografía, por eso es tan importante», concluye Celma.