Cumplir 18 años es doblemente especial para las chicas jóvenes de Calanda. El año de la mayoría de edad es desde 2007 el mismo en el que ellas, a quienes antiguamente ni siquiera se les permitía participar o tocar el tambor, protagonizan una tradición única y completamente desconocida fuera de su pueblo: convertirse en «cocoteras».
Explicar los motivos detrás de este curioso cargo es posible si uno se remonta años atrás, cuando los encargados de mantener el orden en las procesiones daban pequeños golpes en la cabeza-‘cocos’-con una alargada cruz llamada cetrillo a todo aquel que no obedeciera. Por aquel entonces, los responsables de esta tarea eran hombres voluntarios, algo que cambió cuando en 2007 se decidió que fueran las quintas de cada año quienes ocuparan ese lugar. «Se hizo en gran parte porque los chicos que cada año son quintos ya salen en la Guardia Romana. Ellas también merecían tener su propio hueco», explica Antonio Royo (El Boti), encargado de instruir y acompañar a todas las cocoteras desde los inicios de esta tradición.
Hoy en día no dan golpes en la cabeza de nadie, pero cada Semana Santa siguen siendo ellas las encargadas de ejercer el orden en todos los actos. Todas forman parte de aquel grupo de personas indispensables que sacrifican su ocio personal para encargarse de que todo salga según lo previsto. El día de la Rompida, por ejemplo, llegan antes que nadie a la plaza de España para guardar el máximo espacio posible para los tambores y bombos delimitando así el paso de los turistas que no llevan túnica morada. Esperan durante horas sin rechistar porque saben que es una tarea imprescindible. De hecho, algunas incluso tienen la gran responsabilidad de permanecer en el mismo punto que horas después ocupará el bombo gigante, el otro gran protagonista.
No pasan desapercibidas y cualquiera que haya visitado Calanda durante estos días seguramente las ha visto aunque sea una vez. Todas van vestidas íntegramente de negro, con chaleco y portando un cetrillo, la misma delgada y alargada cruz que se usaba en los inicios. Cada una también lleva colgada al cuello una identificación personal a modo de credencial y un silbato. Además, en las procesiones, aunque todo lo demás se mantenga, pasan a llevar túnica morada y tercerol.

Ordenan las procesiones, completan las filas de tamborileros cuando se crean grandes huecos vacíos y también llaman la atención a todo aquel que no lleve la vestimenta adecuada. En el Viacrucis al Calvario iluminan con una linterna el paso de los tambores y, si es necesario, alzan sus cruces para indicar el cese de redoble cuando los tamborileros, al estar ya lejos, no escuchan el toque de las cornetas. También son ellas quienes los días previos a que todo empiece se congregan para identificar los coches mal aparcados y así solicitar su retirada para que las procesiones puedan pasar.
Es una labor que comienza el Domingo de Ramos y se alarga hasta el propio Sábado Santo. Durante todos estos días todas saben qué hacer en cada momento y donde colocarse porque las semanas previas, igual que la Guardia Romana y las bandas de tambores y bombos de todas las cofradías, recorren las calles con ensayos generales. «En ellos también han participado siempre Víctor Ojea y Antonio Celma. Incluso también algunas chicas que han querido repetir de un año a otro para instruir a sus compañeras, como es el caso de Sofía Llop, Vanessa Román y Leticia Petrila, quienes estuvieron con nosotros durante unos cuantos años», explica Royo.
Antonio Royo, el gran acompañante de las «cocoteras»
Antonio nunca ha concebido su vida sin la Semana Santa. «Mi año comienza el Miércoles de Ceniza. Es un arraigo que me transmitió mi padre y que tengo clavado en lo más profundo de mi ser», confiesa. Pese a que adelanta que ya no le quedan muchos años ejerciendo su papel por motivos de la edad, vivirla junto a las cocoteras es algo que le ha llenado por completo a lo largo de estos 16 años. «Es una manera de conocer a la juventud del pueblo. Todas cumplen con gran responsabilidad. Nunca ha fallado ningún grupo», añade.
Las de este año, nacidas en el 2005, viven estos días con emoción. Mientras tanto, en la cabeza de todas las anteriores, aunque hayan pasado años y años, todavía permanece lo que en su día vivieron siendo una de estas «agentes de la ley» de la Semana Santa calandina. Así lo recuerdan pese a tener que dejar de lado los tambores y bombos, puesto que siempre han tenido la suerte de vivir momentos igual de inolvidables. Uno de ellos, por ejemplo, llega con el Viernes Santo. A escasos minutos de las 12.00, las puertas del Ayuntamiento se abren y hay ciertas personas que tienen que acompañar a Antonio y sus brazos en alto en el famoso paseo entre los cientos de tambores y bombos para llegar al gran bombo. Es una perspectiva de la que solo disfrutan los fotógrafos, la prensa, los alcaldes, rompedores y ellas, las cocoteras. Un pasillo entre familiares, amigos y la mirada atenta de los turistas desde los balcones liderado por las chicas que entonces se reafirman en un único pensamiento: lo valioso que es participar en esta gran tradición.