La Semana Santa de cientos de samperinos no sería la misma sin los Lucea Espallargas. El Porche es parada para todo el mundo y fonda para algunos que ya se preocupan de reservar sus habitaciones. Desde finales de los años 70 en el Porche se alimenta al hambriento, se da de beber al sediento y el que necesita parar y descansar los brazos de tanto redoble y contragolpe, tiene su espacio.
En 1992, Joaquín y Quiteria abrieron el bar restaurante en la plaza del Ayuntamiento después de 17 años en el anterior, que estaba justo detrás y en el que servían solo tapas frías. Nada que ver con el actual, donde el ritmo es alto en las cocinas todo el año pero en estos días no hay tregua y por eso toda la familia, y personal extra, arriman el hombro echando el resto. Todo pasa en la plaza y por la plaza pero ellos, y especialmente sus hijos Joaquín, Beatriz, Miguel y Melisa, se las ingenian para combinar trabajo con tambor. «Las horas de comidas, cenas y vermús hay que estar, esto es una locura. Después de romper la Hora se sale a rondar con los amigos… Hasta que te da de sí el cuerpo porque el Viernes Santo por la mañana hay que estar en el bar», dicen. «A veces nos pasa a buscar la cuadrilla y alguna coge la escoba para que acabemos antes de recoger y salgamos», ríen.
En casa son de tambor, y Beatriz además sale en el paso de la Oración. Su hermano Joaquín compró la ropa y el palo para empujar la peana hace años y entre ella y su prima María la sacan. La tradición manda que la ropa y el palo no se pueden quedar en casa. «Si no puedes, lo cedes a alguien o si te piden que lo dejes para sacarlo en una procesión se presta pero tiene que salir», apuntan. Solo se quedó sin salir en los años de la pandemia. Hubo procesiones confinadas y los hermanos -con Miguel en Teruel- tocaron en casa y fueron los únicos que rompieron la Hora en la plaza desde su balcón y caen en la cuenta de que en esos años tocaron en todas las procesiones desde casa.

Vuelta a retomar la vida habitual, regresan los cometidos de cada uno. Joaquín hace más de dos décadas que también se encarga de colocar las flores de los pasos, otra labor tan necesaria como invisible y que a veces toca hacer a horas poco agradecidas en la ermita o la iglesia. «Siempre tengo la ayuda de algunas señoras», dice. Él sigue las peticiones de la Cofradía del Calvario y comienza entre el Domingo de Lázaro y el Domingo de Ramos, cuando la virgen luce los claveles rojos. «Para el Pregón y Entierro se cambian a blanco y con las demás imágenes vamos compaginando que queden todos de diferente color», explica.
También pone a punto el Mormento para el Traslado del Santísimo en Jueves Santo, uno de los momentos que más le gustan a Quiteria. «Si puedo esa tarde y dejamos ya las tapas y cenas encaminadas, me gusta escaparme a ver a los alabarderos», dice. En casa hubo uno hace años: Miguel con su corneta. «No descarto retomar», ríe. «No. Lo veo difícil porque requiere mucho ensayo y un compromiso y no puedo», añade. Es el único fuera del núcleo samperino porque trabaja en Teruel como sanitario. «Cuando vengo, toca ayudar en el bar y disfrutar lo que el cuerpo permite con los amigos», dice.
Es el único bombo en una casa donde la tradición la da el entorno. «Yo de pequeño tocaba pero me metí en hostelería muy joven y lo aparqué», dice el padre. «Nosotros ya empezamos de críos en los ensayos, y todos continuamos en la medida de lo que puede cada uno», dice su hija Melisa, que forma parte del grupo que representa al pueblo allá donde sea. «Crecer en Samper es crecer ya en el ambiente de tambor».
Enhorabuena Familia!! Os teneis bien merecida esta foto, ya que Samper no sería lo mismo sin el ambiente del bar el porche. Saludos de uno que pasaba a vender por vuestra casa donde siempre fui muy bien tratado.