«Vaya casualidad. ¿Qué posibilidades había?», me repetía mientras abría y cerraba el puño. «Pocas, muy pocas», me respondía mientras escrutaba con detalle la sala. Este martes 14 de febrero dos Alicias Martín se encontraron en el Centro de Salud de Alcañiz sobre las ocho de la tarde. Ambas estaban allí por el mismo motivo: el Banco de Sangre y Tejidos de Aragón había programado una colecta. Una de ellas -yo- iba a donar, y la otra era una de las personas que se había trasladado hasta la capital bajoaragonesa para llevar a cabo las extracciones.
Las reservas del Banco de Sangre son en estos momentos «aceptables» pero los accidentes, las operaciones o los partos se producen cada día y solo hay una forma de poder conseguir sangre: que alguien la ceda de manera voluntaria y altruista. Los donantes habituales, que son muchos en nuestra zona, ya conocen cómo es el procedimiento, pero hay cuestiones que conviene mencionar para quienes todavía no han dado el paso.
El proceso es relativamente sencillo. Primeramente has de reservar un hueco en tu agenda para acudir al lugar de la colecta. En localidades grandes estas citas son más o menos habituales, mientras que en poblaciones pequeñas se programan con menor frecuencia puesto que los hombres tan solo pueden donar cuatro veces al año, tres en el caso de las mujeres. Gestionado a través de las Hermandades, los voluntarios y el personal sanitario siempre te acompañan en el proceso, que se inicia nada más llegar al lugar donde se lleva a cabo la colecta. Puede ser un centro de salud, una sala municipal, en autobuses adaptados, en las dependencias de una empresa, en una estación… Cambia en cada pueblo, pero el lugar y la hora puede siempre consultarse en la página web del propio Banco de Sangre y Tejidos.
Este martes salí de trabajar con la firme idea de acudir al Centro de Salud de Alcañiz a donar. Aparqué en una calle cercana y me coloqué la mascarilla. Durante todo el día había estado pensando en el momento y repasando mentalmente los medicamentos que había tomado en las últimas semanas. En esta ocasión acudí acompañada. Éramos dos. Nos recibieron con amabilidad y simpatía. «¡Hoy vamos a batir récord!», dijeron. Rápidamente nos entregaron el cuestionario médico. Dos mesitas con bolígrafos nos esperaban. En este documento, además de tus datos personales, has de responder a una serie de ítems preestablecidos, que son los que ayudan a determinar si eres apto o no para donar. Pueden descartarte por varias cuestiones, desde haberte sometido a pequeñas intervenciones días antes de la donación hasta haber tomado determinadas sustancias o viajado a algunos países. En mi caso especifiqué que hace meses me sometí a un tratamiento con Dercutane, un medicamento prescrito para el acné.
Con el papel entre las manos tuve que esperar unos minutos, hasta que las tres chicas que tenía delante fueron atendidas. Seguidamente pasé a la consulta, donde te sometes a una breve entrevista con personal sanitario que revisa tu cuestionario, te toma la tensión y comprueba que no tienes anemia. Si todo está bien pasas a la sala de donación. Entregué el papel a una de las chicas que estaban realizando el proceso de donación y me indicó que me sentara en una de las camillas que habían quedado libres. «Mirad cómo se llama: Alicia Martín, como yo», escuché que comentaba con las compañeras. Enseguida vino con la bolsa. «Nos llamamos igual, ¿no?», dije riendo. «Sí, sí, Alicia Martín. Vaya casualidad», me respondió. Me pidió que cerrara el puño y poco tardó en clavarme la aguja. He donado ya varias veces pero todavía me inquieta ese momento y el sentir seguidamente la sangre caliente circulando fuera de mi cuerpo, pegados los tubos al brazo. Le pregunté cuánta gente había acudido ese día a donar. Me respondió que habían ido 65 personas, que se suman a las 53 de la anterior colecta.
Con las piernas sobre la camilla, sentada, solo has de centrarte en abrir y cerrar el puño. No obstante, a veces suceden pequeños imprevistos. La máquina que balancea la bolsa que ha de llenarse de sangre no dejaba de pitar. Al parecer no había bebido ese día el agua suficiente y el proceso iba más lento de lo habitual. Una de las compañeras de Alicia me puso en la mano una pequeña pelota para ayudar a que la sangre fluyera mejor al apretarla y soltarla. Tras algo más de 10 minutos la bolsa estaba llena de 450 ml de vida. Puedes marcharte poco después de sentarte y comprobar que no te mareas. Además, siempre te ofrecen algo de comer, beber y un pequeño detalle, en nuestro caso una mochila.
No obstante, es preciso saber que no siempre todo va bien. De hecho, mi acompañante no pudo donar este martes. A mí en una ocasión también me descartaron por padecer una leve anemia. A veces no es posible, bien sea por cuestiones médicas, por situaciones puntuales o incluso por sufrir pánico, miedo o sufrir efectos adversos como mareos al exponerse al propio proceso. No todo el mundo puede donar, puesto que también hay una serie de requisitos básicos como pesar más de 50 kilos o tener entre 18 y 65 años, por eso es preciso que aquellos que sí podemos nos prestemos a ello.
En mi caso soy donante de sangre desde el 14 de junio de 2017. Por aquella época mi abuelo tuvo que someterse a varias operaciones de urgencia. Los profesionales sanitarios le salvaron la vida, pero también lo hicieron las personas que en su día fueron a donar. Pensé entonces cómo podía agradecerles aquello y solo se me ocurrió una forma: convertirme también en donante.
La mejor crónica de una donación es el anonimato. De esos son la mayoría, y probablemente los más importantes…