La Semana Santa en casa de los Calzada Artal comienza mucho antes de los días clave. El inicio de los ensayos los fines de semana marca el comienzo de la revolución de nervios que se van intensificando a medida que se acerca el momento. Y es que Domingo de Ramos ya es un día muy destacado en la familia porque es el día de la exaltación, una cita que este año cumplió 36 ediciones.
De ella toman parte decenas de grupos de tambores llegados de varias localidades más allá de las de la Ruta y también participan los locales, tanto mayores como pequeños, para los que este es el momento de mostrar todo lo aprendido en el patio del colegio. De estos ensayos se encargan desde hace unos años Ángel Mendoza y Manuel Calzada Artal, quien no puede esconder la sonrisa al hablar de sus pequeños. «Cuando los ves tan pequeños ponerse delante de tanta gente aunque se mueran de vergüenza y ves la cara de la gente mayor del pueblo mirándolos con orgullo, lo compensa todo», dice.
De la exhibición no se pierden detalle sus padres Manuel y Eloína, que forman parte junto a una decena de personas de la Asociación Cultural Exaltación de las Costumbres, la encargada de organizar este encuentro. «Es un acto de unión con otros pueblos y ha ido a más, es conocido y esperado y La Puebla esa tarde se llena de muy buen ambiente», dice Eloína Artal.
Este buen hacer le valió a la agrupación el Tambor de Honor en 2010, que recogió su marido Manuel como presidente ya entonces. Siete años más tarde, volvió al mismo escenario a recoger los palillos con los que se marcó el Cese del Toque en 2016 en reconocimiento a su contribución a la Semana Santa. «En mi casa ya mis padres eran muy de estas fechas y yo me aficioné, aunque hubo lloros también», recuerda Manuel, cuya infancia y juventud transcurrieron en Híjar, en su pueblo. «Tendría cuatro años y cuando me pusieron la túnica me debió de parecer que venía un toro porque me asusté y no hubo manera», se explica. Todo ese sofocón se pasó en cuanto vio salir a un vecino de casa tocando el tambor. «Yo también quise y aún me acuerdo de ir con «El Vega», que era primo mío, toda la noche tocando y apenas tenía aguante porque era muy jovencico. Pero lo cogí con tantas ganas que aún sigo», ríe.
Solo soltó el tambor para cambiarlo por un bombo que compró a medias con un amigo y que se fueron alternando el primer año hasta que vieron que necesitaban uno para cada uno. Con este instrumento le sigue su hijo y con él empezó también su mujer. «Yo empecé de joven con mi hermano y para tocar el tambor tiene que ser con más gente que haga las marchas, es difícil tocar bien», dice. «Antes no había profesorado, como ahora, se aprendía juntándote a las cuadrillas de mayores y afinando el oído», apoya Manuel, que cambió Híjar por La Puebla donde se casó aunque todavía participó en algunas procesiones hijaranas y también sus hijos siendo pequeños.
El matrimonio sigue tocando pero «solo para Romper la Hora», el resto del tiempo lo comparten con la cuadrilla de amigos, con la familia y con todo el pueblo porque Manuel además es desde hace años la persona que se ocupa de que todo salga bien en las procesiones. Es fácil reconocerlo con su traje y corbata supervisando entre los cofrades y tamborileros. También contribuyó al realce del Cese del Toque, un momento que ha ido ganando empaque con los años.
En casa han respirado este ambiente sus hijos Manuel, Eloína y Nuria, así como sus respectivas parejas Sara Morer, Manolo Lambea y Rubén Martínez, zaragozano este último que se ha acoplado a la marcha de esta casa. Han transmitido el sentimiento a la tercera generación con Alba, Jimena, Lara, Raúl, Paula y Diego, que tienen entre 16 y 3 años y cuentan los días para tocar sus tambores.
«Desde que tenemos conocimiento la Semana Santa está en nuestra vida. Los que vivimos en Zaragoza hacemos la vida en el camino porque venimos a cualquier hora y más ahora porque nuestra Semana Santa está aquí y presumimos de ello», sonríe Nuria. «Son días de mucho jaleo pero son cuatro días, que se pasan volando», lamenta su hermano. Son días de estirar las horas porque «es encuentro con la familia pero también con los amigos porque algunos se han ido más lejos y solo los ves en Semana Santa», añade ella. Toda la intensidad explota en el Cese, cuando todo termina y el último mazazo o redoble se da entre la risa y el llanto.