La periodista, escritora y analista de la actualidad Berna González Harbour (Santander, 1965) estuvo el pasado viernes en Andorra participando en el Festival Aragón Negro. Escribe en Cultura, es columnista y analista de ‘Hoy por Hoy’ además de responsable de la newsletter EL PAÍS de la mañana. Anteriormente ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora al frente de varias secciones.
Recibió el Premio Dashiell Hammett, otorgado por la Semana Negra de Gijón a la mejor novela del género en español por la última aventura de la comisaria Ruiz, ‘El sueño de la razón’. También ha publicado recientemente una biografía de Goya y un thriller periodístico, ‘El pozo’, inspirado por el mediático caso Julen.
Visita Andorra para hablar de 'La España actual en clave de novela negra'. ¿Los sucesos han sido un reflejo del devenir del país?
Los sucesos retratan un país, son otra lectura de su historia. Cada asesinato, el por qué, sus circunstancias, ese puente entre asesinos y asesinados… la historia de un país se puede conocer a través de sus crímenes.
¿Y en la literatura?
Desde ‘A Sangre Fría’, que no está clasificada como novela negra pero sí como true crime, existe una conexión enorme entre literatura y sucesos. La novela negra trata la actualidad y mi literatura también es puro presente. Al ser periodista nunca me he ido al pasado o al futuro con la novela histórica o la ciencia ficción. Es un género que conecta mucho con la realidad porque aborda abusos y los protagonistas son siempre o abusadores o abusados y estamos en un presente donde siempre hay personas sufriendo corrupciones diversas.
¿Cuál es el estado de salud de la novela negra en España?
Fabuloso y por desgracia se acaba de morir Domingo Villar, seguramente el mejor de mi generación. Nos ha dejado novelas magníficas que han dado el salto entre una literatura de género muy canónica pero muy repetitiva a una calidad literaria con unas herramientas narrativas mucho más desarrolladas. Ocurre en muchos países y en España se ha producido un salto muy importante con autores como Villar o los que intentamos aportar esas herramientas de calidad y un estilo narrativo que eleve el género de categoría.
El true crimen se ha puesto de moda en España, ¿por qué?
En el mundo anglosajón lleva muchos años con éxito, he citado antes a Truman Capote; y aquí nos ha costado mucho. En el mundo del documental y el cine se está llevando a cabo gracias a las plataformas con crímenes reales como el de Rocío Wanninkhof o el caso Alcàsser pero en literatura está costando más aunque ya hay algún sello que lo promociona.
¿Para qué sirven festivales como Aragón Negro que recorre más de una veintena de localidades aragonesas del medio rural?
Es fantástico y digno de aplaudir porque estamos muy acostumbrados a festivales nucleares en capitales. Aquí nos acercamos a los pueblos, lo que para los vecinos es fabuloso y para los autores, también maravilloso porque nos permite conectar con un público diferente al que no solemos llegar pero que está ahí. Descubrimos que hay bibliotecas y bibliotecarios esforzados en extender la cultura, clubes de lectura,… La ambición de conectar esos dos mundos, de generar tejido cultural, conexiones entre quienes tienen vocación de leer y escribir no se produce en todos los festivales pero sí en los mejores. Algunos solo tienen la carcasa y en el Aragón Negro se nota que no.
En ‘El Pozo’ realiza una crítica mediática y social al caso Julen, ¿marcó un antes y un después como el caso Alcàsser?
No porque nunca nos vacunamos aunque el caso Alcàsser parecía que sí nos vacunaba del sensacionalismo porque llegó hasta tal grado de degradación que todos los periodistas que participaron en aquella exageración han desaparecido de los medios porque la ola se los comió. No fue así y con otros crímenes volvió el sensacionalismo, la utilización y el pago a las víctimas, algo de lo que no tengo pruebas pero en lo que creo. Nunca hay vacuna suficiente.
¿Qué debimos aprender los medios?
Que las noticias no son escenarios de un circo mediático y que debemos respetar siempre la ética y la vida privada de las personas. Es lógico que un suceso de esa envergadura despierte atención, no niego que sea una noticia; pero siempre hay que hacerlo el respeto a las víctimas y a su intimidad. Aquello se llenó de rumores sobre si eran culpables, si había droga, si ya se les había muerto un hijo…
¿Y la sociedad?
Por parte del público aquello se convirtió en un entretenimiento nacional. En mi libro lo represento de otra forma alejado del caso real pero he intentado reflejar los pecados del sensacionalismo, la falta de ética profesional y la búsqueda del morbo y la audiencia más allá de cualquier principio profesional.
También realiza una crítica a que las televisiones se han llenado de expertos en todo que hoy hablan de un tema y mañana de otro.
Sí, se están llenando de esos todólogos que ayer hablaban de cuánto puede resistir un niño en un pozo y hoy de lo que debe hacer un rey. Las televisiones están repletas de tanto todólogo y tanto espectáculo que cuándo rascas es muy difícil llegar al conocimiento real. Lo que da pena es que el público se trague todo eso. En el libro lo comento, que les estamos dando comida basura en vez de solomillo y eso es triste porque la responsabilidad es compartida pero en los medios trabajamos los profesionales que debemos decidir qué es deontológico y que no.