José Damián Ferrer Pina (Híjar, 1962) dice que es «de lagrimica fácil» y antes de que llegara el momento de recibir el Premio Repercusión se propuso tratar de estar tranquilo. Al final, derramó alguna pero lo hizo en compañía, porque más de uno del público no pudo evitar emocionarse con las palabras del homenajeado. Su cuadrilla le dio la sorpresa en un pabellón expectante para la entrega del galardón, que supuso el inicio de dos días de percusión en XIX Tamborixar, que cerró con el espectacular Concurso Nacional de Tambores al que tan vinculado está Ferrer Pina con su bombo.
¿Cómo acoge el premio?
Con sorpresa, porque no me lo esperaba. Estoy muy agradecido al Ayuntamiento y a la Junta Coordinadora por pensar en mí. La verdad es que soy un fanático de la Semana Santa y todo lo que lleva consigo y estoy muy agradecido.
¿Qué le vincula a la Semana Santa?
Viene de largo recorrido. Con 14 años ya me llevaba mi padre a colocar los estandartes de la subida al Calvario y no he parado. Antes de casarme monté una ‘cuadrillica’ a la que ensayaba, y recogimos fruto porque son la cuadrilla de Las Angustias, que ganaron varios años el Concurso Nacional de Tambores de Híjar, así que, estoy doblemente satisfecho. Con La Esperanza, que es la mía, también hemos ganado varias veces e incluso somos los últimos del Bajo Aragón que ganamos en Zaragoza y de eso hace años. He ayudado siempre que he podido en labores varias y si me llaman ahí estoy. Y sigo estando muy volcado con la peana de Las Angustias por mi padre.
¿Qué significa para usted la peana de Las Angustias?
Vivo por ella. La estrenó mi padre después de la guerra y él me inculcó la pasión por ella y ahí sigo.
Y por muchos años.
Que la pandemia me haya quitado dos años de Semana Santa en esta edad ya madura, pues fastidia. Pero bueno, ha sido un tiempo malo para todos y no podemos hacer nada, pero es inevitable pensar en que la edad no perdona y que habrá que colgar los hábitos pronto. Espero tardar pero las cosas son así.
¿Cuál es su primer recuerdo con el tambor?
En eso fui más bien tardío porque mi padre -José Ferrer Montañés- nunca tuvo un tambor en casa. El hombre era muy de Híjar y ha sido rosariero toda la vida, tanto que estuvo 75 años en ello, y eso y la peana era lo suyo. El deseo por tener un tambor en casa ya llegó cuando tenía 8 o 9 años, y fue cuando conseguí yo mi tambor. Me metí a tocar en la banda Juvenil de Alabarderos, pero como vi que la muñeca no era lo mío, ya empecé con el bombo y no lo he dejado.
También tiene que haber bombos.
¡Por supuesto! Pero es que tengo sana envidia de esa gente que redobla sin mover la muñeca y que solo puedes pensar en cómo puede hacerlo y asombrarte.
Además en Híjar el fin de semana de Tamborixar, entre la feria de percusión y concurso, se dan un festín de ver a virtuosos.
(Risas) Totalmente.
Luego está la gente joven, que da gusto ver cómo tocan ¿Qué le voy a contar si usted los ha entrenado?
Sí, da gusto ver cómo siguen. Y más me gusta todavía que haya gente que les enseñe. Para que una cuadrilla esté ahí tocando ha habido unas personas detrás que han dado de su tiempo de ocio, de dormir, que han pensado y que han tenido más paciencia que un santo porque ensayas con niños y los niños son así.
¿Cómo fueron los ensayos con la cuadrilla de sus niños?
Cuando empecé con los míos tendrían entre 7 y 8 añicos, y yo estaba recién casado, por lo que tendría unos 24 años. Ahora ya son casi todos padres, ha pasado el tiempo pero a día de hoy todavía me saludan en la calle como el primer día. Es el mayor trofeo que llevo grabado porque los quiero, son mis chicos.
¿Siempre estuvo con el mismo?
Siempre, más de diez años. Empezaron en Infantil, pasaron a Juveniles y ya cuando fueron mayores los dejé.
Con esas edades habrá mil anécdotas y momentos para todo...
Te cuento una. Yo siempre llevo bigote, y para darles motivación, un día les dije que si tenían narices de ganarme a mí y a la cuadrilla de La Esperanza, me afeitarían el bigote. El año que nos ganaron, al subir al escenario a recoger el premio brincaban todos al grito de «¡el bigote, el bigote!», y vinieron a mi cochera a afeitarme. Cada vez que recuerdo aquello se me ponen los pelos de punta… y soy calvo (ríe).
Eso es la Semana Santa, los ratos.
Siempre digo que la Semana Santa de Híjar es una desorganización muy organizada. Todos sabemos lo que tenemos que hacer sin que nadie nos diga nada. En mi caso, yo sabía que cada Domingo de Ramos tenía que subir los estandartes porque mi padre me lo había enseñado así. Cogía a mis amigos y enseguida estaban puestos. Llega el momento de romper la Hora y todos sabemos más o menos donde colocarnos, quien va a venir y quien no y en las procesiones, lo mismo… Nadie dice nada y todo va para adelante, y es que es la tradición.
¿Y ser rosariero no le tienta?
No, nunca me ha dado por ello y mi padre tampoco me insistió nunca. No tengo yo ni voz melodiosa ni oído pero me encanta escucharlos y me emociono desde el primer ‘¡Ay de mí!’ hasta el último. Yo me limito a sacar Las Angustias y tocar el bombo en todas las procesiones cuando me lo permite la peana.
Las peanas forman parte básica y la gente que las lleva también.
Supongo que en todos los pueblos pasará lo mismo, pero lamentablemente cada vez estamos menos gente. Si hay 14 pasos en Híjar y van 20 personas en cada uno, necesitamos 300. En un pueblo de 1.000, que haya 300 personas en peanas además de unos 40 ó 50 en alabarderos, y los tambores y los bombos… Es que no hay más gente. Tratamos de llevarlas siempre a hombros, que es lo que nos gusta, pero llegará un momento que no quedará otra que poner ruedas por la escasez de personal. Me gustaría que la gente joven se involucrara un poco más en todo en general y en Semana Santa en particular, hay tiempo para todo.
¡Pero para todo!
Para reírte, para tocar el tambor, para estar con los amigos, descansar, llevar la peana, procesionar… Esto lo tenemos que sacar entre todos.