Impelte nació hace 15 años y desde entonces ha obtenido numerosos reconocimientos, el último del Consejo Regulador de la D.O. Protegida Aceite del Bajo Aragón
Javier Sánchez estudió Historia pero acabó escribiendo la suya, basada en la de una tierra que sentía propia pero en la que nunca había vivido. «Mi familia se marchó hace más de 50 años, mi padre era de La Puebla y mi madre de Alcañiz«, cuenta. Él decidió que ya era hora de volver, y lo hizo para coger las aceitunas de variedad empeltre de los campos de Urrea, Híjar, La Puebla, Castelnou, Jatiel, Samper, Escatrón, Chiprana y Caspe, convertirlas en aceite, meterlas en una botella y mandarlas a Estados Unidos.
No tenía relación previa con este producto, pero vio en el aceite una oportunidad para cumplir su sueño: regresar al pueblo. «En torno al año 2000 surgió la moda del aceite, me picó el gusanillo y sabiendo que esto es una tierra de aceite me embarqué», cuenta. Su aprendizaje estuvo basado en la experiencia en una almazara de Albalate, en la que aprendió sobre los procesos y los tiempos del aceite. Pero quiso ir más allá. Decidió montar su propia almazara en La Puebla, Impelte, y en 2005 afrontaron la primera campaña. Fue bien pero Javier continuaba en su empeño por dar un paso más. «Elaborar el aceite es muy sencillo, al final es hacer un zumo», explica convencido, pero lograr el producto que hoy en día vende no fue tarea fácil. «Nos costó cuatro o cinco años conseguir el aceite que queríamos hacer, el que a mí me gustaba y quería comercializar», cuenta.
El producto que surgió de las innumerables pruebas, fruto del afán por apretar «la tecla correcta» fue reconocido recientemente como «Mejor aceite del Bajo Aragón 2019» por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida Aceite del Bajo Aragón. «Tiene un afrutado fresco que le da alegría, un aroma con toques verdes, y luego el almendrado típico, frutos como el plátano o la manzana… Es el compendio ideal entre verde y maduro», así define Javier su aceite.
Las olivas de estos campos del Bajo Aragón Histórico han viajado mucho y han sido probadas por miles de bocas que hablan lenguajes muy diferentes. La forma que han encontrado todas ellas para decir que se trata de un producto de calidad ha sido a través de premios. Reconocimientos en Israel, Estados Unidos o Francia, resultado de un trabajo que no cesa con el fin de la temporada. «Lo que hace falta para valorizar ese aceite es seguir trabajando en él durante el resto del año. No puedes pensar que te lo van a venir a comprar. No, tienes que salir, enseñarlo, crear marca y estar constantemente en movimiento para que te conozcan» asegura Javier.
Cinco personas trabajan en la almazara durante la temporada para sacar adelante los 150.000 kilos de aceite que se producen en cada campaña, y dos personas durante el resto del año. No obstante a esas dos hay que sumarles un integrante más, que es quien actualmente dirige el proyecto de internacionalización. El objetivo es vender este año 30.000 kilos de aceite en Estados Unidos, mercado en el que trabajan desde hace varios años. Pero están en busca de otros nuevos. «Siempre se habla de China… pero sin olvidar el mercado europeo», asegura convencido.