¿Cuánto porcentaje de tráfico de datos transoceánico se da por satélite?». Con esta pregunta suele comenzar Isabel sus charlas, conferencias o explicaciones sobre su trabajo. «Casi todo el mundo dice que todo el tráfico va por satélite, sin embargo, es menos del 1%». Esto significa que más del 99% viaja por fibra óptica y lo hace a través de miles y miles de kilómetros de cable submarino.
Isabel Alcober Tena ha pasado 17 años de su vida arreglando esos cables por los que viaja la vida social y laboral de esta nuestra sociedad moderna. «A mí me gusta llamarlos autopistas bajo el mar», se sincera sonriente al otro lado del teléfono desde Madrid, la ciudad en la que reside desde que aprobó la plaza para trabajar en Telefónica en 1989. Comenzó como primera mujer técnico en el departamento de satélites. Reconoce que «la tecnología ha mejorado» pero con todo, la capacidad que tiene una fibra óptica comparada con un satélite sigue siendo «brutal».

Existe una red de mil millones de metros de cables submarinos por la que transita prácticamente la totalidad del tráfico digital. Cada vez más, la información y el entretenimiento tiene formato vídeo, lo que multiplica sobremanera la capacidad. Muchas veces, -más de las que parece- esos cables sufren averías que sin embargo no llegan a trastocar el día a día tecnológico ni en casa ni la oficina. Además de que cada cable está duplicado, hay un equipo especializado que acude a arreglarlo. Desde 2001 hasta 2017 Isabel se dedicó a esa labor como «cablera» desde la unidad de mantenimiento de cables submarinos. «La ingeniería pone las cosas nuevas y el mantenimiento las arregla», apunta. Ha sido 17 años la representante a bordo de la compañía en el buque cablero desplazado. Una pionera en el sector.
Enfrentarse a una avería
Cuando salta la alarma de una avería comienza la movilización. Existen varios buques atracados en distintos puntos y que emplean varios países mediterráneos. Lo primero es reservar el más cercano, que normalmente es Marsella, y movilizar al equipo especializado en los cálculos ya que es fundamental localizar con gran precisión el punto exacto de la avería. A partir de ahí, se puede hacer la planificación de los recambios necesarios, entre otros muchos aspectos. Todo esto se precisa mientras el buque y todo el personal de a bordo llega al puerto de Algeciras, el punto de salida. Disponen de 48 horas para llegar desde el aviso.
Los cables siempre van a ras del fondo marino y el mayor porcentaje de roturas se da por la acción humana. Barcos de pesca de arrastre o anclas, principalmente. Por eso la mayoría de averías suelen darse no muy lejos de la costa, en la zona delimitada como plataforma costera. Al fondo -que puede estar a 2.000 metros- baja el robot submarino que va provisto de luz y cámaras y es con lo que proceden a efectuar los cortes y desprender el tramo de cable dañado. Isabel debe sustituirlo, por lo que debe realizar dos empalmes. «Se eleva el cable al buque para inspeccionar bien las fibras y por dónde cortamos, el proceso de empalme puede durar unas 24 horas», señala. La vez que más tiempo ha estado navegando han sido tres semanas «porque el temporal nos lo complicó». En estos 17 años en el departamento, salvo con «alguna oficial o enfermera», pocas veces se ha encontrado con otra mujer en el buque De una tripulación de 70 personas, ella siempre ha sido la única mujer. De hecho, que tenga constancia, ha sido y sigue siendo la única mujer en Europa en desempeñar ese cargo. «Pero jamás ha habido nada que haya supuesto ninguna diferencia porque yo sea mujer», señala.
En estos años ha visto de todo. Desde fondos marinos auténticos estercoleros en costas españolas, hasta la visita que recibieron de un enorme tiburón reparando un cable entre Mallorca e Ibiza. Estas anécdotas, así como otra relacionada con una botella o lo que supuso el terremoto en la isla de Hierro en 2014 están recogidas en «Mujeres de los mares» (Ed. del viento, 2019), un libro de Ana Alemany jalonado de grandes historias y donde aparece Alcañiz. «Lo llevo con mucho orgullo», sonríe.
Isabel se crió en la calle Caldereros. Su padre era comerciante y su madre regentó durante años una tienda de chucherías cerca de La Inmaculada donde estudió. Fue cursando COU en el instituto donde su profesora de Física le despertó la vena científica y optó por la carrera de Física en Zaragoza. «La provincia me la conozco muy bien, a mi marido le encanta. Es islandés, así que, la Semana Santa la disfruta… Prendado quedó de la procesión del Silencio», explica sin esconder un ápice de ese orgullo. «Me fui a estudiar y luego a Madrid y mi familia se fue a Barcelona, pero sigo yendo, es mi pueblo», concluye.
Su historia, en el libro ‘Mujeres de los mares’
«Mujeres de los mares» es el segundo libro para Ana Alemany. El primero, «Todos los caminos llevan a los polos», de alguna manera abrió el camino a este porque investigando se topó con el dato detonante para comenzarlo. «Leí que el 70% del planeta está cubierto de agua pero que solo conocemos un 10%», cuenta.

«Me di cuenta del espectro tan grande que había de personas relacionadas con el mar con trabajos muy interesantes y de lo que no somos conscientes, por ejemplo, el de Isabel», relata. Es un libro «perfecto para mostrar las posibles carreras STEM -las relacionadas con ciencias-» . Se trata, como define la autora, «de un libro femenino» que trata de «dar visibilidad a estas mujeres que existen». Acaba de terminar el tercero, esta vez, está relacionado con el aire.
«Mujeres de los mares» se editó en septiembre y ha vivido varias presentaciones porque allá donde se solicita llegan estas 20 historias tan apasionantes como desconocidas.