José Miguel Abril reflexiona a través de su arte pero también con la palabra. De verbo ágil, al hablar transmite una gran pasión por lo que hace pero siempre con realismo y sin idealizar un mundo en el que es complicado vivir únicamente de su trabajo. A sus 45 años, él lo hace desde su localidad, Alcañiz, donde tiene su taller y su proyecto de vida.
Es un artista autodidacta que combina su labor artística, la escultura en alabastro, piedra o bronce; con la restauración y rehabilitación de edificios históricos. Ha llevado su arte a Madrid, Barcelona, Berlín, Nueva York, Utrecht y también ha dejado su impronta en iglesias y castillos. Recientemente, ha creado tres gárgolas para la Torre Gótica de Alcañiz y ha estado colaborando con la restauración de la fachada de la Lonja y la Casa Consistorial. También creó la escultura en honor a Marc Márquez en una curva de Motorland.

«Vivimos en una época a nivel general muy caótica en la que no se valora nada, hay un exceso de todo. A todos nos gusta vivir de nuestro trabajo pero es complicado, no se educa en el arte ni se invierte dinero. Para los artistas, al margen de querer comer, es para nosotros una terapia espiritual. Una forma de expresar lo que sientes y, por muchos obstáculos que te ponga la vida, sigues en ello», reflexiona el alcañizano.
Sus recuerdos de infancia ya tienen relación con el arte e incluso los regalos que recibía eran libros de dibujo o cómics. Estuvo viviendo en Teruel y allí ganó el primer premio de dibujo de su colegio dibujando un cráneo. «Ya me iban entonces las calaveras y esa visión un poco oscura de la vida», recuerda. La recompensa era asistir un año a la Escuela de Artes y Oficios por las tardes cuando terminaba las clases. «El profesor estaba sorprendido porque era un crío y tenía casi el mismo nivel que los que estudiaban allí, que eran mayores. Siempre se me dio bien», precisa.

«Ya me iban entonces las calaveras y esa visión un poco oscura de la vida»
Ya en su juventud formó parte de la primera escuela taller de Alcañiz. Comenzó en 1990 y duró tres años con el impulso de un profesor que vino de Barcelona con la influencia de las vanguardias de aquellos años. Fue un modelo innovador y completo que, por desgracia, no se ha repetido, y que conllevó la rehabilitación de los paseos del Castillo, las esculturas de las escalinatas o la fuente de las ranetas. Allí José Miguel aprendió el oficio de cantero trabajando la piedra con ciertas nociones de escultura. «Entonces no lo valoraba porque era joven y rebelde pero con los años comprendí que era un proyecto muy adelantado a su tiempo que me marcó. Saber dibujar y las nociones de las tres dimensiones fue una fusión muy interesante con la que entendí que tenía futuro en esta disciplina».
A partir de este momento comenzó en este mundo por su cuenta y más tarde, con su profesor y algún compañero más en un taller. Primero en Valderrobres y después en Alcañiz. Fueron años en los que se trabajó mucho porque no había nadie con esta especialidad.
Más adelante, a raíz de un viaje a Florencia y a Roma sus inquietudes artísticas cambiaron. Además, recibió encargos de esculturas. Muchas de ellas lucen en las fachadas de iglesias bajoaragonesas como las de Mas de las Matas y Fuentespalda. Fue todo un ejercicio de conocer las proporciones y las formas a través de libros de anatomía. Un trabajo totalmente autodidacta del que reconoce que el esfuerzo es mayor pero también la satisfacción personal. «No tenía un maestro, iba a base de tropiezos. Esta es una carrera en la que no te gradúas nunca, es un aprendizaje continuo», reflexiona el alcañizano.
El cuarto sello, 2016 Origen, 2011
Sus inquietudes cambian al conocer el arte contemporáneo y aparca lo clásico. Se «alimenta» de lo que va conociendo. Comienza a trabajar con alguna galería e inicia un recorrido por exposiciones. Una labor que para vivir combina con los trabajos en piedra especializados para los que se necesita «ser más que un cantero». Por ejemplo, los tres ventanales en el ábside y la recuperación del rosetón gótico de la Iglesia de Torre del Compte.

Su futuro lo quiere seguir ligando a su ciudad, Alcañiz, y para ello se está construyendo el que será su nuevo taller y también su carta de presentación. La escultura necesita unas instalaciones más grandes y preparadas que la pintura. Espacio para colocar una grúa para mover las piezas y el embalaje para los traslados es mucho más complicado y costoso. Su salida a nivel de ventas también es más complicada aunque destaca que el resultado también es «más espectacular». «Un cuadro lo puedes pintar en el salón de tu casa pero trasladar una escultura conlleva 500 euros de gasto», apunta.
Otro handicap es que un parte importante del mundo del arte son los contactos y las relaciones continuas que pueden terminar en encargos. Hay que estar «donde ocurren las cosas» y en el arte pasan en Madrid. «La tecnología te abre puertas pero un artista necesita estar mezclado con gente y promocionarse, aquí estoy en un desierto. Hay que moverse continuamente pero también debes tener un lugar al que regresar. Es complicado, cualquier decisión no sabes si es la acertada… pero a mí tampoco me ha ido tan mal».
Perro semihundido, 2016 Condenado, 2016 Niño, 2011
Muy bien, me alegra tener noticias tuyas ,, un abrazo