La imponente maquinaria de la planta andorrana dejó de latir el pasado martes, último día operativo, y con este apagado, el carbón pasa a formar parte del pasado del territorio y se pone el punto final a varias generaciones mineras de miles de familias que, en el último siglo, han vivido de la minería del carbón en la provincia de Teruel. Atrás quedan aquellos años en los que a Andorra y a Ariño llegaron gentes de todo el país para emplearse en el sector, bajar al tajo cada día y formar parte de la familia minera que ha sido ejemplo de lucha, tenacidad y duro trabajo.
La incertidumbre lejos de disiparse, sigue ahí a la espera de conocer qué será de los puestos de trabajo, tanto de los directos de Endesa como de las subcontratas. El Ministerio de Transición Ecológica ya ha firmado la autorización de cierre por lo que el siguiente paso será la adjudicación de los trabajos de desmantelamiento. En el territorio miran atrás con nostalgia por un final de muchas historias pero con ganas de salir adelante y, sobre todo, de ver algo real de todos los proyectos prometidos.
«Llegamos a ser uno de los pueblos con más porcentaje de niños de España»
Juan Antonio Pelegrín (Andorra, 1964) encarna a la tercera y última generación de su familia vinculada a la minería. Su padre era de Albalate del Arzobispo y su madre, de Cantavieja. Ambos vivían en Alcorisa y acabaron por trasladarse a Andorra en los años 50 donde el padre entró en los talleres exteriores de mina de la Empresa Nacional Calvo Sotelo (ENCASO). Después pasó a ser administrativo, puesto en el que continuó una vez se construyó la central. «Mi abuelo ya fue lucero en Alcorisa. En Andorra, vivimos siempre en el Poblado de Endesa y yo tendría unos 14 años cuando se construyó la central en una época en la que debía de haber casi 3.000 mineros y éramos el segundo pueblo de España que, porcentualmente, más niños tenía», recuerda. Él comenzó con 22 años como aprendiz en turbinas y calderas. Aprobó la plaza para Endesa y estas más de dos décadas ha pasado por turbinas, resultados de medio ambiente y por último, por la responsabilidad de Parque de Sólidos que engloba carbón, caliza y residuos (yesos escoria y ceniza).
Tras el cierre, unos serán jubilados y otros reubicados pero, con 56 años, él representa un rango de edad «complicado». Entiende que «habrá salida laboral» para todos y que lo urgente es saber cuándo, cómo y dónde para planificar la nueva vida que puede implicar cambiar de residencia. «Las plantillas de subcontratas siguen con mucha incertidumbre y algunos en el paro tras décadas de servicio», reflexiona.
Para sus hijos de 23 y 18 años, aunque quieren estar en Andorra, «no hay trabajo según sus estudios». Tras el golpe del cierre de minas en Ariño, el de la central supone para «Andorra una pulmonía y un resfriado grave para Alcañiz», advierte. Ariño ha ido sosteniendo población entre el balneario y nuevos proyectos de Samca, no así Aliaga o Escucha tras el cierre de sus centrales. «Las cuestiones políticas no las podemos controlar, lo que esperamos es ver algún hecho de todos los proyectos prometidos», concluye.
«Saldremos adelante como siempre lo hemos hecho, Andorra no termina aquí»
Mª Dolores Úbeda (1981) abrió su centro de estética hace 15 años cuando su pareja, Alberto Lahoz (1982), le comunicó que le habían contratado en la central. «Dejé el trabajo de Zaragoza y me volví y monté mi propio negocio con el fin de vivir y formar una familia en nuestro pueblo», dice. Ahora, y con dos niños de 3 y 8 años en común, es ella el amarre a la Villa Minera. El 11 de junio, Alberto se incorporó a su puesto en la central de Melilla, su nuevo destino dentro del plan de recolocaciones de Endesa.
Se fue sin fecha de regreso pero ella confía en que esa vuelta se terminará produciendo más pronto que tarde y por eso, le espera en Andorra con sus hijos y el resto de familia. «Apostamos por el pueblo y seguimos convencidos de ello y de criar a los niños aquí. Aunque serán unos años duros, Andorra volverá a salir adelante», dice. De hecho, pensando en ese futuro, han decidido ampliar el centro de estética que abrió hace 15 años a un local más grande en la calle peatonal, un paso meditado desde hacía tiempo. «La distancia se lleva como se puede, hay días de todo, pero muchas familias están igual, sólo hay que pensar en todo el tiempo que están fuera los camioneros por ejemplo. Tenemos que ser fuertes y tener un poco de paciencia», apunta.
Úbeda tiene sangre minera por parte de padre y empresarial por la materna. Sus abuelos paternos se instalaron en Andorra procedentes de Puertollano (Ciudad Real). Su abuelo entró en la Calvo Sotelo y más tarde, su padre y sus tíos en minas. Su madre regentó una zapatería y luego una tienda de chucherías. «Siempre ha tenido comercio y mi padre su trabajo en Endesa y sí, la historia se repite con nosotros», sonríe.
Asegura, que aunque Andorra pueda perder población, seguirá quedando gente que necesitará servicios y también de los pueblos de la comarca. «No nos tenemos que rendir, ya lo dicen en las campañas: compra en tu pueblo y harás pueblo. Se ha apagado la central pero el pueblo y la zona tienen que seguir», apunta.
«El sentimiento de pertenencia era grande, era un orgullo ser de Endesa»
Francisco Molina (Escatrón, 1963) trabajó en la central hasta que en 2012 tuvo que acogerse a los planes de prejubilación. Ahí terminó la tercera generación de su familia vinculada al complejo mineroeléctrico que iniciaron sus dos abuelos. Ambos emigraron desde Andalucía para trabajar en la térmica de Escatrón perteneciente a la Empresa Nacional Calvo Sotelo y siguió su padre, que entró en la escuela de aprendices con 14 años. El cierre de la planta llevó a su familia, y a 300 más, a trasladarse a Andorra. La Villa, tenía 4.500 habitantes en los años 50 que se convirtieron en 7.800 en los 60 por el trabajo en las minas. La central sumaba casi mil más. Él, Ingeniero Técnico Agrícola y diplomado en Gestión Ambiental, comenzó su actividad en el centro minero de Endesa en Andorra en 1990. «Creo que en cierto modo teníamos una idiosincrasia propia y un sentimiento de pertenencia. En ese sentido te invitaba en aquella época a querer entrar, era orgullo», dice. La empresa era motor económico y social. De hecho, otro hito era pertenecer a su equipo de fútbol, «toda una institución».
La entrada de Molina en la empresa coincidió con la creación de un departamento propio para trabajar en exclusiva en el área medioambiental. Se había pasado de un sistema de minería subterránea a uno de cielo abierto donde las afecciones paisajísticas se convirtieron en las más graves por lo que se trabajaba en restauración. «Mientras fue pública, no escatimó en invertir en innovación y adaptabilidad, había que dar ejemplo y te miraban con lupa», apunta y recuerda que fue el primer centro minero de España que alcanzó la certificación ambiental de Aenor. «Han sido muchos años disfrutando del trabajo, con retos, innovaciones y compañeros estupendos», añade.
Espera a esa transición justa que, de momento, «sólo lleva promesas y falsas expectativas». «Siempre nos quedamos fuera del área de negocio, los grandes proyectos que crean 4.000 empleos en Aragón van fuera de esta provincia», concluye.
«Hemos vivido lo mejor y ahora lo peor esperando a saber nuestro futuro»
En Asturias hunde sus raíces maternas Alejo Galve (1965), trabajador de Endesa en la central térmica desde mediados de los ochenta. Su abuelo llegó a Andorra en los 50 desde Mieres para trabajar en las minas, como hicieron muchos en la época reclamados por la experiencia minera en su tierra. «Mi padre era de aquí y no siguió con el ganado de mi abuelo, entró en la mina y luego entré yo. Fue en el 85 al desmonte y el año siguiente, a la central», dice. Es operario de parque de carbones y ahora uno de los que también espera una resolución acerca de su futuro. Recuerda la construcción de la central y la revolución que supuso para Andorra. «Había movimiento constante de gente y eso llevó al de comercios, bares, servicios… Ahora vemos lo que entonces pensamos que no veríamos y que es todo lo contrario», añade.
Por aquella época, entrar en la central «era el sueño de los chavales de mi generación, siempre digo que entré a una gran empresa que, mientras fue pública, cuidaba y respetaba a sus trabajadores. Vivimos tiempos muy buenos en todos los sentidos», señala. Galve es, además, uno de los rostros de las reivindicaciones de los últimos años como presidente provincial de UGT. «Siempre he sido muy optimista pero ahora el desgaste viene porque estamos cansados de años de promesas políticas que anuncian proyectos de los que no hemos visto ni un movimiento de tierras», añade.
No obstante, confía en que pronto haya una realidad que cubra empleo porque «quien se marcha no vuelve, el ejemplo lo tengo en mi familia». Tiene tres hijas y las tres encontraron su camino fuera de Andorra para estudiar en Zaragoza y trabajar. Una de ellas, lo encontró en Málaga. «Tienen claro que irán dónde haya trabajo y aquí, ¿ahora a qué van a volver? De momento, de visita», lamenta. Galve espera noticias de su futuro que sabe que lo tendrá aunque no sabe cómo. Pero, «¿qué pasará con el personal de las subcontratas? Muchos ya están en la calle», se pregunta.
«Mucha gente se ha dejado la vida en las minas para que el país funcione»
El 6 de enero, Álvaro Lázaro (Andorra, 1967) se instaló en Lérida con su mujer recolocado por Endesa, empresa en la que entró en 2003 procedente de una subcontrata tras realizar unos cursos. «El personal de estas auxiliares lo está pasando muy mal porque a los directos nos van dando salidas pero a ellos, sus empresas no en todos los casos y hay familias que se tienen que ir», dice. En su casa, fue su padre quien comenzó en la empresa entre los 40 y 50 en la Calvo Sotelo, en una época en la que Andorra empleaba a mucha gente de los pueblos de alrededor. «Mi padre es de Híjar, se vino y trabajó toda su vida en Endesa», apunta. Lamenta la falta de memoria hacía estas generaciones de mediados del siglo pasado cuando muchas vidas se quedaron en el camino. «Igual que hubo una época en la que todo el mundo quería entrar en minería, también la hubo de lo contrario porque era realmente muy peligroso y mucha gente se ha dejado la vida para que funcionara el país y la empresa durante muchos años», asegura.
Álvaro sólo verá el futuro halagüeño si se ponen alternativas reales. Lo mismo que mira a la experiencia cercana y directa de Escatrón que perdió muchos habitantes con el cierre de su central, también mira en su propia casa. Sus hijos, de 22 y 24 años, se mueven entre Andorra y Zaragoza, que es donde hay más oportunidad. «Mucho antes que nosotros mismos, las administraciones ya sabían que este fin llegaría pero no se ha movido casi nada y estaría bien preguntar también por todas las subvenciones que se han concedido a lo largo de los años y que no sabemos qué han hecho con ellas porque alternativas reales no hay», reflexiona.
Desde Lérida, el andorrano confía en que estas respuestas lleguen de verdad en un tiempo corto de tiempo. «Si no es en un año, en cuatro, pero que lleguen porque no se puede dejar morir una tierra. No puede ser que a nadie le importe que desaparezca un pueblo referente como Andorra con 8.000 habitantes», apunta.
Antonio dice
Recuerdo cuando en Escatron nos dijeron que la nueva central no se iba a hacer en Escatron que la iban hacer en Andorra, por decisión del político de turno, para nosotros fue una mala noticia ese verano nos subimos toda familia a Andorra, Escatron perdió 4500 habitantes. Ahora volveremos por fin a Escatron donde nunca tuvimos que marchar con la prejubilacion y los años que nos queden por vivir. Supongo que Andorra irá perdiendo habitantes y se quedará con los años en 1500 o 2000 la gente nos iremos, solo quedarán agricultores y pastores, en las fábricas se gana poco y la gente se irá ha zaragoza.
Rubén dice
Si tu triste deseo es la despoblación, te delata como persona. El tono que utilizas es de indiferencia ante la despoblación de la provincia. Mejor vete a Escatrón que aquí sobras