Jesús Martín avanza a pasos cortos pero se siente seguro guiado por su familia. Llega hasta la roca de la calle Roma y posa para la foto rodeado de los suyos. Él luce la túnica que durante tantos años ha llevado mientras empujaba el paso del Cristo Yacente más conocido como La Cama. Ya se ha retirado. Lo hizo en 2018 y hasta entonces fue la persona de más edad portando una peana en las procesiones de Albalate. Nació en 1931 y los 91 le están esperando en apenas un mes. Ahora sonríe mientras sus hijos, nueras y nietas comparten con él y su esposa vivencias de Semana Santa. Suelta un «muchísimos años» muy contundente y alargado porque realmente, dar con el origen exacto de sus inicios junto al paso más antiguo que conserva el pueblo implica irse muy atrás en el tiempo. «Se llevaba a hombros, luego ya pusieron ruedas», apunta.
«Este paso es el más antiguo porque el amo, que lo tenía en casa como se hacía antes, en la guerra lo escondió en un pajar y se salvó», cuenta. «Una vez terminó aquello, los amigos del dueño, entre los que estaba mi hermano José, empezaron a llevarlo en las procesiones. Entré con ellos y tendría 17 ó 18 años… hace mucho», añade. «Nos casamos hace 62 años y él ya lo llevaba desde mucho antes», añade su mujer, María Lasmarías.
Así es como la familia Martín se vinculó con el paso de La Cama con los Pina y así es como continúan haciéndolo. «Es una peana familiar en la que los abuelos son amigos, nosotros como segunda generación somos amigos y lo mismo la tercera generación. Durante 40 ó 60 años lo han sacado las mismas personas a las que van relevando los hijos», señala Tomás, uno de los dos hijos del matrimonio. Cuando Jesús se retiró, colgó la túnica pero para pasársela a su hijo mayor Jesús Bernardo, que es quien lleva el paso en su lugar. Para eso, dejó el grupo del paso de La Burra. «No había cofradía y la hicimos los amigos, salí tocando y luego llevando el paso hasta que mi padre se retiró y me pasé a llevar La Cama en su lugar», dice.
Al igual que él, Tomás también se amolda a lo que requiera la Semana Santa en cada momento. Comenzó a tocar el tambor para Romper la Hora y pronto se incorporó a la Oración en el Huerto, una cofradía en este caso gremial, ya que en sus orígenes pertenecía a los agricultores. Entró por vinculación familiar cuando un tío que pertenecía a ella le trasladó a él y a sus amigos que había pocos tambores. «Sigo y salgo tocando o de capuchino, otra variante de procesionar», señala.
De hijos a nietas
Además de llevar el paso, Jesús también tocaba el tambor. «Tendría 6 ó 7 años cuando empecé», señala. También dio sus mazazos al bombo, el mismo que está guardado en casa «desarmado». Tuvo recorrido con Jesús Bernardo. «Me lo arreglé poniéndole una piel de cabra y salí bastantes años tocando de negro hasta que ya hicimos el grupo de La Burra y salí tocando con ellos en la cofradía hasta que pasé a llevar peana», dice. Tanto él como su hermano Tomás comenzaron a tocar con sus cuadrillas de amigos. «Hace años el tambor era la excusa para salir un día entre semana por la noche de casa. Tenías que ensayar, no te ibas por ahí, ibas a hacer eso y estaba aceptado en casa tanto para los chicos como para las chicas y era una forma de socializar para los de nuestra generación», dice y asiente el resto.
La tercera generación Martín la componen Ana, Esther, Alicia y María, cuatro nietas que tocan desde la cuna. «Alicia nació en septiembre y esa Semana Santa ya subió al Calvario con su túnica y en su carrito», recuerda su madre Mª José Serrano. «Además de tocar, por toda esa vinculación desde pequeñas salimos en La Cama, primero como hebreas y luego con los capuchinos. La relación con los Pina, propietarios del paso, es familiar sin serlo de sangre. El ambiente es el mismo porque nos vestimos juntos y todo son túnicas y guantes por casa, nos reunimos para cenar… Son noches de Viernes Santo de croquetas de pescado, tortillas…», sonríe Alicia vislumbrando volver a ello este año.
A esta tradición se añade la de ir, una vez pasada la procesión del Entierro, a casa de los abuelos a darles parte de las flores que han adornado La Cama. «Es costumbre de las cofradías entre sus mayores, el abuelo ya se las llevaba a su padre», añaden Tomás y su hermano. La casa Martín Lasmarías sigue siendo el lugar de encuentro, y además de contar con una situación estratégica, en ella sigue estando lo más importante.