Las colas en las panaderías y carnicerías de Alcañiz salían hasta la calle este jueves por la mañana. Muchos vecinos se abastecían de las últimas provisiones antes de irse a las huertas a celebrar con familiares y amigos el Choricer. Las longanizas y los chorizos se contaban por kilos y tampoco faltaban las bolletas para acompañar el embutido. Las bolsas y los carros llenos delataban la ilusión de los alcañizanos por poder volverse a juntar con sus seres queridos en un día tan especial tras dos años de pandemia. Hace un año estaban prohibidas las reuniones sociales de más de cuatro personas y había toque de queda por la noche.
A primera hora de la mañana de este jueves, la alcañizana Ana Robres compraba chorizos, morcillas, papada y caretas en la carnicería Ramiro de la avenida Aragón. «Las haremos a la brasa para merendar en la huerta con mis hijas y mis cuñados», contó. Al otro lado del mostrador, la carnicera Sonia Bosque, que preparaba sin descanso los pedidos de los últimos clientes, coincidía con Robres: «A la brasa es la forma más tradicional de cocinar la carne este día». Vecinos de todas las edades han pasado por la carnicería durante toda la semana para realizar sus compras del Choricer, aunque las ventas más fuertes se produjeron entre el martes y el miércoles. Este año han vendido «muchos» kilos de carne.
«Después de la pandemia, he notado cómo la gente está mucho más animada a comprar, gracias a Dios. Los vecinos salen un poco más, se van juntar este jueves con amigos, se ve otra alegría», explicó Bosque. Los elaborados cárnicos más tradicionales «son el chorizo y la longaniza, que es el producto estrella». También se compra mucho ternasco de Aragón. Además, en la carnicería preparan longaniza y chorizo de un tamaño pequeño que «las abuelas se lo llevan para sus nietos unos días antes, para que se seque un poquito y esté mejor para comérselo».
A pocos metros de distancia de la carnicería, también en la avenida Aragón, una fila de gente salía este jueves por la mañana de la panadería Enrique Alonso, con horno en Puigmoreno. En las estanterías del interior, las barras, baguettes y hogazas compartían espacio con las tradicionales bolletas. «Son las «bollas» de toda la vida con las que se hacían bocadillos de longaniza para ir al campo. Se preparan más exclusivamente en este día por la tradición», señaló el panadero, Enrique Alonso. Las bolletas las venden en tres tamaños: de medio kilo (el pan tradicional), de cuarto, y la individual de unos 150 gramos para el bocadillo. Todas ellas, en forma circular, se caracterizan por el sello que cada panadería imprime en la superficie: «Yo lo tengo en flor, mientras que otros lo tienen en círculos. Nuestro sello tendrá unos 100 años, fue mi suegra quien lo comenzó a utilizar cuando hacía pan en casa», detalló Alonso.
En total, la panadería de Puigmoreno ha vendido alrededor de 500 bolletas entre todos sus despachos. «Más o menos hemos previsto lo que se hacía antes de la pandemia, aunque siempre es un incertidumbre lo que vas a vender», explicó Alonso. Animado por las ventas, este panadero coincide con la carnicera Sonia Bosque en que «la gente tiene muchas ganas de salir a comerse el choricer después de la pandemia».