Son las cuatro de la tarde de un caluroso día de verano. Me esperan Miguel Zurita y Cristian Roc, dos de los agricultores afectados por el incendio de Nonaspe del pasado 16 de junio. Cristian es también el presidente de la Comunidad de Regantes del municipio.
Nos dirigimos hacia sus fincas para poder ver cómo han quedado los campos tras cinco días asolados por el fuego. Para acceder a uno de sus terrenos tenemos un trayecto de aproximadamente diez minutos. En el viaje en coche empezamos a observar ya los daños que han provocado las llamas: montañas negras sin vegetación, frutales calcinados con todas las hojas secas y marrones, e incluso señales de tráfico afectadas que cuesta leer. Todo el recorrido está dominado por un paisaje negro en el que en ocasiones vemos algún almendro o ciruelo que pudo sobrevivir al fuego.
Para todas las familias que dependen de la agricultura el incendio ha supuesto un antes y un después. Prácticamente toda la población tiene algún campo que se vio afectado. Son su medio de vida. Nunca había ocurrido una cosa igual, por lo que la mayoría de los agricultores no tienen seguro de incendios. En estos momentos se encuentran a la espera de las ayudas que puedan recibir al declararse zona catastrófica.
Nonaspe no se considera de riesgo, sin embargo, aquella semana estaba en alerta, ya que una ola de calor acechaba Aragón. El incendio, que empezó sobre las 14.45 del jueves 16 de junio, fue provocado por una radial, tal y como determinó posteriormente Guardia Civil. Consiguió controlarse el martes siguiente, 5 días después.
Las llamas han calcinado más de 2.000 hectáreas entre el término de Mequinenza y Nonaspe, de las cuales aproximadamente 290 son campos de cultivo de almendras, olivos, cerezos, melocotoneros y ciruelos. Desde el territorio tienen claro que es necesaria una ayuda «contundente» y «urgente».
Tomamos la carretera CV-923 en dirección al campo de Miguel. A continuación, la salida hacia la izquierda y después de dejarla atrás, llegamos al camino. Mientras vamos avanzando por el sombrío terreno Miguel empieza a recordar cómo se sentía aquel jueves. Lo resume en dos palabras: «incertidumbre» e «impotencia». «Estaba viendo desde mi casa como el esfuerzo de muchos años no sirvió de nada. Todo estaba siendo arrasado», recuerda.
Aparcamos justo al lado de una de las casetas afectadas por el fuego. Al bajar el agricultor cuenta que ha tenido que cambiar las tuberías. Pueden observarse los cientos de melocotones ya embolsados y quemados, que este año nadie va a poder degustar.

El incendio afectó a dos de sus fincas, aproximadamente unos 2.000 árboles; todos ellos melocotoneros a la espera de ser recolectados. Paso a paso nos acercamos hacía la plantación, pero de camino hacemos una parada para recoger una de las mangueras que aún permanecen quemadas en el campo. Miguel se agacha y me la enseña, está totalmente derretida. El color marrón que ahora predomina en los frutales indica que el melocotón este año no va a brotar, ya que la rama que lo sujetaba está totalmente seca.
El agricultor nonaspino se encuentra a la espera de ver qué sucederá con sus árboles. Tiene claro que parte de los leñosos van a tener que arrancarse y replantarse, con todo lo que ello supone: una fuerte inversión y mucho tiempo sin ingresos, habrá que esperar cuatro años a que vuelvan a brotar nuevos frutales. Pese a ello, espera con optimismo a que el resto de árboles, afectados en menor grado, tengan una buena evolución. «Confío en que en invierno podamos arreglarlos y no tengamos que arrancarlos», explica.
La historia se repite en el caso de Cristian, que estuvo colaborando en las labores de extinción durante el incendio. Recuerda que fue una situación «muy desastrosa» al ver el rápido avance de las llamas. Muchos de los campos que pertenecen a la gente del pueblo se estaban quemando. También se le alertó de que las balsas de riego estaban en peligro. Entre todos intentaron que no se quemara la lona, ya que hubiera supuesto que los árboles se quedaran sin agua durante todo el verano. Cristian conoce de primera mano a los agricultores y cuenta que muchos de ellos están «desesperados». «Todos barajan opciones, se plantean replantar o hacer una poda fuerte», enfatiza. Como presidente de la Comunidad de Regantes, espera con ansia la llegada de las ayudas, aunque es consciente de que el daño es «irreparable».» Cuesta mucho criar un árbol. Por muchas ayudas que recibas, esperarás al menos cuatro años a volver a recolectar», añade.
Miguel desea que la declaración de zona catastrófica por parte del Ministerio sirva de algo. De momento, el ayuntamiento ha pedido que los agricultores aporten documentación para así determinar los daños que hay en cada una de las parcelas. Además, han contractado una empresa privada para sobrevolar la zona y valorar a golpe de vista los daños del fuego.
De camino al pueblo dejamos atrás los campos arrasados. Un triste final o un volver a empezar aún por determinar. En el horizonte, Nonaspe, que ansía que las ayudas lleguen tan rápido como desgraciadamente lo hizo el fuego.
SIN PROBLEMAS …… esto lo soluciona FORESTALIA en un momento
Y el Lamban, ya esta en camino……