Instantes antes de romper la hora parecía una noche corriente en Albalate. Una noche de calles vacías y de casas cerradas; de calma y silencio, como las hay muchas a lo largo del año. Todo eso parecía, pero conforme se acercaban las doce de la noche las ventanas comenzaron a abrirse y los balcones empezaron a rebosar vida. La vida de un pueblo confinado que no olvida sus tradiciones, esas que le hacen formar parte de la Ruta del Tambor y Bombo.
A medianoche, un cohete y cientos de tambores y bombos empezaron a rasgar el silencio. Un sonido único que recorrió cada calle para demostrar que a pesar de lo que pudiera parecer Albalate no dormía, que también rompía este año la hora, como siempre. No hubo pañuelo de seda blanca deslizándose en el balcón del Ayuntamiento, porque nadie hubo en la plaza. Pero cada vecino lo portó al cuello, conjuntado con la túnica negra.

También su alcaldesa, Isabel Arnas, que esperaba vivir este momento desde ese balcón que centra todas las miradas cada Jueves Santo, vistió el uniforme. Negro, en una señal de duelo que cobró especial significado a cada palillazo. «Esta noche siempre se siente una emoción especial y aunque es atípica y triste por la situación general que estamos sufriendo, ese sentimiento está ahí», expresaba minutos antes de la hora señalada.
Media hora era el tiempo establecido para que sonaran tambores y bombos en Albalate. Al finalizar, aplausos y abrazos en cada una de las casas. La Semana Santa continúa con otras quedadas a distancias programadas en la localidad, que al igual que muchas otras, no renuncia a vivir de una forma intensa estos días.