Entrar en casa de los Rebullida-Alcolea implica encontrar todo tipo de reliquias de la historia de El Encuentro, cofradía a la cual esta familia calandina pertenece desde sus inicios en el año 73. Al hacerlo, por ejemplo, uno puede ver pequeños muñecos en forma de cofrade que Rosario y Vicente, uno de los matrimonios que en su momento puso en marcha la cofradía, confeccionaban durante los primeros años para recaudar dinero con el que pagar las flores del Santo. Su casa también conserva fotografías tan antiguas como la que puede verse en blanco y negro justo debajo de estas líneas, con Rosario, a la derecha, y Vicente, con capirote y portando el paso, estampa considerada una reliquia porque se tomó el año que evitaron que el Santo se quedara sin salir en procesión. «Estábamos en la plaza y nos dijeron que el paso no iba a salir porque no había gente. No podíamos permitirlo, así que nos preparamos como pudimos: túnicas sin planchar, sin flores…Teníamos tanta prisa que ni siquiera nos dimos cuenta, pero salió al revés», cuentan ahora.

La anécdota, conocida por los más de 600 cofrades que actualmente tiene El Encuentro, podría valer para elegir esta fotografía como el recuerdo más valioso de su casa. Pero lo cierto es que el mayor tesoro de los Rebullida-Alcolea no es otro que un pequeño tambor heredado y fabricado en base a una lata de anchoas, un instrumento que no marcó precisamente la historia de la cofradía, pero sí la familiar. «Lo fabricó mi tío Miguel, quien me inculcó la tradición. Hacía tambores con Tomás Gascón, y este en concreto es para nosotros muy especial. Mis nietos, por ejemplo, salieron en su primer año con el mientras eran bebés», explica Vicente.
El matrimonio inculcó la tradición heredada a sus hijos, Carlos y Alfonso, desde el día en que nacieron. Vicente incluso llegó a enseñarles a ambos a tocar mientras daba clases en la escuela del tambor que puso en marcha junto a Manolo Bosque.
Desde entonces no ha habido año en el que hayan vivido estos días como espectadores. En la actualidad Carlos toca la corneta y se encarga de dar clases a los más pequeños de la banda de la cofradía, mientras que Alfonso toca el tambor y sale en las procesiones «donde haga falta más gente». A él también lo acompaña Vanesa Angles, su mujer, quien pese a haber nacido en Valderrobres vive desde hace años estas fechas como una calandina más. «Te pueden hablar mucho de la Semana Santa de Calanda, pero hasta que no te adentras en ella no te das cuenta de lo mucho que te cala. No es algo que sus vecinos hagan por hacer, sino que lo preparan y lo sienten, y eso te llega aunque no hayas nacido aquí», afirma.
Ahora la tarea principal es trasladarle todos esos sentimientos a los hijos de estos últimos, los más pequeños: Manuel y Martín, quienes a pesar de vivir con sus padres en Zaragoza ya sienten a su manera la Semana Santa de su pueblo.
Los únicos que a día de hoy ya no tocan son sus abuelos. Vicente tuvo que dejar el bombo después de una operación, y desde entonces acompaña «como guardaespaldas» a sus nietos a la Rompida o el cese de tambores, su momento favorito. También participa en las procesiones llevando alguna de las Siete Palabras.
Rosario, por su parte, actúa como pieza clave de la familia para que todo esté perfecto y cada uno de ellos pueda salir a tocar. De joven salía con el tambor junto a su cuadrilla, y ya casada pasó a centrarse más en adecentar cada año el paso. Recuerda que dedicaban casi toda una noche a adornarlo, algo que corrobora su hijo Carlos. «Cuando terminábamos la procesión del Jueves Santo, a eso de las dos de la mañana, pasabas por allí antes de irte a casa y te decían: ‘todavía tenemos trabajo para rato’», recuerda todavía asombrado.

La calandina ocupaba entonces un papel tan importante como el que ahora realiza en la iglesia antes de las procesiones. Y es que aunque Rosario no salga en ellas, no hay año en el que no esté allí dentro como un cofrade más, siempre dispuesta a dar el último retoque momentos antes de que todo empiece. «Se lleva en el bolso agujas, hilo…lo que sea para que todo esté en su sitio. Da el retoque más importante, justo antes de salir», afirma orgullosa su familia.
Ella jamás admitirá en voz alta su labor indispensable, pero, en cambio, sí hay dos pensamientos que no teme en transmitir a los cuatro vientos. El primero, que salir a las procesiones ya sea llevando una vela o simplemente acompañando es «igual de importante que tocar». Mientras que el segundo quizás menos reivindicativo, es algo que jamás se cansará de repetir: «en El Encuentro seremos muchas cosas, pero por encima de todo, una gran familia», justo igual que los Rebullida-Alcolea.