Tronchón pretende ensalzar el bien inmaterial de la fabricación de sombreros, una industria que junto a la producción y comercialización de la lana fue el motor económico de la Comarca del Maestrazgo. Lo hace gracias a una exposición en el espacio museístico donde se han incluido paneles informativos con el proceso de fabricación, ejemplares de sombreros y la recreación de una caldera. «La exposición se está preparando junto al área de patrimonio y cultura de la comarca, para que el turista y la propia gente del pueblo tenga en consideración lo que fue la industria en Tronchón y lo que significa para todos nosotros», aseguró Roberto Rabaza, presidente de la comarca y alcalde de Tronchón.
Los sombreros pasaron desapercibidos por Cervantes, quien no los mencionó en el Quijote como ocurrió con el queso. Sin embargo, durante tres siglos, en Tronchón se fabricó esta prenda de vestir, siendo un pilar fundamental en la economía, que llegó a dar trabajo a la mitad de la población del municipio. «Tronchón es conocido por su queso, pero también hubo sombreros, y cerámica. Solo la producción de queso continua, pero fue la fabricación de esta prenda la que más trabajadores tuvo», explica Roberto Rabaza. La artesanía, para algunos, era una actividad complementaria a otros oficios como la agricultura y la ganadería, pero en muchas casas el sustento únicamente vino del sombrero. «Ha sido la industria más fructífera en el pueblo a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, y lo curioso es que no se repite en ningún pueblo de la provincia de Teruel», apuntó el presidente de la comarca.
Hoy en día apenas se conserva material documentado, únicamente el recuerdo de descendientes de sombrereros y el boca a boca. «Quedan hijos e hijas de sombrereros que han trabajado o lo han visto hacer. Todo el mundo se acuerda de verlo, al final vas recogiendo de aquí y de allí», añadió el alcalde de la localidad, quién también mencionó que se dan casos de vecinos que rehabilitan sus viviendas y se encuentran calderas antiguas o el espacio donde se colocaban.
El alcalde también subrayó que se desconoce con exactitud el origen de la fabricación, aunque desde 1.711 archivos recogen que sombrereros de la villa fueron llamados a trabajar en Morella para el rey. «El primer censo del archivo municipal de profesiones es de 1.755, y había 55 casas en las que se hacía la profesión, más de la mitad del pueblo», concretó Rabaza.
El primer censo de profesionales es de 1.755. Había 55 casas que ejercían la profesión, más de la mitad del pueblo
Roberto Rabaza. Alcalde de Tronchón y presidente comarcal
Sombreros bastos y finos
Las sombrererías que hubo en Tronchón eran industrias caseras, en las propias viviendas, donde en cada casa había una caldera y los útiles necesarios. Además, elaboraban sombreros de dos tipos: finos y bastos. El fino empleaba pelo de conejo, podían ser sombreros aragoneses, marselleses o capitalistas; mientras que, el basto, se hacía con lana de carnero, y era negro o pardo. A su vez, Roberto Rabaza destacó que había distintas tallas y estilos. Una curiosidad que señaló el alcalde del municipio es que se fabricaban, pero no se empleaban en la región, ya que eran más propios de señores. «Hasta principios del siglo XX se hacían también de lana de corderos de año, y estos sí que se usaban en la comarca. Pero luego únicamente los sombreros que utilizaban en la ciudad, de señoritos», explicó Roberto.
El proceso de fabricación era laborioso, complejo y requería tratamientos químicos y tintoreros, lo que los acreditaba como piezas artesanales de gran calidad. Comenzaba por la compra de pieles en masías y pueblos de alrededor. Para pasar a secar, separar el pelo de la piel y entrelazarlo. Después se llevaba a calderas, donde se metía fuego y la masa de pelo resultante se amasaba con agua, mercurio y productos químicos. Se envolvía en piel de vaca, con unas planchas se le daba forma y con una piedra se refinaba. Por último, los decoraban con cintas. Una vez estaban listos para venderlos, quedaba un largo recorrido en burros o mulos, donde los amos, que eran los encargados, llevaban los sombreros a Barcelona, Zaragoza, Alcañiz o Madrid.
Con el paso del tiempo los sombrereros se fueron marchando del pueblo, y con ellos el oficio. «Los sombreros tenían su venta, siempre la tuvieron, pero a finales de los 60, al hilo del éxodo masivo rural, se jubilaron y emigraron sin relevo generacional», aclaró Rabaza. Lo que llevó a que en 1929 solo quedaran cinco sombrereros en Tronchón.
El sombrerero loco de Alicia en El País de las Maravillas no lo estaba por casualidad, pues en el proceso de separar la piel del pelaje se empleaba mercurio, el contacto con la sustancia provocaba comportamiento antisocial, cambios de humor y agresividad. Lo que se denominó la enfermedad del sombrerero loco, que de manera cómica plasma Lewis Carroll en el cuento infantil. Quizás por eso, por la fabricación laboriosa, por el éxodo rural que menciona Rabaza y por el descenso del uso de la prenda, esta profesión que sirvió de sustento a gran parte de vecinos de la localidad fue desapareciendo.
Ahora, el Ayuntamiento de Tronchón junto a la comarca pretenden volver a recordar la importancia de los sombreros en el pueblo gracias a una exposición. La rehabilitación de un espacio dedicado a la tradición sombrerera busca volver a poner de moda los sombreros, y con ello, reconocer el pasado textil del Maestrazgo.
Hay que dar auge a la industria del sombrero. No podemos olvidar la tradición de nuestros abuelos.