Cuando Alfredo Martínez tenía 12 años le «mandaron a estudiar» a Zaragoza. Se vio obligado entonces a desvincularse directamente del pueblo: Albalate del Arzobispo. Su padre regentaba la farmacia y al hijo le tocó ir a formarse a la capital aragonesa muy a su pesar. «Lo recuerdo como un gran sofocón. Aquí estaba todo el día metido en el río. Para mí fue súper duro. Me acuerdo de levantarme para ir a clase y llorar porque me quería ir al pueblo», recuerda, ahora sí, entre risas. No ha faltado desde entonces en Semana Santa y fiestas, pero poco a poco Alfredo, ahora historiador e investigador, fue haciendo su vida en la ciudad del cierzo.
Tras 17 años como educador en el Reformatorio de Zaragoza y alternando épocas de excedencias surgió la oportunidad de regresar a Albalate. «Yo siempre he estado aquí empadronado. Era algo simbólico que para mí era importante», matiza. Pero fue a inicios de 2020, justo antes de la pandemia, cuando volvió a instalarse en su pueblo natal. Lo hizo como informador turístico, gracias a una plaza vacante que ofertaba el Ayuntamiento. «Me di cuenta de que había acabado una etapa en mi vida y que empezaba otra. Lo principal fue que me estaba emocionando y que me lo estaba pasando bien, que para mí es fundamental», cuenta.
Tanto es así que ha conseguido en apenas dos años convertirse en una figura clave en la divulgación histórica de Albalate del Arzobispo. Además de atender la oficina situada en el almudín, junto al Ayuntamiento; y de ofrecer visitas turísticas a todo aquel que quiera conocer el extenso patrimonio albalatino, ha conseguido dinamizar y hacer accesible las investigaciones que tanto él como otros profesionales llevan a cabo. De hecho muchos son los vecinos que encuentran en la página de Facebook ‘Albalate Turístico’ -que nutre Alfredo de gran cantidad de contenido interesante- una forma de conectar o reconectar con la localidad. Pero su labor va más allá. «Estoy recogiendo un bagaje de años de investigación y publicación, no solo mío sino de otros historiadores de Albalate», reconoce.
Alfredo habla de «un puente que estaba roto», -siempre en sentido metafórico- y que él trata de sostener en una tarea titánica similar a la de Atlas. En los extremos, por un lado la investigación y lo académico; y en el otro la gente de a pie, los vecinos, que también tienen su importancia como protagonistas y transmisores de la Historia. Esa labor de escucha y unión le está permitiendo ser referente para todo aquel que hace un hallazgo o que tiene algo que contar. «Los aragoneses tenemos un problema: y es que no nos sentimos orgullosos de lo que tenemos, y eso es un error gordo», concluye.
El balance que hace de su regreso es positivo, aunque no sabe a ciencia cierta cuánto durará esta etapa. Lo que tiene claro es que volver ha supuesto conocerse mejor y «conectar» de nuevo con la gente, con la tierra y, sobre todo, con la Historia de Albalate que ya leía con interés cuando era tan solo un niño.