Marc Marginedas (Barcelona, 1967) vivió seis meses secuestrado junto a una veintena de periodistas de varios países. Sucedió entre 2013 y 2014 en Siria, en medio de una guerra en la que vio un nivel de crueldad y saña contra la población civil que asegura que no ha vuelto a ver. Tampoco en la invasión rusa en Ucrania. Marginedas es especialista en estas zonas del mundo y tras el secuestro en Siria vivió su segunda etapa en Rusia hasta que comenzó la guerra contra el país vecino. En la entrevista, Marginedas expone que esta guerra que vive Europa no se entiende sin Siria y sin Chechenia.
Que en Europa haya guerra es uno de los motivos que llevó al Buñuel Calanda International Film Fest (BCIFF) a conmemorar el pasado 18 de julio el cine y documentales dedicados a ellas. El reporterismo de guerra estuvo presente con Marginedas abriendo la jornada antes de presentar ‘Regreso a Raqqa’ . No obstante, el catalán integrante de El Periódico no se considera reportero de guerra, sí un corresponsal en determinadas partes del mundo que se encuentran en guerra y ha tenido que aprender a convivir con ello. Aunque todo corresponsal se prepara para vivir situaciones de violencia, admite que nunca imaginó vivir un secuestro.
¿Qué le trae al Bajo Aragón? ¿Sólo Calanda o algo más?
Varias cosas. Lo primero, mi interés por conocer el Bajo Aragón. Tenía muchas ganas de conocer el Matarraña, y he estado dos días visitando El Parrizal, La Pesquera… Hace mucho tiempo que quería hacer este viaje. Y es una mezcla de vacaciones y de trabajo porque presentamos en Calanda en el festival de cine por Luis Buñuel, el documental ‘Regreso a Raqqa’, que versa sobre el secuestro que vivimos una veintena de periodistas cooperantes hace casi una década en Siria. Está hecho por Albert Solè y David Cuevas; yo soy el narrador de ese documental que es un viaje desde Rusia, el país en el cual he estado trabajando hasta el inicio de la guerra de Ucrania el año pasado. Partiendo de Moscú regreso a los lugares donde viví el secuestro, concretamente en Raqqa a una casa que está a orillas del río Éufrates, que fue el momento digamos más crítico de nuestro secuestro.
Nos trasladamos a 2013. ¿Cómo se produjo el secuestro?
Era mi tercer viaje a Siria. Me pareció tremendo el nivel de violencia. Yo no había visto nada igual con ataques deliberados contra la población civil, era una saña que no había visto y tampoco he visto en la guerra de Ucrania. Pese a que la insurgencia se está transformando y se está radicalizando, – ahí hay unos procesos que es importante explicar por qué pasó pero bueno-, la insurgencia se transformó de un movimiento que buscaba la democracia en un movimiento yihadista radicalizado. En ese tránsito yo fui allá. Acababa de ocurrir un ataque con armas químicas en la periferia de Damasco, yo quería investigar ese ataque y fue cuando me secuestraron y permanecí así seis meses.
Eso son más de 150 días secuestrado.
Fue muy duro y, además hubo varias fases. En la primera, el primer mes estuve solo en una habitación en un hospital en Alepo. Ellos estaban intentando determinar si mi identidad era la que era, si era un periodista o era otra cosa. Pasado un mes, cuando el diario en el que trabajo decide hacer público mi secuestro, me trasladaron de la celda en confinamiento donde además se torturaba de forma salvaje a gente que no tenía nada que ver con el régimen sirio. Me trasladaron con el resto de los periodistas que habían sido secuestrados con anterioridad. Acabé con James Foley o con Steven Sotloff; periodistas que luego tristemente su nombre sería conocido en todo el mundo porque fueron asesinados ante una cámara precisamente por la persona que gestionaba el secuestro a quien la prensa apodaba como Jihadi John.
¿En qué pensaba esos primeros días? ¿Cómo se encontraba?
Yo pienso que cuando uno está secuestrado se desencadenan una serie de mecanismos en la psique humana que te hacen pensar en positivo. Dejas de tener el control sobre tu vida, no te dan información y siempre te agarras a lo positivo. Me capturaron no lejos de la ciudad de Hama, y cuando vi que me trasladaban hacia el norte pensé que igual me iban a liberar. Recordaba el camino, regresamos por el mismo sitio por el que había entrado, y pensé que igual me llevaban a la frontera. Y nada de eso. El ser humano en una situación así tiene una capacidad enorme de autoengañarse. De todas formas, por ejemplo, cuando estuve un mes en ese hospital en Alepo yo oía disparos aislados. En la puerta y en el muro había una serie de señales de alguien que había estado antes allí y había contabilizado los días. Pensé que si alguien había contabilizado los días era un sitio al que se entraba pero del que también se sale. Luego me di cuenta de que esos disparos aislados eran de personas a las que ejecutaban y claro, que una persona hubiera contabilizado los días que había pasado en esa celda no garantizaba que hubiera salido viva. Eso son cosas que las piensas a posteriori. Además, yo ya no estaba, pero cuando el Estado Islámico se tuvo que retirar de Alepo porque hubo problemas con otras facciones armadas rebeldes, ejecutaron a todos los prisioneros que quedaban allí.
¿Cómo se fraguó ese final, esa liberación ya en el mes de marzo?
A unos los llamábamos los Beatles porque cada vez que entraban a la celda nos golpeaban, y golpear en inglés es ‘beat up’, entonces buscamos un nombre para llamar al grupo de yihadistas que gestionaban el secuestro y hablar de ellos y que si estaban escuchando en el pasillo no pudieran entender que hablábamos de ellos. Ese día vino Jihadi John y me dijo en inglés: “Marcos, Marcos… estás dispuesto a irte, quiero que seas el abogado de todos estos kafirun», que en árabe quiere decir impuros. Me dijo que en una semana volverían a por mí y que cuando me liberaran tenía que presionar a todos los demás y las familias para que presionasen a sus gobiernos para que hablaran. Me entregaron a una célula local de Estado Islámico que me trasladó a la frontera a una población muy cercana la frontera y allí pasé una semana. Las condiciones ya cambiaron mucho, porque ya no estamos bajo la custodia de yihadistas extremistas venidos de Europa sino que eran yihadistas locales, con lo cuál ese elemento de resentimiento hacia nosotros no existía. Gané un poco de peso y pasó una semana hasta que me entregaron a unos contrabandistas que me llevaron hasta la frontera y yo crucé.
¿Cómo cuentan todo esto en ‘Regreso a Raqqa’, el documental?
El documental empieza en Rusia, que es donde yo trabajaba hasta el inicio de la guerra de Ucrania. Es un regreso a los lugares. Estuvimos en varios pero el momento más crítico del secuestro fue Raqqa. Para cada lugar teníamos un nombre. Al primero donde estuvimos cuando me trasladaron con el resto del grupo, le llamábamos la mazmorra; otro era the mansion (la mansión), que era un lugar que los yijadistas querían convertir en una especie de Guantánamo. Nos hicieron vestir con un mono naranja, nos pusieron un número en la espalda y se dirigían a nosotros por el número intentando imitar el trato que recibían los prisioneros yijadistas en la base de Guantánamo. Ese plan se hizo trizas a partir de que el Estado Islámico comenzó a luchar contra las facciones rebeldes. Entonces nos evacuaron y nos llevaron a Raqqa. El momento más crítico del secuestro fue allí, porque estuvimos en una casa muy bonita, era una casa en el río con un paisaje bucólico y se convirtió en un martirio. A diferencia de otros lugares, allí estábamos siendo vigilados por los Beatles, que no solo venían a visitarnos, sino que venían y éramos sometidos a sus castigos y sus torturas recurrentes. Fue bastante bastante duro. A los rehenes anglosajones se les castigaba sin ninguna razón a pasar toda la noche esposados, con las esposas muy cerradas. Nosotros también teníamos que dormir esposados. Yo dormía atado a Ricardo García Vilanova, que era otro rehén español fotógrafo. Con una ganzúa abríamos la esposa porque nos habían puesto una cámara de vigilancia pero cuando se iba la electricidad no funcionaba. Con lo cual, abríamos y dábamos de beber al rehén que había estado castigado por ejemplo. Como españoles, no es ningún secreto que fuimos los primeros en ser liberados de este grupo. Digamos que no tenían el mismo nivel de animadversión hacia nosotros que hacia los anglosajones por ejemplo. Fue el único lugar en el que estuvimos que no estaba bajo tierra y escaparse era muy fácil. Yo, aunque no tenía ninguna fuerza ni ningunas ganas de escaparme, era algo que los otros rehenes sí lo contemplaban. De vez en cuando disparaban con una escopeta de perdigones contra la habitación para darnos a entender que estábamos vigilados en permanencia. Yo pienso que en ese lugar no teníamos ninguna posibilidad de escaparnos porque estábamos vestidos de naranja, sin zapatos. Vivir sin zapatos… No nos damos cuenta de lo importante que es pero es que tienes unos elementos muy limitados y más en un lugar como Siria. Es un viaje un poco catártico y empieza en Rusia. Es importante que empiece ahí porque la guerra de Ucrania no se entiende sin la guerra de Siria. Hay un común denominador, que es Rusia, y hay elementos muy parecidos entre guerras en las cuales ha participado Rusia, y la guerra de Siria. La de Chechenia yo también la cubrí, acababa de llegar a Rusia en la primera etapa en Rusia con Putin que acababa de llegar al poder. Una insurgencia que luchaba por unos ideales políticos que uno puede estar o no a favor se transformó en una monstruosidad y empezó a secuestrar a cooperantes y periodistas que, al fin y al cabo, eran testigos molestos para el ejército ruso. Es un patrón que nos encontramos también en Siria. Hoy en día, mirando los trabajos por ejemplo de Anna Politkovskaya, que es una periodista rusa que fue asesinada, ella demostró vínculos importantes entre grupos radicales y los servicios de seguridad rusos. La guerra de Chechenia, la de Siria y la de Ucrania son tres momentos en los que el régimen de Putin se empodera y va, digamos, sintiendo que puede llegar más lejos. Primero fue la guerra de Chechenia en la que murió el 10% de la población. Imaginemos que España por ejemplo tiene que matar al 10% de la población para mantener al País Vasco dentro, eso sería inaceptable y es lo que hizo Rusia y todo el mundo mira hacia otro lado. En Siria, el régimen sirio aliado de Putin, utilizó armas químicas, que es un paso anterior a la utilización de la nuclear. No pasó nada, no hubo una reacción, no hubo una respuesta masiva y de hecho, Bashar al-Ásad sigue gobernando y sigue porque Rusia le ha apoyado. Eso es un paso más en el empoderamiento que ha derivado en lo que pasó el 24 de febrero del 2022, en el que Putin se sintió capacitado para que un estado atacara a otro estado, algo que no habíamos visto el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Ucrania, pese a lo que estamos viendo, lo que sucedió en Siria va mucho más allá. En Ucrania no se han utilizado armas químicas pero estamos horrorizados porque somos mucho más capaces de empatizar con un país europeo que con un musulmán y en otro continente.
Hace no mucho escuchaba a Pérez Reverte hablando también de la guerra y de sus experiencias como corresponsal. Decía que no tiene nada que ver lo que vemos en la televisión con las imágenes que podemos ver y con las noticias que podemos también leer. ¿Qué opina al respecto? ¿Marca tanto vivir una guerra en primera persona aunque sea como profesional de la información?
Pienso que una persona que va una guerra transmite el 30-40% de lo que ve y el resto se lo queda para sí. Es muy difícil transmitir todo el dolor, toda la angustia… yo creo que, fundamentalmente, es cierto. Creo que en España no nos podemos ni imaginar nuestra generación lo que supone vivir una guerra y lo que supone también vivir en un país donde existe libertad. Yo he trabajado mucho en países donde no hay libertad y donde ha habido guerra, y eso me hace estar muy agradecido de vivir donde vivimos y de tener libertad, de que la gente pueda expresarse, de que seamos un país próspero y con sus problemas, y me hace ser muy agradecido. Nadie se puede imaginar lo que significa vivir en una situación de guerra, de odio, de que el amigo con el que estabas jugando cuando eras pequeño de repente se convierte en un enemigo a batir. Eso sucedió por ejemplo en la guerra de Bosnia, que probablemente lo vivió más Pérez Reverte que yo, porque yo estuve en los coletazos. Luego yo he vivido 11 años en Rusia, 4 y medio en los años 90 y vi cómo Putin llegó al poder, y luego 7 años y medio ahora. Vivir en el régimen totalitario he podido experimentar un poco lo que significa un país que era muy pobre pero donde había cierto grado de libertad, que era la Rusia de Boris Yeltsin. La comparo mucho con Alemania y la República de Weimar, como con la llegada de Putin al poder lo comparo con una evolución que ha sido hacia un régimen totalitario de una crueldad tremenda. Lo único que puedo decir es que lo que vives en una guerra te hace ser mucho mejor persona creo yo, y mucho más capaz de sufrir con la gente, de valorar lo que tienes y de amar, sobre todo, la democracia y la libertad.
¿Cómo transmitir todo esto al público, en un marco como el festival de cine de Calanda?
Trato de transmitir un poco esto que hablamos: el sentido la guerra. El tremendo dolor que causa y en las que pienso que no hay buenos y malos, hay víctimas y verdugos, agresor y agredido. De la misma manera que en 2003 cuando se invadió Irak todos teníamos muy claro quién invadía a quien y qué pasaba y que no hubo armas de destrucción masiva. Aquí en estos momentos tenemos muy claro que hay un agresor que se llama Rusia, y que hay un agredido. Decir que hay un agresor que se llama Rusia y automáticamente tildarte de rusófobo… pues invito a las personas que piensen eso que piensen que yo he pasado toda mi vida estudiando ruso, que tengo una parte de la familia que es rusa y que yo adoro Rusia y que quiero para Rusia lo mismo que tenemos nosotros que es libertad y democracia. Algo que, evidentemente, con este régimen no lo tienen. Identificar al régimen de Putin con Rusia, es como para mí como Luis XIV con la monarquía francesa de «El Estado soy yo». No, Rusia es mucho más grande que el señor Putin, que los delirios neoimperialistas de un agente secreto que, al fin y al cabo, está muy marcado por su trayectoria. Es una persona que está movida por el resentimiento, que vivió la Caída del Muro de Berlín como agente en Alemania oriental y eso le marcó muchísimo porque Moscú no quiso utilizar la violencia para mantener ese cinturón de países satélites de forma artificial. Rusia es más grande que Putin. Una vez que la propaganda de guerra en Rusia se reduzca o desaparezca, veremos la Rusia real que es un país con muchísimo potencial y culturalmente muy elevado. En estos momentos en Rusia lo que veo es que la gente tiene miedo a pronunciarse.
Ha estado en varios conflictos por todo el mundo. Hemos hablado de Siria, ha estado en Irak, también Bosnia o la guerra civil en Argelia hace ya mucho tiempo. ¿Cuáles son las aptitudes que necesita tener un periodista de guerra?
Bueno, yo esa idea de periodista de guerra no la acepto mucho porque creo que es romántica y, en mi caso, no se ajusta. No me defino como un periodista de guerra. Yo me defino como especialista en dos zonas del mundo a las que me he dedicado a estudiar mucho y a intentar entender, incluso aprendiendo los idiomas. Y esas zonas son el mundo árabe y la exUnión Soviética. Se da la circunstancia de que hay guerra y he tenido que aprender a moverme en una situación de guerra. Pero yo creo mucho en la especialización, sobre todo, por ejemplo, en una guerra como la de Ucrania. Si no has vivido en Rusia es muy difícil entender cómo funciona la desinformación rusa. Todos los países en guerra lanzan la propaganda, pero la desinformación rusa va mucho más allá. Es una injerencia, además mucho más efectiva que lo que pudo tener en su día la Unión Soviética. Hemos visto que ha sido muy efectivo la campaña del Brexit en la que hemos visto clarísimamente que más de cien millones de personas vieron anuncios falsos pagados por Rusia en Facebook antes de las elecciones de EEUU de 2016 y esas elecciones las ganó Trump por unos cuántos miles de votos. Hoy en día sabemos que Trump es una persona bastante comprometida por Rusia. Sabemos que el capital ruso le salvó de la bancarrota en el año 2008. Los periodistas siempre tenemos la tendencia de dar la voz a ambos lados, pero en Rusia uno puede ir a una rueda de prensa en el ministerio de exteriores y te pueden decir que esta camisa que llevas -que es negra-, es blanca. Sin ningún problema te lo dicen. El primer pilar fundamental de la desinformación rusa no es convencerte de las bondades de Rusia; ellos quieren emitir tantas versiones sobre una cosa que te hagan dudar. Con el tema de las armas químicas en Siria lo han conseguido, con una cosa como es el uso de armas químicas, que es el paso previo al uso de armas nucleares contra la población civil de forma deliberada y reiterada en Siria. Prácticamente no ha habido movilización social y es porque ellos han conseguido contaminar el espacio informativo con tantas versiones… Respecto al derribo del avión malasio en Ucrania en el año 2015, todavía hay periodistas en España y en otros países que son capaces de cuestionar eso. Rusia ha llegado a decir que el avión fue derribado por un misil tierra-aire ucraniano. El enemigo no tiene aviones, pero eso no importa, lo que importa es contaminar la situación informativa para que haya confusión, empantanar, y generar dudas. Y eso, poco a poco con el paso del tiempo hemos conseguido intentar establecer cómo funciona y digamos que ahora es mucho menos efectivo en Ucrania de lo que ha sido en Siria.
Habla de especialización en este ámbito y para ello se necesitan recursos.
Yo recomiendo a los periodistas jóvenes que quieran dedicarse a internacional que se especialicen. Además de hablar inglés y francés, les invito a que escojan un área del mundo a la que se quieran dedicar. Por ejemplo, me interesa China, que tiene un potencial de conflicto con Occidente en los próximos años bastante importante. Pues hay que aprender chino mandarín y viajar constantemente. Sólo así un redactor jefe de internacional, que recibe aluviones de currículos, puede llegar a decir que este señor tiene una ventaja con respecto a los otros. También hay que abrirse un poco camino por uno mismo. En lo que respecta al Periódico de Cataluña y el grupo Prensa Ibérica, muchos se han abierto camino, han trabajado como redactores júnior en el periódico hasta que han dicho que se quieren ir de corresponsal. A partir de ahí se van abriendo caminos, porque si esperas que te vayan a enviar, ya puedes esperar sentado. Creo que se trata de tener un poco de determinación, aspirar a quererlo mucho y luego ofrecer a un redactor-jefe una ventaja comparativa, que es conocimiento y los idiomas fundamentalmente.