Alcañiz coronó a las jóvenes promesas del violonchelo con el regreso el pasado fin de semana de la XI edición del certamen impulsado por Vicente Dobato y Paz Benavente, en memoria de su hijo Jaime, tras su fallecimiento siendo un niño al caer de su caballo. Esta semana habría cumplido 27 años. Sus padres hacen balance del proyecto impulsado por la Asociación Cabriante, que lleva el nombre de uno de los países que su querido hijo inventó
Lo que en un principio era una despedida ha resultado ser un regreso aún más fuerte si cabe. ¿Cómo se sienten?
Vicente: El año pasado por estas fechas decidimos redactar una carta de despedida porque considerábamos que el concurso estaba definitivamente amortizado. De inmediato se sucedieron las reacciones y con el definitivo espaldarazo del Ayuntamiento nos vimos con la fuerza de retomarlo, y con más ilusión si cabe.
Paz: El regreso del concurso ha sido muy gratificante
Esas reacciones, ¿les hicieron ser conscientes de la magnitud de lo que habían creado?
Paz: En cierta manera lo sabíamos, pero sí que es verdad que pensaba que la cultura en España está muy poco valorada. Menos mal que me equivoqué, al menos en nuestro caso. Hay un reconocimiento social a nuestra labor y sobre todo hacia la calidad de los concursantes que vienen de todas partes para participar. Es un concurso referente, tanto por el rigor profesional y sobre todo por el trato humano. Me lo dice todo el mundo.
¿Cómo surgió la idea del concurso después del accidente de Jaime?
Paz: Nuria (Gañet), que es fundamental en Cabriante y es la directora técnica del concurso y profesora de violonchelo, es prima mía y estuvo muy cerca de mí cuando murió Jaime. Ella nos sugirió la idea de crear el concurso de violonchelo. Además era algo nuevo.
Echando la vista atrás de lo que han construido, ¿qué balance hacen?
Paz: Esto lo considero la herencia que Jaime nos ha dejado. Nosotros nos pusimos a trabajar con su herencia. No sé desde dónde, pero está claro que está bendecido porque cuando publicamos la despedida del concurso no soñábamos con esta respuesta, ni con una ayuda semejante. Estamos muy agradecidos.
Vicente: Recibimos una cantidad tan ingente de testimonios y una respuesta social tan grande que nos ha abrumado. Los cientos de jóvenes que han pasado por el concurso guardan un buen recuerdo de esta experiencia. Para el mundo del violonchelo y para el resto de la sociedad hubiese sido una pena que se perdiera, para nosotros también.
El recuerdo de Jaime prevalece siempre pero, ¿cómo viven los intensos días del concurso?
Paz: Para mí el recuerdo de Jaime es omnipresente. Pero sí es verdad que cuando empezamos esta andadura lo vivía de forma diferente. Antes para mí era una herida abierta que dolía infinitamente. Ahora es una cicatriz que, por supuesto que duele, pero se ha curado. Ya no lo veo con tanto dolor, tengo otra mentalidad. Si haces una gestión sana del duelo, el dolor se suaviza con el tiempo. Al final tienes que acabar de entender el mecanismo de la vida. Cuando naces no tienes la garantía de cumplir el ciclo ideal, puedes morir en cualquier momento. Jaime tuvo la mala suerte de tener un accidente. Lo empiezo a entender, al principio no podía. Lo vivía como la injusticia más grande. Sigo pensando que es injusto, pero nosotros somos nada, nuestra opinión no cuenta.
En el documental 'Cabriante, cómo transformar el dolor en belleza', hablan de que el concurso ha sido una terapia. ¿Sigue siendo así?
Paz: Inicialmente fue una terapia total. Fue la manera de no cortar de raíz con el mundo de Jaime. El seguir manteniendo el violonchelo en nuestras vidas fue una tabla de salvación. Hay algo que nos une a Jaime de por vida, como es la música del chelo.
Vicente: Bueno, pero a estas alturas es una vocación de servicio. Es una labor, nos cuesta nuestro trabajo y esfuerzo. Con el paso del tiempo el concurso se ha convertido en un servicio a la comunidad.
Paz: Ahora es sobre todo no dejar que se estropee una iniciativa a la que contribuye tanta gente, que ya no es cosa nuestra. Es algo tan bonito, tan grande y de tanto valor social que no podía echarse a perder.
¿Cómo era su hijo?
Vicente: Jaime tenía pasión por cualquier manifestación artística, el chelo, la pintura, la lectura…
Paz: A los cinco años recién cumplidos descubrió la pintura. Lo suyo era pasión, sobre todo por la pintura, pero luego se amplió mucho a la arquitectura, a la escultura… a todo el arte en general. Además, era multidisciplinar, le gustaba la música. Hizo cinco cursos de violonchelo y uno de piano. Escribía relatos muy graciosos y era el rey de los fotomontajes. Estaba todo el día haciendo lo que le gustaba. Era una persona con muchísimo sentido del humor. Cuando me acuerdo de sus cosas siempre suelto carcajadas, aún me rio. Yo creo que Jaime hubiera sido un gran intelectual, ya lo era.
¿Qué ven en los jóvenes que suben al escenario con tanta ilusión y que tienen este espacio para mostrarse?
Vicente: Rejuvenecemos todos los años. Es una sensación que no sabría describir. Y para nosotros también es una ilusión tremenda desde que empezamos a preparar la convocatoria, estamos en continuo contacto con ellos, y en esta ocasión más que nunca ha sido muy ilusionante.
Paz: Siempre que oigo las primeras notas del chelo tocado por un niño, en la categoría de los pequeños, se me pone la piel de gallina. Pienso en Jaime.
El nombre de la Asociación, Cabriante, también tiene la huella de su hijo.
Paz: Fue el último país que me dijo Jaime. Le encantaba inventarse países. Iba con una lista de nombres y número de habitantes. Tenía muchísima imaginación.
Vicente: A mí lo que más me choca es la seriedad con la que se cita Asociación Cultural Cabriante, teniendo en cuenta de cómo ha surgido. Pocas veces se pregunta la gente: ¿pero esto qué es? Es pegadizo y no tenemos nunca ningún problema con los dominios en Internet.
Su hija Ana ha sido parte fundamental en el camino transcurrido.
Vicente: Es de una eficacia… Tienes la garantía al 100% de que las cosas se hacen bien. Ella trae la frescura de la juventud y su entrega es superior incluso a la nuestra, con una ilusión redoblada. En algún momento le tocará asumir las riendas.
¿Qué le dirían a alguien que atraviesa el proceso de una pérdida?
Paz: El dolor inicial, el duelo, es totalmente ineludible. Pero tiene que llegar un momento en que te tienes que ir quitando lastres, porque la vida continúa. El mejor homenaje que se le puede hacer a un hijo fallecido es ser feliz y continuar con una vida de recuerdo amoroso, en lugar de recuerdo doloroso. Sustituir el dolor por amor. Cuando pierdes a un hijo entiendes el valor de la vida, que para mí es el servicio a los demás. Es lo que te levanta y te cura.
Vicente: Y sobre todo yo diría que es necesario buscar una motivación como la tuvimos nosotros y proyectarte en los demás. Esa proyección que tenemos nosotros en los demás ha sido el bálsamo definitivo para el dolor.