El boca a boca es el motor de la vida de la cuentista altoaragonesa Sandra Araguás. Ella es licenciada en humanidades, especializada en lengua y cultura española e investigadora de tradición oral, pero también es constructora de cohetes, experta en pizzas y todo lo que te puedas imaginar gracias a sus libros. Desde hace veintidós años recorre todo Aragón en busca de historias que contar, ya que su misión es recopilar cuentos de tradición oral para preservar las historias y lenguas propias de los municipios aragoneses. Entre esos pueblos que recorre, ha visitado recientemente Alcañiz. No es su primera vez en el municipio, pero en su última visita ha realizado una sesión de narración de cuentos en el auditorio Pui Pinos gracias a los cursos de verano por la noche de la UNED.
¿Cómo empezaste con la recopilación de cuentos de tradición oral?
Siempre me ha gustado contar historias. Cuando estuve de erasmus en Francia trabajaba como guía intérprete y cuando hacía visitas guiadas, siempre contaba alguna historieta o leyenda, pero realmente empecé a recopilar cuentos de tradición oral cuando volví a España como investigadora. Entrevisté a un abuelo de Panticosa y me dijo que de qué servía que él me contase historias si se quedaban en un libro de investigación y no llegaban a la gente. Él tenía clarísimo que los cuentos tenían que contarse. Fue entonces cuando decidí ser cuentista.
¿Por qué te defines como cuentista y no como cuentacuentos?
Siempre he tenido una pelea interna con la palabra cuentacuentos. Tiene un matiz, sobre todo si eres mujer, que no me gusta. Yo debo respeto a aquellas personas que me habían contado el cuento y por eso no me parece bien disfrazarme de hada para contar un cuento. Jamás he visto a una abuela o un abuelo disfrazarse para contar historias, ¿por qué me piden que yo lo haga?. Tampoco hace falta estar rodeado de cachivaches, todo eso es ruido que distrae del mensaje. Por eso no suelo adornar mi escenario, porque se trata de que con la imaginación recrees lo que te están contando. Estas noches en Alcañiz los niños veían al aquelarre bailando pero el escenario estaba vacío. No me hace falta dibujar un bosque o ponerme un gorro de bruja para que los niños vean qué está pasando. También intento que en mis carteles no ponga cuentacuentos, que ponga sesión de cuentos para toda la familia para que llegue más público que el de tres a cinco años.
¿Cómo es el proceso de creación de tus libros?
Hay un trabajo previo de investigación. Tienes que buscar gente de la zona, normalmente mayor, para que te cuente cuentos. Para ello, contacto con el ayuntamiento, el concejal de cultura, los servicios sociales, amigos de amigos… Tienes que ir de la mano de alguien porque hay que establecer una relación de confianza. Luego hay otra parte mucho más larga, que son las transcripciones literales de los cuentos. En Aragón se defiende que la transcripción sea literal para que se refleje perfectamente el habla de cada sitio
No siempre es fácil recopilar estos cuentos...
No, para nada. Es como un trabajo de arqueología. Hace unos años conocí a una señora en Panticosa que me dijo que su abuela le contaba una historia en la que un hombre metía a una niña en un saco, pero no se acordaba del final. Le dije que eso era la leyenda del hombre del saco y ella insistió en que era un cuento. Años más tarde, conocí a una chica en Riglos que me dijo que había escuchado el cuento en casa. Ella me contó el final que me faltaba.Junté el principio de Panticosa y el final de Riglos y esa es la versión que cuento.
¿Cómo reaccionan los niños y también los padres con tus libros?
Abren los ojos. A veces pensamos que tan solo existen la cenicienta y la caperucita roja, cuando el mundo de los cuentos es muy amplio y no envejece.La mayoría de los cuentos tradicionales ya tenían niñas poderosas y ya existía ese afán de lucha y sacrificio. Son valores que tienen que seguir persistiendo. Lo sorprendente es que los niños se lo aprenden con solo escucharlo. Por ejemplo, me vienen padres y me dicen: aborrecemos «La mano verde», la hemos contado cien mil veces y la siguen pidiendo. Es muy bonito que estos cuentos sigan vivos y que los niños los demanden.
Al final tus libros son un doble reto. Hay que entretener a los niños, pero también a los padres
En realidad, yo no hago cuentos para niños, hago cuentos para todos. Yo insisto mucho, son sesiones familiares y son para los niños de tres años como para la señora de ochenta. Quiero que vengan todos. Además, los cuentos tradicionales tienen como varias capas. Según la madurez que tú tengas, te llegará un mensaje u otro.
¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión?
Me siento muy satisfecha de que los libros estén llegando a la gente, tanto niños como mayores. Me sorprende mucho que el libro «Mi madre es una bruja» se siga vendiendo después de ocho años. Actualmente llevamos siete ediciones y más de nueve mil libros. A los niños les encanta, pero no sabes la cantidad de madres que me dicen que les gusta porque se ven reflejadas. Lo que también me encanta de mi profesión es que estos cuentos traspasan la barrera de la edad. Me escribieron desde la residencia de abuelos del Mas de las Matas porque querían recrear el cuento de Rabadancito. Lo grabaron en vídeo y veías a todos los abuelos disfrazados de rabadancitos. La más joven de todos tenía 80 años, fue muy emotivo. Me sentí súper orgullosa de que un cuento de tradición oral que me habían regalado en Panticosa para que no se perdiera, lo estuviesen contando señoras de ochenta y noventa años y ahora todos los niños del Mas de las Matas conozcan el cuento del Rabadancito. Ahí se demuestra el poder de los cuentos de tradición oral.