La maquinaria que asegura que los pueblos están bien cubiertos sigue funcionando y con todas las garantías. Entre ayuntamientos, tiendas y alguaciles se coordinan y donde uno no llega, llega la mano del otro. El medio rural vive cierta sensación de novedad. Por un lado, y aunque con restricciones, se puede salir a los huertos; por otro, la reciente permisividad para salir a los menores de 14 años.
En Crivillén, donde hay algún huerto, cinco niños y un par de adolescentes, se celebran estas medidas. «Fíjate la de campo y terreno que tenemos para que puedan salir y no juntarse con nadie», apunta la alcaldesa, Josefa Lecina. Reconoce que huertos no hay tantos «como en pueblos más grandes» y es que muchos son de personas que no residen en el pueblo y el decreto del estado de alarma les cogió fuera y ya no pudieron plantar. «Un huerto además, es autoconsumo para más de una familia porque lo que te da, acaba bien repartido», señala. En Crivillén no hay tienda y se abastecen con el camión «que lleva de todo». Lo sigue haciendo porque «mantener esta visita era menos peligroso que obligar a la gente a que viajara a comprar a Andorra», añade. A quien lo necesita, entre la alguacila y ella se encargan de que no les falte de nada. «Básicamente llevarle el pan a alguno y siempre preguntamos si necesitan algo», dice. Saben que hay 61 personas porque las contaron para confeccionar mascarillas y las flores de papel que se repartieron por San Jorge. «Nos hemos cuidado y hemos tenido suerte para que no nos llegara el virus y espero que así siga, la gente está respetando las medidas», concluye.
También en Castelserás, tanto vecinos como visitantes, están cumpliendo. Los primeros quedándose en casa y los segundos absteniéndose de viajar al pueblo y por eso inquieta la llegada del verano que pueda incitar a movimiento. En la localidad hubo un caso de contagio al inicio de una persona sanitaria ya superado tras el aislamiento correspondiente. Hay 19 personas que trabajan como personal sanitario en Alcañiz y el alcalde quiso realizarles test a ellos y a las personas que regentan las tiendas. «Son los focos de riesgo y teníamos preparado un presupuesto para comprar 200 PCR y hacerles un seguimiento pero DGA no lo autorizó y la única respuesta que tuvimos fue el no sin razonamiento», lamenta el alcalde, Óscar Soriano. En los últimos días, en algunos aplausos de las 20.00, se han escuchado las cacerolas como señal de protesta ante esta negativa. Anteriormente publicaron una carta en la que expusieron sus reivindicaciones. «Aquí no caben ideologías, soy del PP pero el Gobierno de Aragón es mi gobierno y si podemos ayudar, ¿por qué no podemos?», se pregunta. «Sé de lo que hablo, no vivo de la política, soy veterinario y trabajo con virus poblacionales a diario», apunta. De momento, han enviado la documentación requerida a DGA sobre el personal al que pretende realizar esos test. «De momento, no sabemos más», dice.
El alcalde es además padre de ocho hijos. «Tengo la casa llena de pinturas pero pinturas rupestres», ríe. Respira ante el hecho de que los niños y niñas puedan salir. «Creo que el confinamiento está funcionando y seguiremos siendo prudentes», concluye.
El comercio local al rescate
En Monroyo uno de los aspectos que más notan sus vecinos es la desaparición casi total del tráfico de la N-232. Pese a que desde hace un año no transcurre ya por el casco urbano al poner en marcha la nueva variante, lo cierto es que desde buena parte del pueblo es visible la nueva carretera y el, habitualmente, frecuente ir y venir de vehículos. Algo que también se ha notado en la estación de servicio de la localidad. «Podemos decir que el tráfico ha desaparecido casi por completo. Se notó especialmente durante las dos semanas de parón total», explica el alcalde de Monroyo, Jose Ramón Guarc. Al igual que en otros municipios, se desinfectan las calles del casco urbano y se procede a repartir bienes de primera necesidad a los vecinos que lo necesitan. Los comercios mantienen estos días su actividad, primordial para abastecer, no solo a los propios monroginos, sino también a los de la vecina Torre de Arcas. «El comercio local está cumpliendo una labor importantísima en estos momentos», añade Guarc.
Precisamente en la vecina Torre de Arcas, esta situación de confinamiento se vive con la particularidad de que su alcalde, Juan Carlos Arrufat, se encuentra confinado en Ecuador tras quedarse allí atrapado durante un viaje de visita a la familia de su mujer. De este modo, el teniente-alcalde, José Miguel Ferrer, hace las funciones de alcalde durante todas estas semanas, con el apoyo del resto de concejales. «Estoy fuera y aunque tengo ganas de volver, estoy tranquilo porque los concejales están encargándose de todo», explica el primer edil. El local municipal que hace las veces de tienda, abre dos días a la semana y diariamente llega el pan desde la vecina localidad de Monroyo. «Somos un pueblo muy pequeño pero hemos podido ir solucionando los problemas que se nos han ido presentando. Cuando algún vecino necesita algo, José Miguel o yo, principalmente, vamos a buscarlo», explica Yaiza Bonet, concejal de Torre de Arcas.
Cerca, aunque en la comarca del Bajo Aragón, en La Cerollera van pasando los días. El próximo fin de semana iba a ser de esos grandes en el pueblo con la Romería al Santet, una cita suspendida desde hace días. La vida continúa calmada en el pueblo con el poco más de medio centenar de personas que residen. «Dos asistentas a domicilio viven en el pueblo y facilita que sigan con su labor con usuarios que lo necesitan», dice el alcalde, Antonio Celma. Entre la tienda y alguacil, se cubren las necesidades que surjan.