Casi en la calle Muro de Santa María a orillas del Guadalope, en el 60 de la calle Mayor de Alcañiz, nació Galo Leoz Ortín el 22 de abril de 1879. Uno de los alcañizanos ilustres que a pesar de salir joven de su pueblo siempre lo llevó con orgullo en su vida y en su profesión. Acabó convirtiéndose en uno de los hombres más importantes en la ciencia y más concretamente, en el área de la Oftalmología. Fue uno de los discípulos de Santiago Ramón y Cajal y maestro de generaciones venideras ya que ejerció su profesión durante 80 años. Su excepcional longevidad lo convirtió en uno de los hombres de más edad de España y del mundo. Murió el 23 de enero de 1990 a los 110 años.
Falleció en Madrid, la ciudad a la que se trasladó desde Alcañiz junto a su familia siendo un adolescente por el empeño de su padre de que pudiera estudiar como él Medicina. Llegó desde Navarra para ejercer de médico en Belmonte (ahora de San José). En el Bajo Aragón contrajo matrimonio con Isabel Ortín, montalbina afincada en Alcañiz, con la que tuvo varios hijos, la mayoría de corta existencia. Galo Leoz sobrevivió a esa época dura, heredó de su padre el nombre y también la profesión. El suyo es uno de los apellidos clave en la ciencia y combinó su trabajo de consulta con la investigación en laboratorio. Fue pionero en el mundo en su indagación sobre la regeneración del nervio óptico y de la retina empleando implantes neurales.
Se marchó pronto del Bajo Aragón pero nunca se olvidó de que sus raíces se hundían en un pueblo en una tierra en la que tan feliz había sido de niño. Regresó en 1987 para recibir los honores de sus paisanos que lo nombraron Hijo Predilecto. Aquello sucedió en mayo hace ahora 34 años, por lo que Don Galo -como era conocido y respetado en la profesión- acababa de cumplir los 108 años y disfrutó de esa jornada que le brindó el Ayuntamiento.
Un libro indispensable y único
Por la calle Mayor y la plaza de Galo Leoz que Alcañiz le dedicó por ser uno de sus hijos más ilustres junto al Cuartelillo (y que desde que estalló la pandemia es la entrada a la Casa Consistorial) pasearon hace unos días dos de sus nietos. Gustavo y Rafael Leoz, primos entre sí, pasaron unas horas en la localidad en la que nació su abuelo atraídos por la curiosidad y por querer conocer más de un hombre tan brillante. Lo hicieron además llevando como guía el libro escrito por Antonio Bergua Aznar y publicado en 1990 como número cinco de la colección «Los aragoneses» con apoyo del Gobierno de Aragón. La publicación, disponible en la Biblioteca Municipal de Alcañiz pero que no se volvió a reeditar, es una obra indispensable para conocer a Don Galo, su historia contada a través de sus vivencias así como familiares, y la realidad social del país -y por ende de Alcañiz- de la época en la que vivió.
«Era recto y con su sola presencia ya emanaba autoridad. Eso sí, nunca daba una voz más alta que otra», dicen casi al unísono los primos. Se alojaron en el Parador y desde allí, Gustavo regresó a Madrid y Rafael se embarcó en la aventura de recorrer la vía verde Val de Zafán hasta Tortosa en buena compañía siguiendo la recomendación de un buen amigo de Belmonte.
Marcharon después de unas horas recorriendo el pueblo, de conocer detalles y de compartir momentos de tertulia. Uno de ellos, en una recibimiento informal del alcalde, Ignacio Urquizu, que quiso saludar a los nietos de tan ilustre paisano. «Estamos encantados con la visita porque no conocíamos esta tierra, que es donde están nuestras raíces», dijeron. Gustavo Leoz, que encarna la tercera generación de oftalmólogos de la familia -ahora ya jubilado- compartió además muchos años con su abuelo pasando consulta. «Siendo ya muy mayor le podía temblar el pulso pero en cuanto cogía el instrumental y se disponía a manipular, nada. Paraba en seco. Conservaba su precisión y era impresionante verlo trabajar», explicó. «Siempre llevaba su gorro blanco», añadió Rafael.
La longevidad de Don Galo
«Lo mejor es morirse a tiempo». Esta es una de las frases que trascendieron de Don Galo y que se reflejan algunos reportajes de prensa que recogen eventos en sus últimos años de vida como homenajes o reconocimientos. «Sigo yendo a conciertos pero no es lo mismo. Me aburro porque todos mis amigos están muertos», añadía.
Como bien apunta Bergua en su libro, «su extraordinaria longevidad es sólo un hecho anecdótico en una biografía repleta de vicisitudes que resumen buena parte de la historia de España de los últimos cien años».
Su modo de vida «era espartano, muy muy austero», indicó Rafael. En cuanto a los secretos de su longevidad… «a saber».
Sí era una persona de costumbres fijas y nada más levantarse se mojaba la cabeza con agua fría cada mañana al levantarse. «Madrugaba siempre. En invierno y con las casas sin la calefacción como hay ahora, el agua salía terriblemente fría pero cada día metía la cabeza debajo del grifo», recordaba Gustavo. «Yo lo hice un día que me quedé a dormir con él…¡ y ni una más! Estuve no sé cuántos días resfriado», añadió riendo. Sus hábitos alimenticios eran muy frugales y en plato pequeño. «Siempre tomaba un vaso de vino en la comida y si le sobraba pan lo mojaba», apuntaba Rafael. «Fumaba muy poco, un par de pitillos que se liaba y que además, picaba con una aguja, así que…», sonrieron cómplices. Cuando lo recuerdan lo hacen así, con una sonrisa mezcla de orgullo mezcla de añoranza. Recordaron cómo se escondían en la consulta y jugaban de niños… «Siempre intentaba que aprendiésemos, incluso cuando nos reprendía por haber hecho alguna travesura», recordó Gustavo.
Don Galo conservó su afición por la música hasta el final y ya en Alcañiz empezó a aficionarse por ella y por otras artes como el teatro. Toda la vida fue asiduo a conciertos de música clásica en los que coincidía con personalidades de todo perfil. «Con Azaña, por ejemplo, y se saludaban», cuentan sus descendientes. Era republicano confeso y eso, aunque le trajo problemas, no le impidió ejercer su profesión.
De hecho, siguió yendo a la consulta de su hijo y su nieto Gustavo hasta que se trasladó a vivir con su hija Josefina y la distancia ya le trastocaba. Ya tenía más de cien años. «No quería molestar a nadie para que lo llevaran y trajeran pero él estaba bien», dice su nieto. Murió con sus facultades intactas y se fue en un suspiro tras una operación sencilla.
En los años desde el retiro a su muerte leyó y escribió mucho y también contestaba cartas que le enviaban, además de escuchar música. Era su gran pasión y disfrutaba de ella con sus cascos para no molestar a nadie en casa. Petilla de Aragón con Cajal; Fuendetodos con Goya y Alcañiz con Leoz, «resulta curioso cómo a veces pequeños parajes pueden alumbrar a semejantes personas. Tenía una personalidad arrolladora en todos los sentidos», concluyeron.
En1987 en Alcañiz en el nombramiento de Hijo Predilecto./ Archivo familia Leoz recogidas en el libro de Antonio Bergua Aznar «Galo Leoz» (1990) Colección «Los aragoneses». Don Galo Leoz con su familia en uno de sus cumpleaños con su característico gorro blanco. / Archivo familia Leoz recogidas en el libro de Antonio Bergua Aznar «Galo Leoz» (1990) Colección «Los aragoneses». Escribiendo en su máquina, una de sus grandes aficiones. / Archivo familia Leoz recogidas en el libro de Antonio Bergua Aznar «Galo Leoz» (1990) Colección «Los aragoneses». Con sus hijos y sosteniendo la foto de su hijo Rafael, fallecido. El arquitecto fue propuesto al Nobel. / Archivo familia Leoz recogidas en el libro de Antonio Bergua Aznar «Galo Leoz» (1990) Colección «Los aragoneses». El doctor Don Galo Leoz, leyendo. / Archivo familia Leoz recogidas en el libro de Antonio Bergua Aznar «Galo Leoz» (1990) Colección «Los aragoneses».