«Aquí hemos tenido una habitación propia». Echando mano de Virginia Wolf, María López encuentra una de las maneras más acertadas de referirse a la Casa de Belmonte. Para algo María Ruiz, su ideóloga, le puso el sobrenombre ‘Refugio para escribir’ al alojamiento que abrió en la belmontina calle del Pilar hace casi un lustro. López es una de las últimas huéspedes que ha tenido. Con ella se refugiaron Alba Giner, Ale Lacour y Nuria Candela.
Son las ganadoras de la Beca La Casa de Belmonte que se convoca desde hace tres años dirigida a personas que no hayan publicado. El premio es una estancia de un par de semanas para avanzar los proyectos presentados. «Siempre te sientes un poco usurpadora, y aquí nos hemos sentido escritoras», añade López. Es natural de Fraga aunque residente en Madrid y, al igual que el resto, su profesión no es la de dedicarse a la escritura, y por eso se presentó para obtener una plaza en esta casa que va teniendo su nombre con iniciativas como el taller que impartió Cristina Morales, que ha contribuido a su difusión. Es a través de redes sociales y del boca a oreja es como la Casa de Belmonte se va haciendo cada vez más grande. De hecho, cada edición son más las propuestas que reciben. Esta vez fueron 249. «Muchos ni cumplen la norma. Y hay gente que es muy buena que nos da mucha pena que no pase la decisión del jurado», apunta Ruiz. Cada año se renueva a los jueces y esta vez el veredicto fue emitido por Nuria Labari, Manuel Guedán, el belmontino Ramón Mur e Inés Jiménez, huésped habitual.

También hay flexibilidad en la Casa porque este año han convivido cuatro en lugar de tres, ya que Nuria Candela no pudo disfrutar de su estancia en su edición el año pasado por una lesión. El tema entonces fue ‘Luz en la oscuridad’ y Candela presentó ‘Una herida que ladra’. «Es como una crónica autobiográfica mezclada con otros géneros y hablará de la familia, de la mía, de mi padre y el proceso de duelo y pérdida. También de la Galicia profunda de la que provengo», explica, y no oculta su felicidad porque le guardasen la plaza. «Aparte de escribir, compartirlo con otras personas en tu misma situación ayuda mucho», dice. Sus compañeras asienten y reiteran lo de «sentirse escritora». Transitar todo este camino juntas les hace además adquirir el compromiso de continuar fuera, capeando el día a día cada una en sus obligaciones y realidades, y con el objetivo de publicar. Este paso no es fácil, pero ya se están dando casos entre anteriores becadas.

De la Casa ya para siempre
No saben cuándo ni cómo sucederá esto, pero Belmonte estará presente. «De forma obvia igual no, pero sí he notado que lo que he hecho aquí es una escritura con un estilo más relajado del que tenía en Zaragoza», dice Alba Giner. Es zaragozana descendiente de Berge y profesora de Lengua Castellana. La beca le ha permitido tener la relación con la literatura como escritora. El tema es el poder y ella trabaja en un libro de relatos sobre situaciones de violencia machista. «Intento denunciar cómo está presente en lo cotidiano y que por eso nos hemos acostumbrado y no vemos la gravedad de situaciones que se dan en nuestra sociedad», apunta.
Intentando «no reventar el final», María López avanza que su protagonista acaba en una casa. «La experiencia me ha servido mucho para sentirme como ella. El último capítulo lo he escrito aquí», apunta. Su historia gira en torno a una mujer con una vida exitosa hasta que un día sufre un ataque de ansiedad y es ninguneada en la consulta. Se da cuenta de que vive en una sociedad a la que no pertenece. Otro hilo conductor es la invisibilidad de las mujeres en la medicina. «No hemos estado incluidas en los estudios y a veces ni los síntomas son igual que para un hombre», dice.
«Las mujeres necesitamos más estos espacios de convivencia porque ellos ya los tienen en casa. Quizá por todo esto se presentan más mujeres a estas residencias que un hombre cis y hetero, que son los que más publican. Se atreven más a enviar sus novelas a concursos y nosotras nos lo repensamos 45 veces y no nos damos permiso para ser, crear o tener espacio», reflexiona Ale Lacour. «Estoy generalizando», avisa. Es natural de Barcelona, aunque últimamente «de vida un poco nómada». Ella ha pasado por alguna residencia más y buscaba algo como lo que ofrecía Belmonte para desarrollar su novela. Su argumento parte de un curso de escritura y habla de una pintora de 36 años que entra en un instituto concertado para dar clases de arte y pintura y se obsesiona con un chico de 16 años.
«Quería explorar los límites sin hablar de una forma moralista de lo que está permitido, de lo que pensamos que es correcto de la sociedad y de lo que no», dice. «Pero todos los personajes, y en la vida sucede igual, se relacionan desde el poder de maneras más o menos obvias», señala. Dice que el tiempo cunde mucho en la Casa donde se cuida el mínimo detalle. «Conocí esto en redes, donde ya ves el punto de vista posicionado hacia la literatura y que ha estado gente como Cristina Morales. Te dan ganas de estar y doy gracias al jurado», sonríe. El complemento perfecto al Refugio es Casa Jardín Filou, un espacio donde se alimenta el espíritu con talleres, aperitivos y largas e interesantes veladas.
Es de suoner que no se impònen lenguas a la hora de escribir, y que cada cual puede elegir la que prefiera…