El oscense, a quien se le definió como «el aragonés vivo más ilustre», visitó Calanda y recordó vivencias con Buñuel
«La última vez que nos vimos echamos un pulso. Era algo que hacíamos cada vez que nos juntábamos y siempre me ganaba pero ese día, como ya él ya estaba muy viejecito me dejé ganar. ¡Lo único que conseguí es que se enfadara muchísimo conmigo!». Carlos Saura recordaba así entre risas a Luis Buñuel. Ese pulso lo echaron en México en 1982 en el rodaje que dirigía el oscense de «Antonieta». Un año después murió.
Los caminos de Saura y Buñuel se cruzaron mucho antes. En 1960 ambos proyectaban en el festival de Cannes y Saura, que ya admiraba a Buñuel, consiguió a través de un amigo del equipo que acudiera a su proyección. Desde entonces, la relación de ambos se estrechó más y más. «Nunca le llamaba Don Luis, yo era como un hijo suyo, era como de mi familia, como un tío o alguien muy cercano… Siempre fue Luis. Y un gran amigo, claro», añadió.
Tres años antes de aquello, Saura viajó a Montpellier a ver películas del calandino que tanto le llamaba la atención pero que estaban prohibidas en España. Vio varias y también escuchó los tambores por primera vez. Fue en la película «Él» y en ese momento se dijo a sí mismo que un día viajaría al pueblo para verlos.
Con el tiempo no solo cumplió esa especie de promesa personal, sino que además hace diez años Rompió la Hora como invitado por la localidad. «He venido varias veces y hasta tengo un tambor que me regalaron, me siento de alguna manera calandino», dijo sonriendo.
Saura y aquel encuentro en Cannes también contribuyeron entre unos cuantos factores más al regreso de Buñuel a España. «Se lo propusimos y yo creo que le ayudamos un poco a volver porque él tenía miedo porque no sabía qué represalias podía tener. Hicimos las gestiones en el gobierno español y no les pareció mal que viniera pues consideraron que era una figura importante del cine eso sí, muy conocido en Francia y desconocido en España», recordó.
Viajó a hacer «Viridiana» y uno de los primeros viajes que compartieron fue de Madrid a Cuenca para visitar a Antonio Saura en su estudio. «Fue muy emocionante. Lo vi llorar en una parada al escuchar unos corderos a la lejanía. Echaba de menos esas situaciones, su casa…», añadió.
Los lazos de Saura, Buñuel y Calanda fueron irrompibles y se estrecharon todavía más el viernes cuando el Festival Internacional Buñuel Calanda le rindió un homenaje. Se le entregó el Premio Buñuel Calanda por su trayectoria. El escenario fue la Casa de Cultura ya que la lluvia del día obligó a descartar el patio del CBC. Allí, además de la entrega del premio, se proyectó el documental «Saura(s)», de Félix Viscarret, un trabajo en el que el cineasta conversa con sus siete hijos. A Calanda acudió acompañado de su inseparable Anna Saura, la menor de los siete.
«Cuento hasta dónde yo quiero contar, que las cosas íntimas que no quiero que se sepan no se saben por mucho que insistiera Félix que me convenció para esto», advirtió con tono socarrón.
«El aragonés vivo más ilustre»
Ese fue el cierre a una jornada que comenzó con un desayuno en el Parador de Alcañiz donde compartió vivencias y charla con los medios de comunicación. «Nunca había estado en el festival y estoy muy feliz, y encantado de hablar de cultura, algo que en estos tiempos que corren no es tan normal… y si se trata de recordar a mi amigo Luis todavía más», valoró.

Para el director del Festival y del CBC, Jordi Xifra, homenajear a Saura era una cuestión de justicia. «No me podía creer que en 14 años no hubiera venido. Ya no por su relación con Buñuel, a mí lo que siempre me ha sorprendido es esa capacidad que ha tenido Carlos de saber vincular el cine de Buñuel con su propio cine y con figuras como Gracián y otros artistas aragoneses», dijo. Saura afirmó que se siente querido y reconocido en su tierra y celebró el esfuerzo de Aragón por promocionar lo suyo.
También tomaron la palabra el alcalde de Calanda, José Ramón Ibáñez; el director y productor, Gaizka Urresti y el periodista y crítico, Luis Alegre que definió a Saura como «el aragonés vivo más ilustre». La consejera de Cultura, Mayte Pérez se refirió a Saura como «un amigo de su tierra y de las iniciativas culturales que promovemos», –hace un mes estuvo en Calaceite para inaugurar su exposición de «Fotosaurios» que se puede contemplar hasta octubre-.
La cultura es fundamental para el progreso. Es muy importante conservar la memoria.
También lo es el respeto por la identidad propia de la tierra.
El recuerdo de Luis Buñuel y su obra, después de tantos años, es un reconocimiento de la propia identidad cultural.
Hay lugares en Teruel, como Valderobles, o Calaceite, que han tenido una restauración respetuosa con su identidad y su cultura.
El problema fundamental que afronta el casco histórico de Alcañiz es que no cumple con las directrices comunitarias, y este es un riesgo que puede traer sanciones muy severas de Bruselas.
El incumplimiento reiterado, de las actuaciones, en dirección contraria a las normas vigentes en la Unión Europea, puede provocar sentencias del Tribunal de Justicia de la UE, condenando lo que es evidentemente ilegal,con prácticas de urbanismo que se llevan a cabo con el pretexto de un Plan General, antiguo, y fuera de control, causando numerosos daños, que, en realidad, son destructivas y contrarias a la propia identidad histórica, a las normas legales de urbanismo, y no resuelven nada.
Hay que estudiar en profundidad todo lo que ha publicado en esta materia después del Tratado de Maaschtrit,y seguir las lineas de conservación, restauración, de los espacios históricos, con una arquitectura popular de materiales naturales, piedras, maderas, adobes, cañas, tejas, barros, que configuraban una estructura de origen rural, con calles estrechas, típicas, de uso peatonal, cultural,y social, sin derribos arbitrarios que son dictados por intereses ajenos y prohibidos en la Unión Europea.
También se aconsejan los espacios verdes, pero no la invasión de automóviles y trafico urbano en calles y ambientes que no propicias ni predispuestas para ello.