El sector empresarial y social advierte de la «estocada» que sufriría la provincia si la Térmica cierra y no hay alternativas.
El censo de Andorra apenas sobrepasa los 7.800 habitantes. Atrás han quedado los años no tan lejanos en los que superaba los 10.000 y mucho se temen los que resisten, que esta sangría silenciosa y paulatina, acaba de comenzar. La semana que termina deja otro varapalo para el sector del carbón y por ende, para la población de la comarca y prácticamente para la mitad de la provincia turolense.
En la última junta de accionistas, Enel confirmó que en junio de 2020 la Central Térmica de Andorra cerrará sus puertas. La reunión fue el jueves en Roma y el viernes se sirvió a modo de desayuno en Andorra. Este plazo ya se había dado pero en el sector ponen la esperanza en que el Gobierno Central haga una apuesta firme por el carbón nacional poniendo en marcha un Marco Regulatorio. La noticia no pilló por sorpresa pero sí con dolor y rabia, sobre todo, por volver al estado de incertidumbre.
«Van saliendo noticias y uno cada vez se siente más cohibido porque ya no sabemos qué pensar porque luego Endesa no confirmó nada. Lo único que sabemos es que de aquí dependemos miles de familias». Antonio Pérez es el que habla como trabajador de subcontrata y con «aquí» el bajoaragonés se refiere a la propia central que queda a su espalda. Es cambio de turno y se marcha tras una jornada con un único tema de conversación.
El trasiego de empleados es continuo en los cambios de turno y a pesar de todo, sonríen. «Ya nos hemos acostumbrado a que no se hable de nada bueno», argumentan algunos. Ese día los trabajadores andorranos encontraron la comprensión de otros compañeros de fuera que realizan labores de mantenimiento en equipos.
Santiago Domínguez es leonés, de Ponferrada para ser exactos, una población que se enfrenta al mismo problema ya que en el anuncio se incluye también a la Central de Compostilla. «Es el mismo panorama con cientos de empleos en vilo, con una tierra que vive del carbón y con años en los que van diciendo que llega el cierre y hablando de una reconversión de la que no sé si harán algo», explica señalando a los políticos. Las palabras reconversión y alternativas salen en los discursos. También en aquellos de los que no trabajan en la Central pero sí dependen de ella.
Los comercios del casco urbano ven como el éxodo de personal es imparable. «Si no somos capaces de encontrar alternativas que frenen la pérdida de capital humano, nos enfrentamos a la desintegración de una comarca que lleva años perdiendo gente», dice Roberto Miguel.
El presidente de la Asociación Empresarial de Andorra llama a la cautela pero reconoce que «hay miedo porque los plazos que ha ido dando la eléctrica se han cumplido». Emplazó a las administraciones a que «se lo tomen en serio y no como un órdago de la empresa». Desde Cepyme Aragón, el presidente, Aurelio López de Hita, coincide: «Puede ser la estocada para Teruel. Hay todo un tejido empresarial y social detrás que se verá gravemente afectado».
A 17 kilómetros de la Villa Minera ya saben qué es perder de un día para otro parte de ese capital humano. El cierre de la mina de interior de Ariño en diciembre provocó la marcha de familias. «Se va a notar más porque algunos están esperando a que termine el colegio para marcharse a donde haya trabajo», dice Joaquín Noé.
Vive con el 2020 en su cabeza, tanto en su faceta laboral de minero, como en la de alcalde. «Sabemos que el carbón acabará pero luchamos para alargar el final y mantenemos la esperanza pero no la tranquilidad», se sincera. Repara en que en diez años en la alcaldía, tranquilidad ha habido poca. «Las noticias no suelen ser buenas y cuando se habla del cierre se hace mucho daño».
Las alternativas copan los proyectos municipales. Uno de ellos es la ampliación del balneario, una infraestructura por la que se apostó con fondos Miner y que ya mantiene medio centenar de empleos.
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