El nombre de Fidel Ferrando (Alcañiz, 1955) está ligado a la cerámica desde hace décadas y desde varias vertientes. Es químico industrial y su interés por el material le llevó a ingresar en la Escuela Cerámica de Manises (Valencia) donde se graduó. Creció en un ambiente de creatividad ya que su padre dedicaba buena parte de su tiempo libre a pintar paisajes. Conocer a Manolo Viola y Andrés Galdeano, dos pintores ceramistas que en los años setenta hacían sus incursiones en Aragón, detonaron el interés interior alimentado por el arte paterno. «Comenzaron a trabajar una cerámica de tipo muralista y grandilocuente donde se aplicaba en arquitectura por primera vez y se trabajan conceptos contemporáneos», reflexiona. «Cuando comencé la cerámica se consideraba arte menor. Por un lado estaba la alfarería y por otro, aquellos ceramistas más contemporáneos y con un aspecto más creativo que iban dejando atrás la tradición popular». Ferrando formaba parte de este grupo al que consideraban una especie de «incursionistas» de lo tradicional. «Yo vi la muerte de la alfarería popular», apunta. «Quedan centros muy importantes, como Talavera, reconocido por la Unesco».

Hace dos semanas viajó a Mallorca. Visitó a su fotógrafo de cabecera, el alcañizano Chema Hernández, al que propone como próximo entrevistado en esta sección de ‘EncontrARTE’, y se reencontró con un alfarero que hace 40 años ya se dedicaba a hacer cazuelas para guisos. «Es el último, nadie le sigue», piensa y señala la incongruencia del sector. «Por un lado, se está muriendo una parte que se puede considerar étnica y por otro, están ya los ceramistas más contemporáneos que aportan que se considere un arte mayor».
Ferrando, propuesto para esta sección por Joaquín Lozano, hace estas reflexiones con el reposo de los 65 años vitales que le traerá el 2020. Con más de 40 años de trayectoria profesional, dice que es feliz. «La vida que llevo es la que he buscado, puedo decir que soy feliz en el sitio donde me encuentro», sonríe sentado en su taller porque su creatividad sigue viva. De hecho, vive el presente. «Siempre tengo proyectos, estoy con un par de cosas pero vivo al día, no me interesa mucho el futuro. Estoy en una fase en la que considero que he desarrollado muchas cosas y me centro en lo que me hace más feliz», dice. «Y ahora lo que me hace feliz son las piezas pequeñas, ya he hecho muchas grandes», confiesa.
En su bagaje artístico hay variedad, y en las tres últimas exposiciones que ha montado se aprecia porque «tocan tres conceptos distintos». Le apasiona la tradición cerámica de Japón «donde pervive el uso de la actividad diaria y también el concepto más contemporáneo», argumenta. La última exposición, «Lenguajes del signo», fue un homenaje al concepto tradicional del pincel japonés. «En el trazo puedes ver el placer que te proporciona tanto el color como el trazo con la mano».

Sus obras han viajado tanto o más que él por diferentes países, museos y centros interpretativos. ARCO, la feria de Arte Contemporáneo que ayer inauguró edición en Madrid, también ha exhibido piezas del alcañizano. Otras, además de que todavía pueden verse, se han convertido en parte del imaginario colectivo. El gran mural que preside la puerta principal del Centro Comercial Gran Casa en Zaragoza lleva su marca. La suya y la de Antonio Saura, el autor del famoso «collage». Ferrando lo reprodujo a la gran escala de mural a partir del dibujo que le llevó Saura. El trabajo se hizo en las instalaciones de Gres Aragón a mediados de los 90. Trabajó en la empresa instalada en Alcañiz durante años en la parte de investigación y desarrollo. Esto le ha permitido conocer y trabajar la parte industrial de la cerámica y las arcillas. «Aunque alguna vez lo he podido hacer, siempre he huido de la cerámica como obra comercial, primo lo creativo, y por ello he querido trabajar en la industria», explica.
Alcañiz, epicentro de todo
Vive en Alcañiz, donde siempre. «Para mí es necesidad que mi centro de operaciones esté aquí. Por el entorno natural, por familia, por todo…», dice. «A dos horas tengo un aeropuerto y un AVE para ir donde quiera», añade un hombre que ha recorrido mucho mundo ya sea por trabajo o con sus obras. Se sirve del material que le da su tierra y al que da forma en el horno que se ha construido él mismo.
Se define como muy orgánico ya que le interesa «muchísimo» el concepto geológico de la tierra en sus cortes, color de las arcillas, de los esmaltes o la aportación de la alta temperatura. «Ahí considero que se consiguen los matices más interesantes de la cerámica», añade. Trabaja en un taller construido a medida y escrupulosamente ordenado. Todos los días baja ya sea para leer, pensar, escribir o crear. «El día que me siento feliz hago una hornada. Dejar la disciplina para cuando quiero es algo que también me permito», sonríe.